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Un paseo por los Puertos de Beceite

[realmente, por tierras del Matarranya (Teruel), la Tinença de Benifassà (Castellón) y el Montsià (Catalunya), publicado en 1888-1889]


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1857 Lorenzo Grafulla

Aragón: Matarranya / País Valencià: Tinença de Benifassà (Baix Maestrat) / Catalunya: Montsià

[La Asociación, nº 123. Teruel 15 de Mayo de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN: UN PASEO POR LOS PUERTOS DE BECEITE, por DON LORENZO GRAFULLA. [Excursió del 22 al 26 de juny de 1857]

Prefacio.

¿Quien es el habitante del bajo Aragón que desconozca los puertos de Beceite? ¿Quién no ha oido, terminadas las guerras civiles que han sembrado el luto, llanto, dolor y desolación por le pueblo Español, nombrar esas breñas ásperas e inaccesibles, teatro de fatales escenas? Yo os diré, amados lectores, cuanto he podido recoger y saber por los naturales; porque en esos puertos, se hallan enclavados el Bojar, La Pobla, Ballestar, Corachá, Fredes y otros pueblecitos, como también el monasterio de Benifasar. Quisiera que todos tomaseis a bien las descripciones y noticias que suministraré; porque debo decir, que no tengo interés alguno en los sucesos de que soy fiel narrador, sin intención alguna de herir susceptibilidades. Amo mucho a mis semejantes y de ningún modo quisiera inferirles el más mínimo disgusto. Tendré que hablar de diferentes materias, ya en razón al objeto que nos llevó a esas asperidades, como por los recuerdos que tales sitios ofrecen. Mas antes de entrar de lleno en el asunto que ha de ser objeto de este escrito, es decir, en la relación de lo más notable que los tales Puertos ofrecen a la vista e imaginación de quien los visita, paréceme que no será fuera de propósito el que satisfaga tu natural curiosidad, o(h) lector benévolo, refiriéndote aquí, el cómo, cuando y con qué objeto y compañía, hice a los Puertos la visita cuya descripción y sucesos he de referir a seguida.

Corría el mes de Junio de 1857. Los ilustrados Farmacéuticos de Castelserás y Torrecilla de Alcañiz, D. Francisco Loscos y D. José Pardo, mis muy queridos amigos, habían venido a Valderrobres, pueblo donde yo entonces residía, para desde aquí dirigirse a los Puertos de Beceite, ya por conocer su vegetación, como para recoger cuantas plantas ofrecieran ser dignas de figurar en una flora de Aragón que trataban de confeccionar. Aficionados a la botánica, y habiendo ya recorrido los partidos del bajo Aragón, miraban con avidez esas cumbres, esas ásperas montañas, conocidas con el nombre de Puertos de Beceite, en donde esperaban encontrar rico botín, como así sucedió. Yo sin ser botánico, ni mucho menos, pero sí aficionado, porque me gusta la historia natural como me gustan todos los conocimientos humanos, entré con placer a formar parte de la expedición, constituyéndome en cronista de cuanto viese y oyese; así que armado de mi correspondiente libro de memorias, y de mi báculo gayato, me encontré listo como los demás; habiendo antes buscado un excelente práctico que nos dirigiera personalmente por aquellas breñas, en el vecino Ramón Gil (y Calda) (a) el tio Silverio, por cuyo nombre se le conocía y como así le llamaremos, pues es persona que ha de figurar notablemente en esta reseña.

Estamos en el año 1888; el tiempo ha borrado de mi memoria cuanto quise dar a la prensa, y como principio al libro "Series imperfeta" [sic] [books.google.es] de mis citados amigos Loscos y Pardo, que no tuvo lugar por mi pereza; empero conservo las notas y apuntes que en compañía de dichos Señores recogía, los que procuraré ahora coordinar. Feliz yo si con ello consigo llamar la atención de los lectores y servirles de alguna utilidad, pues esta será mi más grata recompensa.

Día 22 de Junio, 1857.

Las seis de la mañana del dia 22 de Junio habían sonado cuando salían de la villa de Valderrobres por el puente que cruza el Matarraña, dos Farmacéuticos y un veterinario, con más el tío Silverio, vecino de dicha villa, práctico en el terreno, un joven labriego y su borriquillo. Todos marchaban en son de viaje, con sus semblantes placenteros como quien se dirige a una festival. [sic].

Hicieron una pequeña pausa en el puente, mirando cómo discurrían las cristalinas aguas del Matarraña, la frondosidad de la orilla izquierda, y oyendo las canoras avecillas que revoloteaban por entre el ramaje de los álamos. Magnífica mañana, dijo el Farmacéutico señor Loscos, auguro un viaje feliz. Si el caballero Febo tuviera a bien enviar sus rayos a otra tierra, contestó el Farmacéutico Sr. Pardo, porque ya principian a dejarse sentir sus refulgentes brillos. Vamos, añadió el Veterinario Sr. Grafulla, la primera novedad nos hará olvidar toda molestia, y luego sete vientecillo que sopla nos animará. En marcha.

Ya nos tienes, pues, amado lector, dirigiéndonos a los Puertos de Beceite; y antes que de ellos te hable, creo oportuno significarte todo cuanto en el tránsito llama la atención.

El puente que atravesamos es de sillería; consta de cuatro arcos, y une la villa con su arrabal. Al extremo, junto a la carretera, hay una capillita (hoy ya no existe) o más bien un depósito de inmundicias, mal que le pese a su fundador. Preguntamos al tío Silverio a quién fue dedicada aquella capilla y por quién, y nos contestó que, según respetables ancianos, una familia llamada los Moléses (de los cuales conserva nombre una masía y una casa), durante la guerra llamada de sucesión, se declaró en contra de Felipe V, siguiendo la opinión general de la corona de Aragón, y cuando el pretendiente Austriaso [sic] quedó vencido, esta ilustre familia de Valderrobres fue perseguida fuertemente, hasta impedirle se utilizase del agua del río, como también el asistir a los divinos oficios de la iglesia parroquial, por lo que hubo de abrir un pozo en un huerto (propiedad hoy de D. Lorenzo Tomás), y construir una pequeñita capilla bajo la advocación de San Nicolás, donde poder dirigir sus preces al Altísimo.

Seguimos marchando, tendiendo nuestra vista por la llanura que a nuestra izquierda se presentaba (la plana) donde los días 2, 3 y 4 de Septiembre tiene lugar una feria de ganados lanar, cabrío y de cerda en respetable número; habiéndose creado otra para iguales dís del mes de Mayo que nunca iguala de mucho a la primera, o sea, la de Septiembre. Pasado este terreno de abundante grava, se ven a uno y otro lado frondosos olivares, árboles frutales y campos de (h)ortaliza y legumbres, que proporcionan hermoso paisaje al transeúnte; luego va angostándose gradualmente el terreno, quedando reducido el camino a la ladera del barranco-río Pena. Las casas de campo se van presentando, y por ambas laderas aparecen pinares en lozana vegetación, así como bojes y eléboros, plantas que viven y florecen, mirando con indiferencia los fríos y nieves del invierno. Esta partida llamada la sierra, con sus casas de campo, tiene una capilla de pequeñas dimensiones, dedicada a San Pedro mártir, situada al pie de la falda de la montaña del arca, donde se reúnen los masoveros de aquella ría e inmediaciones, así como también varios vecinos de la villa el día 29 de Abril, teniendo lugar una misa, a que siguen sendos barreños de cuajada.

Nota: San Pedro Mártir, San Marcos y Santa Bárbara. Este es el título completo de la ermita distante de Valderrobres cinco cuartos de hora. Fundada desde el 20 de septiembre de 1780, al pie del Monte llamado L'arca (La Gaya), cuyo edificio se conserva en buen estado. Su capacidad es de 50 personas. Se ignora quien era el patrono, aunque en 1854 decían que lo era Marcos Riva por haber contribuido en gran manera, él y su padre, a la construcción de dicha ermita y por haberse levantado el edificio en terreno propio de la Masada del mismo. OSMA FOZ, José (1998): Ermitas y Oratorios Públicos en Valderrobres. Fiestas Mayores Valderrobres 1998. repavalde.com

Dejando luego a la derecha el Mas de Marco, digno de atención por diversas circunstancias que se omiten, se ve a nuestros pies cómo el barranco se desliza por entre rocas y cantos rodados, lamiendo y minando el terreno. Dirigiendo la vista por la parte norte, se encuentra un monte de poca elevación, donde estriba la cordillera principal, con algunas rojizas heredades y el todo coronado de pinares. En frente y recorriendo la vista de oeste por mediodía y poniente, la cordillera se eleva gradualmente como las oleadas de un mar embravecido, los estribos se destacan más atrevidamente, las rocas puntiagudas irguen [sic] con valor sus despejadas cabezas, y corriendo en semicírculo, forman un anfiteatro coronado por el magnífico grasis [sic, glacis?] que oprime su cumbre. Tal aglomeración de rocas, formando una muralla como para impedir la entrada a los Puertos, ha sido taladrada por las límpidas y apacibles hondas del modesto riachuelo.

Hora y media hacía que caminábamos, cuando nos paramos a contemplar una fábrica de papel que a la orilla izquierda del barranco, próxima a su corriente, teníamos bajo nuestros pies, notable por las pinturas que ostentan sus paredes, que la dan el nombre de fábrica pintada [la Fàbrica Bonica o La Bonica, junt al riu Pena i l'embassament], y por haber sido propiedad del cabecilla Llangostera, donde residía su esposa con bastante frecuencia durante la guerra de los siete años.

Algunos pasos más arriba cruzamos el riachuelo, haciendo alto en una fuente humilde como ella sola, sin embargo de tener sobrados motivos para ser orgullosa. Entre las ventajas que la medicina ha proporcionado con el descubrimiento de aguas termales, es posible que ninguna haya más segura y eficaz que la de la fuente de que me ocupo. La indolencia de los naturales, que han visto sus efectos, como la apatía o indiferencia de los médicos que han venido sucediéndose, hace que yazca olvidada una fuente que posee prodigiosas virtudes y fuerza para hacer arrojar los cálculos urinarios [fuente del baño], sin que falte alguna clorótica en quien ha desaparecido por el uso de dicha agua, una abundante infiltración serosa en toda su economía. Recuerdo perfectamente que un señor Gobernador civil de la provincia de Teruel, pidió al Alcalde un cajón de botellas de la mencionada agua, de la misma que de vez en cuando, hacía remesa de botellas el difunto Don Pablo Meseguer, al señor Canónigo Zorrilla en Zaragoza. Pues bien, bebimos, descansamos un breve rato y seguimos nuestro camino, como oprimidos por las dos ciclópeas montañas: la Picosa y el Arca. ¡El Arca! ¿Queréis, amados lectores, que os haga una descripción detallada de esa mole que los naturales llaman Caixa? Pues para ello (Se continuará.)

[La Asociación, nº 124. Teruel 30 de Mayo de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 2.

copiaré lo que dijo mi ya difunto amigo D. Salvador Pardo, testigo de excepción que no dice sino lo que personalmente ha visto:

Diferentes veces desde niño oí nombrar el arca de Valderrobres sintiendo un vivo deseo de conocerla, y habiendo llegado el día en que me establecí de farmacéutico en aquella villa, formé el decidido empeño de subir a su cumbre. Al efecto salí de casa una mañana, y curioseando todo el camino, pintoresco por cierto, que hay necesidad de recorrer hasta su base, llegué a un caserío cuyos moradores no me eran desconocidos. ¿A donde va usted por estos andurriales? me preguntó el dueño, viéndome llegar. He salido a dar un paseo, le contesté, y además con el propósito de subir al arca. No se lo aconsejo, porque el camino es detestable o, mejor dicho, no hay camino, senda ni vereda, si no es para nuestras cabras y pastores. Os agradezco la buena intención; pero ya comprenderéis que al salir de casa con esta idea, ya estaba persuadido de que no se me presentaría carretera alguna en mi viaje. Ya veo que está usted decidido, y que además pensará aprovecharse de algunas hierbas preciosas que por allí se crían. Pues mire usted, continuó con cierto misterio, ve usted la Picosa, ese monte tan elevado que se alza al nivel del arca, y frente al otro lado del barranco? [entre Fondespatla i Vall-de-roures] hay quien ha subido hasta su cumbre en la noche de San Juan, y haciendo no sé qué operación con una planta que por los puertos adentro se cría, ha visto ciertas visiones fantásticas, legiones de diablos y brujas, y no sé cuantas cosas más. Eso es un cuento, buen hombre; antiguamente muchos creían ser cierto eso y otras paparruchas por el estilo; pero ahora ya no se tiene noticia siquiera de semejante cosa, ni la creen más que alguna anciana y algún chiquillo; algo de esto dice un librote muy viejo que tengo en casa, pero ya su autor se lamenta que se dé crédito a tales puerilidades. La hierba que usted quiere decir es el helecho, o como llaman por aquí, la 'falaguera'; esa calumniada planta que tanto usan los carboneros en el arreglo y conducción de sus serones. El hombre se encogió de hombros, como diciendo: estos jóvenes no creen cosa alguna de lo que les cuentan los ancianos. Pero de veras, dijo como para variar de conversación, piensa usted subir al arca? Sin duda ninguna, le contesté. Pues no estará de más que tome usted alguna cosilla, algún refrigerio, y entretanto llegará un muchacho que tengo abajo en la huerta, y le servirá de guía. Justamente me había dirigido aquí con la intención de comer alguna cosa, y por consiguiente acepto el convite; pero en cuanto a la compañía del muchacho, renuncio, sin que por ello deje de dar a usted las gracias; no tengo pensado todavía el camino que he de tomar, y como yo deseo marchar divagando por esos vericuetos y matorrales, es inútil que venga guía alguno.

Poco después había despachado mi almuerzo; despedime de los masoveros, tomé el humilde báculo y emprendí la marcha por donde me pareció más a propósito. Tomé un sendero de leñadores próximo al barranco por entre verdes y hermosos bojes y coscojos, y después de una ascensión trabajosa por la mucha pendiente del terreno, conseguí subir a encaramarme por un peñasco hasta una especie de plataforma, formada por la misma roca, y que avanza hacia la 'hondonada' como la proa de un buque sobre el mar. Después de descansar aquí un breve rato, continué mi ascensión por una vertiente desbastada por los leñadores, cubierta de detritus que no han tenido el suficiente tiempo para convertirse en cantos rodados, y que en este estado son más a propósito para sentar el pie, en cambio lo lastiman, y teniendo la desgracia de que alguno ceda, de seguro llevará uno a casa, en el cuerpo, un retazo de plano topográfico y fotografía de que poder estudiar muy a su sabor. Por un áspero camino frecuentado solamente por los pastores, tomando una dirección oblicua y perdiendo de vista el barranco, se llega a una ondulación de la cordillera, en donde se encuentra un bosquecito de pinos jóvenes (porque los ancianos pasaron al dominio del hombre). Por último, después de difícil acceso, se llega al pie del peñasco, que por algunos puntos no baja de veinte metros de altura; formando todo él un poliedro irregular, compuesto de capas sobrepuestas de roca caliza. La naturaleza ha practicado algunas sinuosidades y asperezas, por donde se hace accesible, aunque con peligro. Desembaracéme del calzado, y con toda precaución comencé a trepar por aquellas hendiduras, que se hallan como pulimentadas por la planta de los que, movidos por la misma curiosidad, han tenido que pasar por aquella natural escalera. Tan difícil ascensión, sin embargo, se halla protegida por una especie de pretil perpendicular, formado por una aleta que se destaca de la roca, ocultando a la vista el precipicio. Sin este adherente que un capricho, quizá, de la naturaleza, ha dejado allí, como una balaustrada de esas obras antiguas que el tiempo no ha podido aún demoler, un vahido de cabeza, el chillido de un pájaro que cruzara el espacio, el leve silbido del viento, nos expondría a que una insegura pisada nos condujera al fondo del abismo. Por este camino, pues, que nada tiene de cómodo, ayudándome con pies y manos, y valiéndome de cuantos medios discurre la natural conservación, como quien escala una pared, llegué a un rellano o descanso que se encuentra allí, como hecho a propósito para dar al ánimo un momento de respiro; desde este punto, todas las dificultades están vencidas; se toma por un pequeño rodeo, y subiendo un corto repecho, nos hallamos en el término de nuestro viaje.

Al encontrarme en la planicie que forma lo más elevado de la roca, me senté al abrigo de una hendidura que encontré casualmente; limpiéme el sudor como mejor pude, pues había perdido el único pañuelo que llevaba, principiando de este modo a tocar las ventajas de mi curiosidad; pero el viento siempre sensible en estas alturas, a pesar de ser día caluroso y tranquilo, me obligó a ponerme en movimiento. Recorrí aquella natural azotea en todas direcciones, y pude apreciar su superficie que no baja de 1.400 metros cuadrados, siendo su longitud cuatro veces mayor que su latitud; pero estas medidas fueron tomadas a la ligera. (Nota: El Sr. D. José Senli, cura párroco en la actualidad, de la localidad de Valderrobres, hizo medir el arca al albañil de Torrecilla, Inocencio Cases, que lo verificó con todo detenimiento, habiendo resultado una altura por la parte norte de 27 metros, longitud de oeste a poniente, tomada sobre el arca, 201 metros; latitud de norte a sur en el medio del arca, 84 metros; ídem en los dos extremos, 42 metros. Siendo, por tanto, en superficie, de unos 13.000 metros cuadrados, o sea, una hectárea y treinta áreas.) [Prou correcte, perquè si fem un ràpid càlcul, amb ortofoto, ens dona prop de 15.000 m2, és a dir, hectàrea i mitja]

El suelo está compuesto en su mayor parte, de tierra vegetal, y formando un extenso prado, en donde crecen diferentes clases de plantas. Esta circunstancia la utilizan los masoveros del contorno, subiendo las reses estropeadas y abandonándolas en aquel paraje inaccesible, a las fieras. En medio existe una concavidad que se llena de agua cuando las lluvias son abundantes, y con un cobertizo que arreglan cuando les es necesario, no han menester aquellos animales más precauciones y guardianes. Su mejora y engorde suele ser rápido y seguro; pero acostumbrados a vivir en libertad con la naturaleza y sin ver persona alguna en muchos días, toman algo de estado salvaje, y se necesita algún trabajo para apoderarse de ellos. Empero todo esto es de poca importancia y se olvida momentáneamente, al tender la vista por el inmenso horizonte que, como por encanto, se presenta a los ojos del observador. ¡Qué sublime armonía de la naturaleza y del arte, de Dios y de los hombres! ¡Qué pequeñez en las obras de éste, y cuanta grandeza en las de aquél! ¡Qué ordenado conjunto en tan dilatado panorama!

A levante se presenta, como un cinturón de altísimas murallas, una cadena de montañas cuyas negruzcas y escuetas cabezas, avanzando hacia el vacío, caminan en muda procesión, precedidas del airoso y aguzante pico llamado de San Antonio, cuya ermita de Santa Bárbara [als mapes, muntaya de Santa Bárbara i ermita de Sant Antoni, dins del terme i a l'est d'Horta de Sant Joan], cual si se hallase colgada en los aires, parece una blanca paloma, o un espíritu puro, implorando clemencia contra el rayo y la tempestad. A sus pies yacen, como humildes musgos, los pueblos de Horta, Lledó y Aréns, informe conjunto de nido de golondrinas, construidos por los hombres, y que desde aquella altura semejan verdaderos puntos de descanso en eta vida prestada para una peregrinación.

Dirigiendo la vista hacia el norte, dilatados olivares y alineados viñedos demuestran allí la estancia del hombre; los terrenos cultivados y los bosques nunca abiertos por el arado producen muy amena variedad, las fajas de verdura que bordan las riberas del modesto Matarraña, ostentando exquisitos árboles frutales de todas las estaciones, el cuadro oscuro de las suaves colinas, el escalonado Valderrobres con sus cien oscuros miradores, su almenado castillo, doliéndose de su pérdida pujanza, su graciosa iglesia gótica de afiligranadas ventanas y esbeltos ajimeces [ventanas arqueadas, divididas en el centro por una columna]; más allá, los pueblos de Cretas y Aréns, el primero con su ermita de Santa Pelagia [és la patrona de Queretes, però no sembla que tinga ermita; serà una confusió per l'ermita de la Verge de la Misericòrdia, que sí te xipresos] y el segundo con la de San Pol, vestidas de gala con su nítida blancura, y adornadas de robustos cipreses; Calaceite, reclinado muellemente en una desnuda colina, y en cuya montaña vecina se asienta la ermita de San Cristóbal, cuya gigantesca estatua garantiza la protección de Dios contra el desalentado poderío de los hombres [sembla que parla de la del Sagrat Cor de Jesús], y a su pie, Santa Lucía, en un agreste collado, velada entre extensas hileras de seculares cipreses, [sembla que es tracta de l'ermita de Santa Ana] (Se continuará.)

[La Asociación, nº 125. Teruel 15 de Junio de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 3.

(Continua con el relato de su amigo)

y no lejos de este sitio, la desolación, la muerte y el olvido de un pueblo que ha perecido quizá para no volver jamás, el Mas de los Casos [despoblat de Massalió situat entre Calaceit i Valdeltormo; efectivament, està a pocs metres a ponent de la citada ermita de Santa Ana]. Todo este conjunto, entrecortado por olivados torrentes, pequeñas eminencias, casas de campo y humildes ermitas, que la piedad o el voto ha legado a la posteridad como un recuerdo, dan variedad y rústica armonía al paisaje.

Más allá la vista se ofusca, y solo se ve como el fondo de una linterna mágica, las grandiosas montañas del célebre Pirineo con sus nieves eternas. Dirigiéndose a objetos más próximos, para dar a la vista algún descanso de tan continuada extensión, vemos deslizarse la bulliciosa corriente del Matarraña, ya en estrecho álveo, y saludar a Torre del Compte, ufano con su esbelta torre y santuario de San Juan; lamiendo más lejos las paredes de Mazaleón, después de haber vivificado con sus cristalinos raudales sus fértiles campiñas, y saludando con su monótono murmullo a San Cristóbal, deslizándose por entre floridas riberas y ocultándose tras bravíos bosques, se dirige a la amena Maella, velado entre suaves colinas y desnudas vertientes, orgulloso con su magnífico puente de diez arcos, y más que todo, al contemplar las ruinas de su arrasado castillo, cuyos orgullosos señores feudales más de una vez tuvieron que pedir auxilio contra el poder de sus justamente indignados vasallos.

Al poniente se descubre en primer término Fresneda, en el declive de un áspero cerro, coronado por los escombros del castillo, con su encomienda que tanto respeto infundió en otro tiempo a los sarracenos. Su tortuoso calvario, plantado de cipreses y adornado de multitud de capillitas; más allá se destaca entre malezas y pinares, el virtuoso edificio de Nuestra Señora de Monserrat de Fórnoles, asentado sobre el camino de Valencia a Alcañiz, como para dar paz al viajero; en lontananza, a la derecha, la solitaria ermita de Santa Bárbara de Valdealgorfa, como centinela avanzado de las montañas; y en el fondo del cuadro, llanuras inmensas, aplomados celajes [ventanas?], torrentes de húmedos vapores, cuyos confusos remolinos atajan la vista y ocultan la fecunda cuenca del Guadalope, los dilatados llanos de Fuentes [Fuentes de Ebro], con sus inmensos viñedos y la antigua metrópoli [Zaragoza], la siempre heroica, la que adorna sus sienes con el laurel siempre verde de la victoria.

De mediodía a poniente, el arte desaparece casi por completo; allí la naturaleza se halla abandonada a sí misma, solo de trecho en trecho se descubren algunos rústicos caseríos que hacen más notable el contraste. La cadena de montañas que en esta dirección se extiende, divídese en multitud de sucesivos estribos, cuyas rápidas pendientes y ocultas hondonadas dan origen a fértiles valles y estrechas, pero frondosas, praderas que convidan con sus sabrosos pastos a los ávidos ganados. Estoy mirando los puertos de Beceite y sus vecinas colinas. Su áspero suelo se halla sujeto a todos los trastornos de nuestro globo, o acaso el dedo de Dios alzara las montañas y hundiera los valles, de diferente modo que los dejó en un principio; las capas de roca aparecen removidas de su primitivo asiento, con un movimiento de balanza de norte a mediodía, por una fuerza colosal, formando escabrosas pendientes y atrevidas curvas. En otras partes se van desgajando las rocas en inmensos detritus, como obedeciendo a un estremecimiento interior, triturando y arrastrando consigo corpulentas encinas y robustos pinos hasta el fondo del abismo. Todo aquí es grandioso, todo obedece a fuerzas inmensas que el hombre apenas puede comprender; todo se verifica en gigantescas proporciones que pregonan bien alto la omnipotente mano del Altísimo. En medio de este ciclópeo valladar de rocas, se encuentra el famoso Beceite con los tristes y dolorosos recuerdos que el fuego y el hierro de las discordias políticas han dejado impresos en sus calcinados edificios, ostentando hoy sus florecientes fábricas de papel, pero meciéndose todavía sobre la montaña vecina, un blanquecino fuerte, como un buitre de los Andes, pronto a arrojarse sobre su presa. Dos miserables cobertizos ocultos entre las ondulaciones de la cordillera fueron el provisional asilo de las primeras víctimas de la pasada discordia, y donde se proyectó fundir esa máquina de bronce [cañón?] que esparciendo la desolación y el espanto, destroza a hermanos que lidian contra hermanos.

Nota: Es muy probable que la central (eléctrica) se construyese sobre las ruinas de la fábrica de papel del Vicario, situada en la margen izquierda del río, y destruida durante las guerras carlistas del siglo XIX. Frente a ella se encuentra, en la margen derecha, el conocido como Castillo de Cabrera ['El Fort' en los mapas del IGN], que posiblemente se trate de una construcción medieval a la que se cambió el nombre debido a que en ese paraje se celebró una sangrienta batalla de las guerras carlistas, en 1834. cazarabet.com

Más arriba se descubre San Miguel del puerto [ermita i mas, ara San Miguel de Espinalbà, en terme de Beseit], tan festejado en otros tiempos y hoy casi olvidado, rodeado de laboreados campos, y flanqueado por talados pinares; y como sirviéndole de aureola, el Tozal del Rey, el más elevado de los puertos, punto de confluencia entre los antiguos reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, y tan célebre en la popular tradición que dice haberse juntado los tres Reyes en una mesa, sentados cada uno en su respectivo país.

Corriendo la vista más al mediodía, se esconde el sombrío barranco de Benifasar, el monasterio habitado en otro tiempo por opulentos monjes, a cuyo aspecto el viajero siente instintivo espanto, recordando los padecimientos de tantos infortunados como allí sucumbieron, víctimas de nuestras intestinas discordias. No muy a la izquierda, se notan también las ruinas del pueblecito de Refalgací Refalgarí [ja en terme de la Sénia], San Miguel [ermita y mas de San Miguel, entre Beceite y Refalgarí], asilo de bandidos según cuentan, arrasado y sembrado de sal por las fechorías que en todos aquellos contornos cometían sus inicuos moradores. Más al poniente se descubre Peñarroya, con su celebrada Virgen de la Fuente, que guardaron antiguos monjes templarios; abajo, Fuentespalda, con abundantes nogales y encinas, asomando furtivamente la cabeza por entre dos elevadas colinas; Monroyo, en tantas veces víctima de nuestras guerras civiles; y en último término, las pintorescas ermitas de San Rafael en Ráfales y San José en Belmonte, monumentos vivos de la piedad de sus moradores.

Todos estos objetos que en sublime panorama se presentan, perdiéndose sucesivamente en dilatados horizontes, engrandecen el alma, llenando de respetuosa admiración. Los picachos que próximos se levantan a oeste y poniente, con sus afiladas cumbres, el riachuelo que corre por el fondo del abismo, acariciando con tortuosas ondas la solitaria fábrica de papel, los peñascales que, como cortados a pico, parece que amenazan disputarle el paso, todo desaparece con la emoción de pensamientos más elevados. Allí comprende el hombre cuan extenso es su dominio y grande su poder. Él ha taladrado las montañas para inspeccionar el fondo de sus abismos, él ha sujetado el curso impetuoso de los ríos y bravura de los torrentes, reduciendo los páramos y eriales a cultivo, talando y despojando los bosques y pinares y abatiendo las encinas; ha cortado el remontado vuelo de las aves y atajado la veloz carrera de los cuadrúpedos, acosándolos en sus inaccesibles guaridas; ha sorprendido ignorados secretos de la naturaleza sujetando el rayo; ha averiguado la vida orgánica de las plantas y sus misteriosas funciones, la incomprensible existencia de millones de microscópicos seres cuyo innumerable conjunto ha llegado a formar inmensas rocas, y aún bancos y terrenos geológicos. Solo al levantar la frente y fijar sus ojos en ese inmenso tabernáculo azulado que nos cobija, halla el hombre algo más grande que él; solo allí comprende un ser superior que todo lo domina, y que podría, a impulsos de un leve soplo, trastornar todo lo conocido.

A tal punto de emoción llegó mi ánimo con tales pensamientos, que permanecí un rato como absorto e insensible; pasados estos momentos, creí llegada la hora de regreso, y emprendí mi descenso con más precauciones que al subir, y absorto en mis observaciones, después de dos horas de camino, me encontré en mi casa. (Hasta aquí el señor Pardo.)

Ya tenéis conocida, mis amados lectores, esa peña llamada caixa o arca de Valderrobres, y la magnífica vista que presenta al que en ella pone sus pies; ahora continuaremos nuestra marcha. Después de haber bebido en la Fuente del baño [Font dels Banys], llegamos a un reducido prado junto al barranco, en donde echamos de ver el 'Ranunculus bulbosus', muy encomiado por los masoveros para combatir el 'carbunco' o pústula maligna. Por momentos parece que nos iban comprimiendo aquellas eminencias, hasta llegar a un punto donde solo un estrecho camino había en la margen derecha del barranco; presentando allí, la naturaleza, dos estribaciones en forma de talud que le dicen al hombre: "coloca aquí una presa y te fertilizaré los campos"; empero la falta de acción y de capital dejan que de tiempo en tiempo, pasen bramando por aquella angostura, multitud de metros cúbicos de agua, y vayan a descansar en el Mediterráneo.

Al salir de aquel estrecho, entramos en un terreno despejado, llamado Pla de la freixa. Nueve masías se dejan ver en aquella cuenca, aunque haya alguna deshabitada; y como nada presentaba de particular a nuestras miras, seguimos sin interrupción hasta el sitio llamado pas del Llop, donde al pie de una fuente, en la izquierda del barranco, hicimos un corto descanso, bebiendo su cristalina y frígida agua, en cuyos alrededores abundan el 'Ranunculus bulbosus' y el 'Trifolium agrarium'.

Nota: (Do Diario de Avisos) No dia 25 tambem uma facção de 108 homens segundo uns, e 180 segundo outros, esteve em Plá de la Freixa, distante uma hora de Beceite e duas de Valderrobres, e pernoitou em Mas de Negret [en Pena-roja de Tastavins], ignorando se o chefe e a direcção que tomaram depois. [O Commercio do Minho. Sabbado 5 de Julho de 1873. csarmiento.uminho.pt]

El pas del Llop es un terreno escabroso y de penosa ascensión, muy poblado de bojes con algún pino; puede este sitio llamarse la entrada de Valderrobres a los puertos. Pasado este estrecho-cresta, se va descendiendo poco a poco, entrando a seguida en una pequeña anchura en la izquierda del barranco, sobre la que se presenta la masía de las Tapias, como diciendo: "soy el recibidor, la antesala de estas asperidades". En efecto, a partir de aquí ya no hay más que un estrecho barranco en el que sus aguas, ora se ocultan a los ojos del viajero, ora (Se continuará.)

[La Asociación, nº 126. Teruel 30 de Junio de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 4.

vuelven a aparecer en razón a la permeabilidad del suelo, siempre en escaso caudal si no preceden lluvias. El barranco es el camino más practicable para aquellas alturas que tratábamos de recorrer e inspeccionar, y que los moradores de aquella región habían abierto por entre aquellas rocas calizas, con dificultades para ellos y sus caballerías; solamente la costumbre aminora, en parte, (a) aquellos. Marchábamos oprimidos por entre aquellas laderas, y mientras mis amigos dirigían sus miradas a los pequeños arbustos y plantas que por allí vegetaban, yo, levantando mi mente al Supremo Artífice, exclamé. "¡Señor, cuan grande debió ser la falta de la primera criatura, que así transformasteis la deliciosa vivienda en que fue colocada! Allí jardín ameno rebosando felicidad y ventura, aquí erizadas cumbres, asilo de fieras, reptiles y desalmados!".

En esta contemplación me hallaba cuando me sorprende la voz de: "La vela del pastor", dada por nuestro guía el 'tío Silverio', llamando nuestra atención hacia una columna informe que la naturaleza ha colocado pegada por su base a una de las rocas del lado derecho del barranco, con su erguida cúspide, como un vigía pronto a impedir el tránsito por aquel desfiladero. ¿Y por qué llaman a esa pilastra 'vela del pastor'?, preguntamos al 'tío Silverio', y con aquel aplomo y formalidad que le era característica, nos contestó que, uno de los pastores que discurrían por las alturas con sus ganados, llegó cierto día a pasar con otros por allí, y con el objeto de hacer ver su destreza y valor, subió difícilmente a lo más alto, y se colocó de cabeza levantando los pies al alto, permaneciendo un rato en aquella posición, que sus compañeros llamaron 'estar en vela', y desde entonces se le conoce, o se la designa con el nombre de 'vela del pastor'. Estas cosas y muchas más que nos contaba el 'tío Silverio', hacían nuestro viaje menos pesado, y aquellas fatigosas cuestas, de más fácil ascenso, sin que por esto dejáramos de vez en cuando de plantarnos, para dar un pequeño desahogo a nuestros órganos respiratorios.

Como nuestro principal punto de investigación debía ser lo más escabroso de los puertos, hacíamos caso omiso de las laderas y sinuosidades que en el tránsito se nos ofrecían estimulándonos con su vegetación; así que, después de algún tiempo que marchábamos por el fondo del barranco, lo dejamos, tomando una cuesta que hay a su derecha, para dirigirnos a las masías de San Miguel.

Sin embargo de que el tío Silverio era un hombre rústico, que apenas había salido alguna vez de aquellas asperidades, tenía luces naturales y filosofaba con algún acierto. Esos puertos (nos decía) contaban, dentro de la jurisdicción de Valderrobres, con un número de pinos maderables que no bajaría de 60.000, antes de la guerra de los siete años; una buena administración y exquisita vigilancia hubiera proporcionado al municipio un arbitrio de 1.000 pinos anuales, en valor de cinco pesetas (cada) uno, y al fin de 60 años, estarían los montes con nuevos pinos maderables por el crecimiento de los jóvenes. ¡Ah! las guerras son temible azote. Tiene usted mil razones, ¿y cómo es que estos, que perfectamente comprende usted, no pasó por la mente de las personas más autorizadas de la población? Es muy fácil de adivinar. Este país, y muy particularmente, estos puertos, son la guarida de los que se echan al campo en las discordias civiles; así que, hasta para los vecinos de Valderrobres, puede decirse que es un terreno vedado. Los masoveros que tan atormentados se ven con los que vienen a ocultarse, a descansar y aún a curar sus dolencias, no siendo suficientes sus tierras para cubrir las necesidades, además de leña y carbones, que continuamente extraen, como también alquitrán y otros productos, han ido cortando pinos, ya para vigas, ya para tablas, hasta dejarlos como se ven, en esqueleto.

Según usted se explica, estos montes serían una selva continuada. Aún cuando soy hijo de estos puertos donde tengo parte de la familia, no puedo menos de confesar que, hasta la tierra que miran ustedes cultivada, la mitad lo menos podría decomisarse. Yo en la guerra civil de los siete años [primera guerra carlista (1833-1840], de fatal memoria, fui nombrado alcalde de estos puertos, con documento justificativo y con omnímodas facultades por el cabecilla Cabrera; y claro está que siendo mi misión atender al orden, equidad y justicia en este terreno, apenas salía de él; por consiguiente, ¿cuánto es lo que durante aquella época podría observar? pero ¿qué había de hacer con los infelices masoveros, así como con los pobres carlistas que venían a estos abrigos? favorecer a unos, y ser ciego y tonto con todos, aún cuando de vez en cuando dejase oir de mi boca la razón y la justicia. Y ¿quién le había de decir al alcalde del puerto, que el General Espartero había de aprobar tal nombramiento? ¡Cómo! Exclamamos; es cierto eso, tio Silverio? Como ustedes lo oyen; pero es toda una historia, que prometo dar a conocer cuando se nos presente una ocasión y sitio a propósito. Aceptamos, y desearemos llegue pronto ese momento.

Aquí llegamos, cuando el tío Silverio se despidió de nosotros para marchar a la masía de su hijo, encargándonos no dejáramos la cuesta, que ella nos conduciría a San Miguel, y prometiéndonos vendría a encontrarnos en el Bojar. Seguimos la marcha, llegando luego a un punto menos pendiente en el que abundan unas tablas de jaspe morado y amarillo sueltas sobre el terreno de las que nadie hace uso, solamente una para moler colores he podido ver en Valderrobres; nos apetecían aquellas piezas pero las dejamos en su lugar por su mucho peso, y pasamos adelante principiando a subir un barranco. Fatigados por la pendiente y el calor, discurríamos dónde hacer alto para tomar un bocadillo, remojando después nuestros esófagos con agua o vino, porque de ambos líquidos llevábamos provisión, cuando divisamos muy próxima una masía llamada La Manzanera [Mas de la Maçanera]; ignoro por qué, pues no vimos por aquellas inmediaciones tal árbol futal, y unánimes acordamos llegarnos a ella y descansar el resto del día. Así lo verificamos sin que a nuestro arribo tuviéramos un amable recibimiento; porque la masovera se encontraba sola y con un dolor de muelas que la tenía de muy mal humor; y por consiguiente, no estaba en caja para recibir huéspedes, si es que de alguna manera sabía recibirlos. No digo esto con intención de herir la proverbial honradez de aquellos campesinos, porque son francos y algún tanto generosos y amables; sí porque las formas cultas, las maneras de buena sociedad, no han llegado todavía a aquellos habitantes. Yo, aficionado a la medicina, y por consiguiente a dispensar todo el bien posible al que padece, filosofaba del modo siguiente. El dolor de muelas, especialmente en las mujeres, debe ser esencialmente nervioso; de manera que, un narcótico podría, por algún tiempo, mitigar esos dolores; y pregunté a la masovera si se criaba por allí el beleño; me contestó afirmativamente; salí en su busca, encontrándolo en las inmediaciones del edificio; le ordené se pusiera una cataplasma de hojas picadas, esperando que con ello hallaría alivio, como así sucedió. No pensé preguntarle si se hallaba encinta, o si padecía de histerismo, y aún cuando las causas que producen la odontalgia son diferentes, y diferente debe ser el modo de combatirla, no miré más que a su constitución nerviosa, y por tal creí útil, cuando no podía allí ser otra cosa, propinarle el Hyoscyamus niger L., como he dicho. En ciertos casos se aconseja masticar hojas de tabaco y el pelitre, empero lo que quita sobre la marcha el dolor de muelas es un sorbito de tintura de jengibre dilatada en agua (partes iguales) que se inclina a la parte dolorida, tirándola luego que incomode en la boca. Diría que la odontalgia reconoce por causa una lesión local, como también puede ser síntoma de una afección general, pero esto no es aquí del caso.

Pasamos las horas del calor en la masía, y cuando el sol marchaba hacia su ocaso, salimos a recorrer los alrededores y sus alturas en donde recogimos algunas plantas, viendo diferentes que por ser tan comunes las dejamos en su lugar: entre otras nombraré un Lathyrus, el Thymus grandillorus, el Cynoglossum dioscorides, el Fhiteuma spicatum, una Euphorbia, el Ononis aragonensis y otras varias, siendo muy abundante el helecho Polystichum filix faemina [Athyrium filix-femina], vulgo falaguero [sic], planta muy respetada por los ganados. Recuerdo que nuestro catedrático de patología decía, hablando de las propiedades antielmínticas de esta planta que, acostado un niño que tuviese lombrices, en un cojín o almohada de helecho, quedaba libre de ellas. Algo supersticioso me ha parecido este aserto, empero si es cierto habrá que creerlo.

Pues bien; subimos un barranco no muy pendiente, descansando más de una vez hasta ganar la cumbre; y desde allí tendimos nuestra vista a todos lados, contemplando montañas cubiertas de guijarros calcáreos más bien que de vegetación alguna. A nuestro frente se presentaban dos masías de Beceite, y a nuestra derecha, en la falda de la montaña, la en que habíamos sentado nuestros reales, sin más producción en todas las de aquellos montes que el trigo centeno, sin embargo, siembran algún garbanzo y patatas, que son excelentes, así como también guijas, mas como estas cosechas no pueden llenar sus atenciones y cubrir completamente sus necesidades, se dedican a la cría de ganado lanar, de cerda, abejas y aves; que con la leña, maderas y carbones, lo pasan perfectamente bien, salvo raras excepciones; pues en todas partes y clases se encuentran desgraciados, sea por la causa que quiera. Próxima a nosotros, vimos una peña de la que se desprendía agua, gota a gota; nos (Se continuará.) [...] [nº 126, de 30 de junio]

[La Asociación, nº 127. Teruel 15 de Julio de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 5.

llegamos a ella, y observamos un reducido vaso formado, sin duda, por la constante caída del cristalino líquido, que apuramos con facilidad. Desde allí descendimos a nuestro alojamiento, y mientras los amigos colocaban en el herbario las plantas recolectadas después de haber estudiado sus caracteres, yo confeccioné la cena. cuando más distraídos estábamos, nos sorprendió una voz grave que exclamó: ¿Dan posada en esta casa? introduciéndose en ella sin esperar la contestación, circunstancia que nos hizo comprender a seguida la costumbre o familiaridad que entre él y los masoveros debía mediar. En efecto; era el ermitaño de Vallibona que, con la imagen de Santo Domingo, recorría en determinadas épocas, las masías de aquellos puertos, y ahora venía (a La Manzanera) a la plega de lana*. No hay que admirarse, todo ripio hace pared. Cuando el masovero terminó sus faenas agrícolas y regresó a su casa, quedó sorprendido en vista de tanto huésped, empero luego que se enteró de nuestra misión y de que yo era el veterinario de la villa, se mostró complacido y generoso, pues nos obsequió para postre, de cena, con nueces y miel, que supimos apreciar.

*Nota: "...però en aquell moment aparegué l'aplegador de la Mare de Déu del Món, que al temps de la plega de la llana, anava a cercar-ne un velló com cada any..." ROIG I RAVENTÒS, Jospe (2006): Argelaga florida. [ambientada a l'Alt Empordà] [vista parcial en books.google]

Día 23 (de Junio, 1857).

Serían las cinco de la mañana cuando salimos del mas de la Manzanera, gozando del ambiente embalsamado tan propio de aquellas montañas, sin sentir por entonces la fuerza de los rayos solares que muy luego nos habían de molestar; y sin embargo de que fuimos siempre ascendiendo hasta las masías de San Miguel, departíamos amigable y alegremente, haciendo por este medio menos molesta nuestra marcha. Yo tenía vivos deseos de ver San Miguel del Puerto, tanto porque siempre fui aficionado a visitar santuarios, como porque allí están las dos masías más ricas del término de Valderrobres y de más historia. Llegamos, por fin; y aunque es un sitio sumamente elevado, todavía se halla rodeado de mayores alturas descollando entre ellas el Tosal del Rey. Estas masías, que forman un grupo de edificios informes y poco elevados, íntimamente unidos, tienen a su entrada, la primera, lo que se dice ermita de San Miguel, que de todo tenía figura menos de lo que representa, con una puerta pobremente construida y peor conservada; siendo todo, o figurando más bien, un pajar que una iglesia; es la vergüenza de Valderrobres, y muestra muy fehaciente de la desidia y abandono de los masoveros. ¿Qué les costaría a estos, teniendo en el terreno los materiales necesarios, el reedificar el santuario y poner al Santo en un estado decente?

Nota a pie de página: Hará como unos seis años (1882 aprox.), el Sr. D. Joaquín, propietario de Valderrobres, muy devoto de San Miguel del Puerto, ayudado de algunos masoveros y de limosnas recolectadas en el pueblo, quiso reconstruir la tal Capilla o Ermita, mejorándola notablemente. En efecto; se construyó un bonito arco, terminando con la campana y la cruz, para dar entrada al lugar de la Capilla e indicar ya de lejos que aquel lugar era un edificio consagrado al Culto de Dios; se elevaron las paredes de la ermita como unos dos metros, y se dio al tejado la regularidad que no tenía, de tal modo, que en la actualidad (1888), casi parece una bóveda perfecta; se construyó en alto, sobre la puerta de entrada, un bonito coro, capaz de 24 personas; se blanquearon perfectamente las paredes, y merced a todo esto, hoy la Ermita de San Miguel del Puerto, si bien pobre, es una iglesia limpia y decente, en la que ya no repugna dar culto al Altísimo.

A esta ermita vienen todos los años, sin embargo de sus seis horas de camino quebrado, los vecinos de Valderrobres en procesión, con el Coadjutor y un concejal representando al Ayuntamiento. Salen de la villa la víspera al medio día con dulzaina y tamboril, a primeros de Mayo, y al llegar a un tiro de bala, cesa la formalidad; el Coadjutor, despojándose de los ornamentos que quedan en la torre llamada de Sancho [masía Torre Sancho, a les afores de Vall-de-roures], hasta la vuelta, monta en una mula, y siguen hasta las inmediaciones de la Ermita, en igual formal. Allí se reunen los masoveros de aquellos puertos con algunos vecinos de Fredes; pasan la noche bromeando y dando buena cuenta de los pellejos de vino [als Ports, 'botos'] que llevan los taberneros de Valderrobres, y al día siguiente, después de despertar, sale el rosario por aquellas montañas más próximas, teniendo lugar una misa con su correspondiente sermoncito. Más tarde, los masoveros de ambos sexos, habiendo dejado sus zuecos en casa, echan al aire sus macizos cuartos inferiores, y con compás o sin él, al son de la dulzaina y tamboril, hacen sus correspondientes piruetas; y luego, después de haber almorzado fuerte, se despiden para volver a Valderrobres unos, y otros a sus masías. No haré mención de la gran pausa que la comitiva hace en el Mas de Marco, donde se merienda juntamente con varios de la villa, que hasta dicha masía se llegan a recibir a los que vienen de San Miguel; de los bailoteos y demás que allí tienen lugar, como si necesario fuese el que anduvieran revueltos lo profano y religioso, ni tampoco de la llegada a Valderrobres, y la procesión de los caracoles*, así llamada por los miles de luces que con tales cascarillas adornan toda la carrera desde el principio del arrabal, porque sería larga digresión; y seguiré.

*Nota: A Verges (Baix Empordà), es fa una processó la nit del Dijous Sant que lliga prou amb aquesta dels caragols, es diu la "Processó de Verges". Es veuen imatges de closques -o 'cloves' que en diuen allà- de caragols de l'espècie Cornu aspersum enganxades a les parets d'un carrer que es diu, precisament, "Carrer dels Caragols", amb una pasta feta amb cendra de la brasa, aprofitant que uns dies abans es fa una bona caragolada. Es posen a banda i banda del carrer, a una alçada de dos metres per tal d'evitar cremades a la gent. S'omplen d'oli de coure els bunyols de vent -diuen-, molt típics de Setmana Santa, i amb una mica de fil de cotó o 'ble' [metxa] de compra, ja fet, s'encenen. Diuen que el resultat és espectacular. laprocessodeverges.com

En las masías de San Miguel hicimos un poco de descanso, el suficiente para almorzar el fámulo [sirviente] y yo, porque mis amigos no creyeron oportuno tomar cosa alguna. Preguntamos por el camino que debía conducirnos al Bojar, y por fortuna se hallaban en aquella masía una mujer y un muchacho del referido pueblo, que habían venido a comprar dos cerditos y se preparaban para partir; así que nos asociamos a ellos con la más buena voluntad. Llevaba el muchacho dentro de una canasta, y al hombro, los animalitos, y con el objeto de aliviar al pobre mozo de aquella cruz que necesariamente debía fatigarle por aquellas asperezas, le obligamos a descargarse y colocar sobre el borriquillo su canasta, pero al bajar el cesto, se destapó algún tanto, y fueron tan listos aquellos prisioneritos, que tan pronto estuvo en tierra la canasta como ellos corriendo por aquellos campos, y véame usted tras ellos a toda la comitiva, corriendo para darles alcance, pero ¡ca! ¿Farmacéuticos y Veterinario para coger gorrinos en el monte? ¡Ya ya! Los animalitos burlándose de nuestro propósito, con ese lenguaje que les es propio, tomaron el 'tole' para su domicilio, y allá hubo que volver nuestro mozo con el muchacho donde pudieron atraparlos y traerlos en brazos, hasta colocarlos otra vez en el cesto con toda seguridad. Esta escena, sin embargo de que los rayos solares se dejaban sentir, produjo alguna hilaridad. Por fin seguimos sin novedad por aquellas subidas, más bien camino de cabras que de personas, hasta que en lo más encumbrado y en un terreno más llano, encontramos un anciano cuidando una piara de cerdos, que se sorprendió con nuestra presencia; mas como viera que formaban parte de la comitiva la mujer y muchacho del país, se tranquilizó.

Echamos de ver una genista perfectamente florida, y le preguntamos al anciano pastor si conocía aquella planta, contestando afirmativamente y que le llamaban la bocha de la roña. También nos dijo que el ganado la respeta en términos que únicamente cuando se ve acosado por el hambre, la toma, no haciendo caso de ella sin esta necesidad. Yo quisiera manifestar, para utilidad de ganaderos y agricultores, cómo emplean los naturales la referida planta para combatir la sarna, empero lo ignoro, si bien opino que harán algún cocimiento y friccionarán con él los puntos donde aparezca la erupción.

Nos separamos en aquel punto, y luego divisamos al Bojar, mas como todavía nos encontrábamos distantes una hora, hicimos alto en un grupo de masías llamado Mas blanc. A su sombra saboreamos el chorizo de Vich con queso por añadidura, y remojándolos con unos tragos, dimos una satisfacción a los estómagos que no se hallaban muy conformes por aquellos vericuetos. Principiamos a descender hasta la canal Sen Pavía canal d'en Pavia [o Riu de la Canal], que es un barranco bastante ancho por aquel punto, célebre en otros tiempos por los robos y asesinatos; más hoy, nada de particular dice la crónica.

A la una y media llegamos al Bojar, llamado así por la abundancia de bojes que en sus inmediaciones se crían, aún cuando sean muy comunes en todos los puertos que teníamos a la vista, como que llega a molestar el poco grato aroma que despiden; sin embargo, la industria y los hogares han disminuido notablemente estos arbustos, aunque es combustible que aprecian poco los del país. La población, situada en el costado de una montaña, tiene un Cura, un Cirujano y un Veterinario. Nos hospedamos en casa del último, a quien conocía el amigo Pardo, sin intención de serle gravoso; porque llevando lo necesario, no queríamos abusar, máxime debiendo permanecer en aquel pueblo algún tiempo. Nos recibió con la naturalidad de un hijo del pueblo, y se conoce que sus huéspedes le inspiraron una franqueza sin límites, porque ya no le volvimos a ver durante nuestra permanencia. Lo restante del día lo pasamos descansando, visitando únicamente las tortuosas calles con sus pobres edificios, la iglesia y la fuente, retirándonos, ya entrada la noche, a descansar.

Día 24, San Juan (1857).

Luego por la mañana, salimos de casa a recorrer las inmediaciones de la población, áridas y ásperas por cierto, volviendo cansados y con escasísima cosecha; se ordenaron las plantas, y nos desayunamos, preparándonos luego para asistir a la única misa en honor del Precursor del Mesías. La Iglesia ocupa la parte más culminante de la población, y desde donde nos encontrábamos, veíamos el Mediterráneo y la villa de Vinaroz como si estuviese a nuestros pies. Por la tarde, recreamos la vista con afán sobre aquella faja azulada, con algunos puntos de trecho en trecho que parecían gaviotas o cisnes, cuando sonaron las campanas llamando (Se continuará.)

[La Asociación, nº 128. Teruel 30 de Julio de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 6.

a los fieles para las vísperas; y como ningún compromiso nos impedía, convinimos en asistir a aquel acto religioso. Entramos en el coro, y con sorpresa nuestra, recibimos, en lugar de vísperas, unos gozos a San Roque y San Ramón, con una parte de rosario. Como a mí siempre me ha tocado la peor parte, sin duda por mi humilde y pacífica condición, tenía junto a mí uno de los cantores, que me dispensaba un hedor a fósforo tan repugnante, que no sabía dónde poner mis narices; terminó, por fin, sin novedad, dándome buena prisa en dejar el local, aunque sagrado, para aspirar ambiente más puro.

Volvimos a inspeccionar el terreno por la parte opuesta que por la mañana lo habíamos hecho, y nos llamó la atención un arbusto que a poca distancia de la población había, desconocido para nosotros; y como llegase por casualidad un anciano a donde estábamos contemplando aquella especie, le preguntamos si sabía algo de aquel arbolito, contestándonos le llamaban mentirol; que hacía un fruto verde en un principio, que después se volvía rojo y finalmente negro, todo él en racimos; que los gorriones lo comen con avidez. Sus flores son blancas y se presentan por San Juan. Seguimos la marcha por aquellas laderas, encontrando algunas plantas dignas de nuestra atención, que recogimos, y nos volvimos a casa para marchar luego a la Pobla de Benifasar. El arbusto llamado vulgarmente mentirol, resultó ser el Viburum lantana [sic] de Lineo.

A las cinco de la tarde salimos del Bojar con una temperatura demasiado fresca; y para hacer el viaje menos molesto, me dirigí al tío Silverio con esta pregunta: Dígame V. tio Silverio; por estos montes se criarán diferentes animales así como también caza, eh? Sí señor; abundan conejos y perdices; algunos inviernos se presentan ánades en los barrancos, y respecto a otros animales, sin hacer mención a los lobos y raposas, hay algún ciervo [corzos?], cabras monteses, ardillas, erizos, etc. Pájaros hay varios, pero los más notables son las tórtolas, palomas torcaces, petirrojos, piñaroles [piquituertos] y trencahuesos [picogordo]. Y reptiles también los habrá? Alguna culebra, pero lo que más abunda son lagartos, víboras y arraclanes [sic]. Supongo que los masoveros ignorarán la vida y costumbres de tales animales? Los miramos como habitantes de estos puertos, compañeros nuestros y nada más: cogemos artificiosamente conejos, perdices y turcazos, y respecto a los mayores, si tropezamos con alguna cría y podemos cogerla, lo hacemos. Esto es todo. Pues mire usted, tienen sus usos y manera de vivir; algunos muy curiosos, por cierto; y ya que tocamos esta materia, diré alguna cosa principiando con el mayor: el ciervo. Este hermoso animal tiene cierto instinto para burlar a los que le persiguen. Cada año ponen un cuernecito, y en la primavera se desprenden de ellos ya por un ligero esfuerzo enganchándolos en alguna rama, o desprendiéndose por sí mismos. Los viejos pierden sus cuernos a primeros de Marzo, y los demás según sus edades, en diferentes épocas. Luego que han perdido sus cuernos, se separan, no quedando juntos más que los jóvenes; se refugian en los mejores sitios, sotos nuevos y claros, donde permanecen todo el verano para recobrar sus cuernos, y cuando los tienen, caminan con la cabeza baja para no tropezar en las ramas con los cuernos jóvenes, que son muy delicados. Poco tiempo después de haber renovado y bruñido sus cuernos, empiezan a sentir las impresiones del amor, salen de sus sotos y buscan a las ciervas, braman con voz muy fuerte y andan como furiosos hasta encontrarlas. Cuando dos ciervos se tropiezan junto a una hembra, riñen para obtener la posesión, hasta la muerte de uno de los dos. Los viejos son siempre los dueños más fieros, de manera que los jóvenes no se acercan ni a ellos, ni a la cierva, esperando que la hayan dejado. Mucho más podría decir de este hermoso animal, ya respecto de su preñez, alimentación, oído, olfato y demás, como de su docilidad una vez domesticado, empero sería largo y pasaremos a otro.

Cabra montés: esta es del tamaño de un macho cabrío, tiene barba espesa y negra y sus cuernos con dos arrecifes longitudinales, siendo más pequeños los de la hembra. Viven en manadas que dirige un macho cabrío viejo. Su olfato y agilidad para huir son extremados, de una manera que difícilmente se cazan. Cogidas en su juventud, se domestican y producen como las cabras comunes. Nada diré a usted de la cabra silvestre [asilvestrada?], que será sin duda alguna la que conocerán por estos puertos en lugar de la montés, la que según Cuvier es el origen de todas las cabras domésticas, pues de éstas se sabe lo suficiente.

Ha nombrado usted los ánades que se dejan ver en el invierno por estos barrancos, y solo diré de ellos, supuesto hay en Valderrobres afición a la cría de patos, que son el tronco de todas las razas de patos domésticos. A mediados de otoño principian a presentarse. Por la primavera anidan entre los juncos, a veces en matorrales y hasta suelen poner en los nidos de las cornejas; ponen de 8 a 14 huevos de un color gris verdoso, y dura la incubación un mes. El macho se pone de pie junto al nido y lo defiende contra los demás. Son foscos hoscos, y cuando se les priva de libertad, se esfuerzan en recobrarla; mas después de algunas generaciones, se vuelven familiares.

Pero dejemos estos palmípedos y vamos al petirrojo, animalito que tendrá usted tan visto, pero muy poco conocido, porque se le mira con poco interés. Pues bien, el petirrojo o pardillo, pasa todo el verano en los bosques y no se acerca a las viviendas sino cuando se marcha en el otoño y a su vuelta por la primavera, como si tratara de despedirse entonces y de anunciarse ahora, si bien es momentánea esta última presencia, pues se apresura a marchar bajo el nuevo follaje de las selvas, buscando allí la soledad y sus amores. No habrán ustedes observado quizás sus nidos, porque después de construidos, los cubren con un montón de hojas, no dejando más que una entrada estrecha y oblicua, que tampoco tapan con una hoja cuando salen de él. Ponen 5 y aún 7 huevecitos, y durante la incubación y cría, el macho alegra los bosques con su canto ligero y tierno; la hembra es su única sociedad, toda otra compañía le es importuna. No hay pájaro más madrugador. Es el primero que se despierta dejándose sentir desde los primeros albores del día, así como también es el último que se oye y se ve revolotear al oscurecer. Efectivamente es cierto cuanto usted dice; yo que durante la guerra civil de los siete años vivía más de noche que de día, he podido apreciar mucho de los que ha explicado usted, porque parece que a fuerza de verme generalmente solo y pacífico, se habían familiarizado conmigo toda clase de animaes de estos bosques; de manera que, más de una vez, me he entretenido mirando la destreza y agilidad con que el petirrojo cazaba los insectos y gusanos.

Además de las tórtolas y turcazos, ha nombrado usted, tío Silverio, piñarols y trenca huesos, ¿qué clase de pájaros son que no tengo noticia de ellos? ¿Esos nombres serán vulgares? - Llamamos Piñarol a un pájaro bonito que tiene agradable canto y se alimenta de los piñones que tienen las piñas de estos pinares; y el trenca huesos [de 'trencapinyols'], es un pájaro de gruesa cabeza y pico corto, pero de tal fuerza, que rompe los huesos [o 'pinyols'].

El hombre, tío Silverio, tiene el imperio de la naturaleza; todo se hizo para él. Cuando pienso en la variedad de aves y en sus metódicos cantos, no puedo menos de sentir una gratitud extremada hacia nuestro Criador [sic]. Sí, a despecho nuestro es preciso que las aves canoras nos embelesen; preciso es que cumplan la orden de la Providencia; esclavos en nuestras casas, multiplican sus cánticos. Saque usted los ojos a un ruiseñor, y verá cómo conserva su voz componiendo más agradables notas.

Empero basta de aves y vamos a otros animales que usted ha nombrado. La Ardilla. Este es un precioso animal que habita en los bosques, dócil y muy listo; alguna veces caza pájaros pero generalmente se alimenta de frutas, almendras, avellanas y bellotas. Lo debe usted conocer bastante, ya por verlo por estos pinares, como también domesticado en Valderrobres; es lo que generalmente llama el vulgo esquirol. Ah! sí señor, ya lo creo, mucho que sí, por cierto que algunos ratos he pasado observando sus operaciones y agudezas. Son muy tunos: si viera usted cómo huyen de las miradas del que llega a pasar cerca de ellos... Lo sé, sí señor; habita en la copa de los árboles, y no baja a tierra si no es para revolcarse por la yerba y cuando las ramas son muy agitadas por los huracanes. Como son tan recelosos, construyen varios nidos bastante distantes, y la hembra, aún sin ser inquietada, muda con frecuencia sus hijuelos de uno a otro, llevándolos en la boca. Por la mañana cuando brilla el sol y en el bosque reina profundo silencio, los baja a tierra, colocándolos encima del musgo para que jueguen. Si se le sorprende en tal práctica, coge uno y lo pone en una bifurcación de una gruesa rama y vuelve por otro, haciendo con todos lo mismo. La cola en forma de penacho, le da un aire y realce hermoso; ordinariamente se apoyan sobre los pies y se sirven de las manos para llevar la comida a la boca.

Vamos al Erizo, animal que no sabe más que una cosa, pero de gran mérito, defenderse sin pelear y herir sin acometer. Como es tan débil y tardo en sus movimientos, la naturaleza le ha concedido una armadura tan espirituosa que, (Se continuará.)

[La Asociación, nº 130. Teruel 30 de Agosto de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 7.

juntamente con la facultad de arrollarse como una bola, le hacen temible o invulnerable; añádase a esto el que, el temor le hace expeler su orina, cuyo hedor y humedad se esparcen por todo el cuerpo rechazando disgustados a sus enemigos. Cuando el macho y la hembra quieren juntarse, como su armadura les incomoda, se ponen derechos o tendidos y de este modo ejercen sus funciones reproductoras. Se alimentan de frutas, moscardones, escarabajos, grillos, gusanos y algunas raíces. Les gusta mucho la carne cruda o cocida.

Me parece muy prodigioso D. Lorenzo, cuanto deja usted manifestado; y siendo así como no dudo todo cierto, veo o creo ver en los animales alguna inteligencia. ¡Inteligencia en los animales! Con esa observación, me coloca usted en un terreno harto difícil. Sin embargo diré que, unos animales más que otros, tienen la facultad de retener, para renovar o reproducir las ideas prefijadas, y de aquí han deducido muchos observadores que en los animales hay inteligencia y raciocinio; empero yo, a pesar de ser muy poco competente, no admito, no puedo admitir ese entendimiento; no creo ver más que instintos y memoria. La inteligencia es la facultad de pensar, llámese pensamiento o entendimiento. Cuando un nervio de la economía anatomía recibe una impresión y la trasmite al cerebro, el animal la percibe, y el espíritu presta su atención. Tenemos, pues, dos actividades; la sensación que pertenece al cuerpo, (y) la atención al alma. Según la entidad, el valor de estas circunstancias, vendría la observación, si se dirige a un objeto material, o la reflexión, si se dirige a la conciencia. ¿Qué conciencia quiere usted que tenga un animal de sus actos? instintos y memoria, nada más; y en virtud de esta memoria, se podrían citar hechos infinitos, algunos muy curiosos de diferentes animales, y en especial del perro. Diré a usted uno del animal de menos alcance: el gato, según lo he visto descrito: Tenía una familia la costumbre, cada vez que la gata paría, de quitarle uno de sus hijos cada día hasta no dejarle más que uno; después de varias veces de repetir este hecho, llegó por fin el parto, y cuando ya le habían quitado uno de los recién nacidos, fueron al día siguiente a repetir la operación y encuentran a la gata sola con uno de sus hijos, en vista de lo cual, la dejaron; crió en aquel mismo sitio a su pequeñuelo, y al cabo de algún tiempo se presenta acompañada de todos sus hijos que había llevado a una casa vecina medio arruinada. Aquí querrá usted entrever alguna cosa, y yo no encuentro más que memoria y el instinto del amor a sus hijos.

Aquí llegamos con nuestra conversación cuando el amigo Loscos exclama: señores, vaya un cambio bien notable de temperatura; ¿qué significa esto? Una hora escasamente que habíamos salido del Bojar con frío, y de repente notamos calor; circunstancia que verdaderamente nos sorprendió, no solamente el rápido cambio sino también la diferencia del suelo; pasamos de un terreno árido y desnudo, a otro de hermosos alrededores, con abundante huerta, viñas, cerezos, olivos, hortalizas y toda clase de frutas, de suerte que nos pareció aquel pueblecito un delicioso jardín. Es verdad que del Bojar a La Pobla siempre se va descendiendo.

Llegamos a la posada (de la Pobla), en donde se confeccionó un pollo con arroz para la cena, y después de un rato de descanso, salimos a hacer una visita al Cirujano, persona conocida de los amigos Loscos y Pardo, llamándonos la atención luego en la calle, cómo, a los acordes de una guitarra hacían piruetas jóvenes de ambos sexos, que estaban en la edad del encanto y de las emociones. Seguimos nuestro camino como quien nada tiene que entender con tales distracciones, llegando a casa del señor Llopis, que así se llamaba el Cirujano, quien nos recibió con amabilidad, convidándonos con su cena y casa; le dimos las más expresivas gracias, y después de enterado de nuestra misión por aquel país y el deseo de saludarle, habiéndonos sentado por cortos momentos, dimos la vuelta a nuestra posada para dar cuenta del gallináceo cantador. Ya nuestros adláteres, el tío Silverio y mozo esperaban con ansia, pues sin duda, el tufillo de la sartén había estimulado su apetito; todos nos condujimos perfectamente, añadiendo algo de lo que en nuestra acémila llevábamos, tomando para postres, además de almendras, unas famosas cerezas garrafales que nos parecían allí una novedad.

Como siempre he sido tan mirón, me fijé luego en la posadora [o posadera], a la cual, por no hacerle un desaire, la dejé hacer los honores de la cocina. Era una tía Maritornes, con unos cabellos tan alborotados, que pareciese se habían sublevado del moño, dejando, al pobre, solo en la parte más culminante del occipucio, todo acurrucadito, como que apenas dejaba ver su humilde figura. Agréguese a esto la pobre y arrugada faz de nuestra heroína, careciendo de toda simpatía y aseo, y comprenderáse el efecto que su vista me causaba; sin embargo, parece me tenía fascinado, pues no podía dejar de mirarla. Tanto poder ejerce en el hombre la vista de un objeto raro e insólito! Ah! Si entre la bella mitad del género humano se dejasen ver muchos individuos como el que entonces atraía mis miradas, quizá podría aún apellidarse a las mujeres 'sexo-bello', pero confieso que este nombre sería una verdadera antinomia.

Cuando terminábamos nuestra cena, llegó el Cirujano a pasar un rato en nuestra compañía, haciéndonos más grata la velada; pasamos un buen rato, y al despedirse, nos comprometió para la mañana siguiente a desayunarnos en su casa, y apreciando en mucho su invitación y finura, le ofrecimos no faltar. Nos acostábamos sobre colchón con sábanas, que el posador [o posadero] nos proporcionó a los tres profesores, aunque en el patio o entrada y en el mismo suelo, pero dormimos como unos lirones.

Día 25 (de Junio, 1857).

Como nunca fui dormilón, luego por la mañanita dejé a mis amigos en la cama y me dirigí a la puerta de la calle, donde ya estaba de pie el tío Silverio; y viendo las gentes que por allí discurrían y lo templado del clima, no pude menos de decir: Esto es ya otra cosa, tío Silverio; aquí se puede vivir, pero en el Bojar...! ¿Cómo se arreglan allí? Pues si usted supiera..., me contestó; en el invierno viven como los reptiles, apenas pueden salir de casa, porque muchas veces tienen obstruidas sus puertas por la nieve. Pero hombre, ¿cómo no mueren de frío y de tedio? ¡Qué han de morir!, si los colocara usted en el país más delicioso de la tierra, echarían en falta esta su vivienda, donde tienen todas sus complacencias; aquí, en medio de sus bosques y con los rigores del tiempo, son felices. Sí, lo comprendo; los hombres son como las plantas: allí donde nacen, viven y crecen perfectamente, mientras (que) si se les muda de terreno o de temperatura, languidecen o mueren. El humano ser, sin embargo, más que los demás seres, sabe aclimatarse. Todos fijaron su morada en el suelo en que creían ver más ventajas, mayores medios de subsistencia; empero en estas asperidades...! Sin duda, los primeros habitantes debieron ser ganaderos y cazadores, concluyendo por dedicarse a la agricultura para aumentar sus productos.

Salieron de la posada los amigos Loscos y Pardo, y marchamos los tres a casa del señor Llopis, dando orden a nuestros acompañantes para que hasta nuestra vuelta, tomaran el desayuno que más les acomodara, sin hacer caso de nosotros. Llegamos, pues, a la casa del profesor de Cirugía y se nos sirvió a seguida un chocolate bastante bueno, sin embargo de la falta de comunicaciones que debe tener aquella población con los establecimientos industriales. Terminado nuestro desayuno, nos despedimos muy agradecidos de aquellos amabilísimos señores, y nos encaminamos a la Iglesia para oír misa, pues llamaba la campana para la celebración o representación del incruento drama del Gólgota. La Iglesia ocupa la parte más elevada de la población. Por unas escaleritas o gradas se llega a una plazoleta cercada de pared, en la que están en pilares con azulejos, las estaciones o 'Viacrucis'. La Iglesia es pequeña, con antiquísimos altares. El coro está en alto frente al altar mayor. Cuando salimos de misa, nos detuvimos un poco en la plazuela, y luego salió el celebrante cura, Padre Bernardo Ferrer, Prior que fue del monasterio de Benifasar; nos saludó muy amable y nos preguntó el motivo de nuestra presencia en aquella escondida población, y con este motivo pasamos un rato de agradable conversación, dejándose ver era persona de conocimientos; le manifestamos el único objeto que nos conducía por aquellas montañas: el estudiar la vegetación y recoger plantas, para si era posible, enriquecer la flora Aragonesa; le dijimos que desde allí pensábamos partir luego hacia Benifasar y Fredes, registrar los sitios más enmarañados de aquellos puertos. Se alegró de conocer nuestra misión, y nos dijo que el Célebre Cabanilles, en sus viajes botánicos por el reino de Valencia, había llegado hasta el monasterio de Benifasar, donde hizo algún descanso, y que los monjes le obsequiaron cuanto fue posible; que nosotros no encontraríamos más que un esqueleto, pero que al que se hallaba al frente de aquellas ruinas, le dijéramos nos enviaba el Padre Bernad, y que en Fredes preguntáramos por Simó, quien nos enseñaría todo lo más recóndito del terreno, pues nada se le ocultaba en los puertos. Le dimos miles de gracias y nos despedimos.

Supuesto que ha salido aquí el botánico Cabanilles, creo oportuno dar de él una lacónica idea. (Se continuará.)

[La Asociación, nº 131. Teruel 15 de Septiembre de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 8.

(Sobre Cavanilles) Era eclesiástico valenciano, nacido en 1745. Fue a París en donde se dedicó al estudio de las ciencias naturales, haciendo rápidos progresos en virtud de lo bien cultivado de su talento y de una extraordinaria actividad. Se aficionó especialmente a la botánica, oyendo con interés las lecciones de Jusien [Antoine-Laurent de Jussieu]. En 1790 lo colocaron entre los botánicos más célebres de aquella época. Con el título de "Colección de papeles sobre controversias botánicas", publicó en Madrid un libro, en 1796. Estudió las plantas del reino de Valencia, llegando hasta sus confines, los puertos de Beceite. En 1801 fue nombrado director y catedrático del jardín botánico de Madrid, imprimiendo en 1803 la descripción de las plantas que demostró en las lecciones públicas, así como un "Hosti Regni Matritensis"; dejando de existir en 1806, habiendo legado su herbario al jardín botánico de Madrid, y a su muy querido discípulo, La Gasca [Mariano Lagasca]. No hay duda; la historia natural es el gran libro, el sublime maestro. Es una de las ciencias más dignas de fijar la atención del hombre; empero la botánica es, sin disputa, uno de sus ramos más fecundo en resultados felices, tnato en pro de la humanidad doliente, como de la higiene, de la industria y alimentación de toda clase de animales, incluso el hombre. El que se dedicó a la botánica halla tal distracción, tal atractivo, tal encanto, que no puede separar su vista de la vegetación cuando se halla en el campo. En cada planta distingue un ser viviente dotado de órganos, no solo destinados a su conservación y crecimiento, si también a su reproducción. ¡Cuánta minuciosidad! Cada planta parece que tenga su vida propia, hasta con instintos, y algunas con sentimientos tan delicados, que aún las miradas del hombre parece le ofenden o avergüenzan. Inmensa ciencia es la botánica, pues no solamente se ocupa de la organización de las plantas, sino que también estudia el papel que todas han de jugar en el grande y admirable conjunto de fenómenos que constituyen la vida, de su clasificación, de su distribución en el globo, como también de sus propiedades y usos que pueden prestar. No es mi objeto hacer aquí una descripción, siquiera ligera, de este precioso ramo de la historia natural; sí, solo, manifestar la idea: el móvil que al hombre conduce a sitios y parajes que no ha tenido a bien pisar planta humana por su áspero y selvático cariz.

La Pobla de Benifasar se halla situada al suroeste de un hondo terreno, entre los barrancos Barguet de la Font [Barranquet la Font] y el de la Pobla. Le baten los vientos de nordeste y sudeste. Tiene 82 casas, Iglesia parroquial de entrada, dedicada a San Pedro. Una fuente de buena calidad surte de agua a los vecinos para todos sus usos. En su radio comprende 17 caseríos y tres montes, llamados la Umbría, al sur, el Camp, al noroeste; y el barranco de la Pica, al poniente; y el río Mangraner. Su término es áspero, quebrado y montañoso, de mediana calidad; los montes producen pinos, romeros, sabinas, enebros y espliegos, con algunas canteras de cal. Sus producciones son trigo, maíz, patatas, frutas y algo de miel; se cría ganado lanar y cabrío, hay abundante caza de conejos, perdices, con algunos corzos y venados, y se pescan barbos y truchas. [De Madoz, V. PUEBLA DE BENIFAZA.]

Emprendimos la marcha por la rambla [barranc de la Pobla], rodeados de abundante verdura, como que atravesábamos una deliciosa huerta, llamándonos la atención la abundantísima ajedrea, Satureja montana L. de que estaba cubierto aquel suelo, y costeando sus orillas, pudimos observar varias plantas y arbustos raros, sin que faltara algún orchis flor [sic], que me pareció admirable, ya que nunca la habría visto ya por la circunstancia de estar en terreno inculto y, de consiguiente, ser una flor espontánea. El sol se dejaba sentir de tal modo que yo, menos paciente que mis amigos, tenía deseos de llegar al monasterio.

Pasamos a corta distancia del Ballestar, pueblo situado sobre un cerro, al cual dominan otros más encumbrados; es combatido con violencia por los vientos del norte. Consta de 110 casas, que forman una calle y una plaza; tiene su Iglesia parroquial dedicada a la Transfiguración del Señor. Confina el término por norte con el Bojar y su anejo Fredes, por este, con Rosell y Pobla de Benifasar, por sur, con éste y Bojar, y por oeste, con la Cenia y Rosell. Se cuentan en él diferentes masías, hallándose el terreno circuido de montañas; áspero, quebrado, lleno de barrancos y precipicios; las cimas y faldas están cubiertas de encinas, pinos, varios arbustos, plantas diversas y yerbas de pasto; en sus entrañas abundan minas de carbón de piedra, caparrosa y de vitriolo, boles [boles arménicos?] y ocres de diferentes colores. El sitio llamado Estrets del Ballestar interesa al viajero por el patente testimonio que da de la poderosa influencia de las aguas corrientes en los cambios topográficos que con la serie de los tiempos se experimentan en los terrenos; por este punto seguían los montes indudablemente hasta formar una masa con los del inmediato lugar de Bel; empero las aguas de la rambla de la Pobla, después de haber convertido en honduras lo que en otro tiempo serían cerros elevados, continuaban atropellando y vendiendo obstáculos, no pudiendo, a pesar de sus esfuerzos, romper el monte entero; pero se abrieron paso por una tortuosa y estrecha garganta de más de mil toesas [1 toesa = 6 pies franceses (1,95 metros)]. Hay en este canal ángulos entrantes y salientes, que a cada paso ocultan el camino; jamás entra el sol en aquella soledad, donde crecen sin embargo algunas plantas y arbustos. La pocas tierras de cultivo son de bastante buena calidad, pero poco feraces por lo frío de la atmósfera e imposibilidad de proporcionarles agua, a pesar de los muchos raudales que por todo el término se precipitan. Por él cruza el río Cenia, sobre el cual hay dos puentes, denominados del Abad y el otro del Mangraner. Las aguas de este río ponen en movimiento una fábrica de hierro, un martinete de batir cobre y tres molinos. Produce el terreno, trigo, cebada, avena, cerezas y nueces; un corto número de ganado lanar se sostiene con sus yerbas, y los naturales se dedican a la extracción de maderas de los puertos. [...] [De Madoz, V. BELLESTAR; y Cavanilles.]

El pueblecito de Bel se halla situado en la cumbre de un monte combatido por los vientos norte y este; clima frío pero sano. Consta de 25 casas con su iglesia y párroco de entrada; confina con el Ballestar por norte, con Rosell por este y sur, y con la Pobla de Benifasar por oeste; su extensión en todas direcciones será de dos horas próximamente [aproximadamente]; tiene muchas fuentes de buena agua, de la que se sirve el vecindario para sus necesidades. El terreno, áspero y montañoso, se resiste al cultivo; tiene varios arroyos y barrancos sin agua, sino en las grandes lluvias. Produce pinos y carrascas, algo de cereales y patatas, ganado lanar y cabrío, perdices, conejos y muchos lobos; se industrian los habitantes al carboneo y extracción de maderas. [De Madoz, V. BEL.]

Antes de pasar adelante, me permitirán mis lectores retroceda un poquito, para que ya que voy describiendo la situación y demás circunstancias de estos pueblos del puerto, lo haga igualmente del Bojar y Corachá, aunque sea de una manera breve: El Bojar tiene dos calles llamadas del Sol, una, y Mayor, la otra; cuentan con 55 casas, con su iglesia bajo la advocación de la Asumpta. El curato es de entrada y tiene dos sufragáneos o filiales: Corachá y Fredes; terreno árido, frío y estéril, producción: cereales y ganados. Corachá consta de 20 casas de mala fábrica; su terreno es montuoso y muy árido; produce ganados, conejos y perdices, con algunos cereales; los caminos, sumamente ásperos. [De Madoz, V. BOJAR y CORACHA.]

Vuelvo a nuestra expedición. Al pasar por una capillita que el Ballestar tiene próxima al camino [ermita de la Trinitat, o de San Antonio en mapas antiguos] que conduce de la Pobla a Benifasar, y cuyo suelo debe ser abundante en minerales, según las eflorescencias y variedad de colores que presenta la superficie, dimos con un individuo vestido de pantalón y chaqueta, de unos sesenta años de edad próximamente [aproximadamente], quien dirigiéndose a nosotros con alguna curiosidad e interés, quiso saber qué objeto nos conducía por allí; y habiéndole manifestado, sin repugnancia alguna, que íbamos en busca de plantas, nos contestó que él conocía algunas, porque había practicado la Farmacia; y que si queríamos ver las minas que por allí había, nos las enseñaría; y sin dejarnos contestar, nos mandó seguirle; obedecimos y nos introdujo en un bancalito de maíz y cepas que a nuestra derecha se hallaba, lindante con un cabecito de tierra negruzca, y a los treinta pasos poco más o menos, nos hace observar dos boquetes, con un hundimiento de tierra oscura y algunas sales, dando a entender que allí había abundancia de caparrosa... Nos dijo que si queríamos entrar, podíamos hacerlo con entera libertad, porque él mandaba como dueño único de aquellas minas, y no solamente entrar, si que nos las cedía voluntariamente; no porque no valiesen, pues dichas minas contenían oro y plata, pero que él tenía miedo de que se desplomase el terreno y le cogiese dentro; que se había gastado algunos miles de reales en explotarlas, pero que cuando había de recoger el fruto, salió agua y se hundió lo descubierto, de manera que ya no quería intervenir más en el descubrimiento del rico filón, del grande tesoro que allí había escondido. Le escuchábamos y le mirábamos absortos y llenos de compasión, porque creímos ver en aquel buen hombre cierto trastorno en sus facultades; así que le dimos miles de gracias, manifestándonos muy complacidos y deseándole felicidades. Nos separamos de él, discurriendo que, el afán de encontrar en aquel terreno, algún mineral que le proporcionase riquezas, indujo a aquel pobre hombre a gastar, quizás, más de lo que poseía, y viendo defraudadas sus esperanzas, se había trastornado su cabeza. Todas nuestras pasiones se pueden saciar fácilmente en la tierra: el amor, la ambición y la cólera tienen una plenitud de gozo seguro. Pero pregunto (Se continuará.)

[La Asociación, nº 132. Teruel 30 de Septiembre de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 9.

yo: ¿esa satisfacción, ese gozo, hará al hombre feliz? La necesidad de ser felices no tiene satisfacción cumplida, ni objeto adecuado en la tierra, porque no se sabe, se ignora qué cosa es, o en qué consiste esa felicidad que se desea. Nuestra alma está pidiendo continuamente; apenas ha logrado el objeto de su deseo, cuando otra vez vuelve a pedir, y el mundo no basta para satisfacerla. ¿Qué hubiera conseguido aquel señor con haber encontrado en aquellas minas, un filón de oro que le hubiese hecho riquísimo? Quizá el que si ahora estaban algo trastornadas sus facultades mentales, entonces hubiera enloquecido completamente. ¿Y quién le diría al pobre visionario que en aquel terreno existía el tesoro que buscaba? Algunas veces, por el color del suelo y por las sales que a la superficie se presentan, se puede conjeturar el mineral que yace oculto; nosotros podemos decir con fundamento que allí se encontraría material para la confección de alum y caparrosa. Pero aquel señor, dijo el tío Silverio, deberá conducirle a aquel punto una manía, la locura; porque según sus trazas, no debe tener conocimientos para saber lo que allí hay. Una verdadera locura, no diré yo que exista en el pobre hombre; pero sí una monomanía. Y dígame usted, D. Lorenzo, ¿qué es eso de monomanía? Jamás oí tal expresión. No lo dudo... Pues la monomanía es el camino que puede conducir o llegar a la locura. Antiguamente no se distinguía la locura más que en manía y en melancolía. Posteriormente, Pinel [Philippe Pinel], Esquirol [Jean Étienne Dominique Esquirol], Spurcaim Spurzheim [Johann Spurzheim] y Hoffbaner Hoffbauer [Johann Cristoph Hoffbauer] han designado diferentes aberraciones del entendimiento. Marc [Charles Chrétien Henri Marc] designa nueve especies de monomanías, que son la propensión del monomaníaco. Figúrese usted que ese señor porpende por hacerse rico, y esa idea constante en él, le conduce a creer que allí se encierra un tesoro. Su atención estará fija en aquel punto, y su conciencia exagerada le hace formar un juicio falso; a esto acompaña generalmente una insensibilidad moral... pero vaya, dejaremos estas explicaciones, porque creo, tío Silverio, han de disgustarle por no entenderlas.

La atmósfera se iba encapotando, y aceleramos el paso para llegar lo más pronto posible al monasterio de Benifasar, que se hallaba a corta distancia. Ocupa el referido monasterio una hondonada circuida de montañas elevadísimas, en medio de una bonita campaña, abundante en mieses, legumbres, frutas o pastos; antes de llegar al edificio se encuentra una copiosa fuente [font dels Bassiets? pero más cerca, en los mapas antiguos está la 'fuente árboles'] bien construida aunque mal conservada; a su lado se deja ver un espacio cuadrado, circundado de bancos de piedra de sillería, y con algunas pequeñas gradas en ambos costados o extremos para subir a esta especie de salón. Es de presumir que, los monjes aprovecharían la comodidad que este sitio les ofrecía en sus horas de recreo, descansando allí cuando venían de algún paseo, o bien tomando el fresco en las tardes de verano; porque no dista más de unos doscientos pasos del convento, y que el genio destructor de la guerra civil debió darle el triste aspecto que hoy presentaba. Desde allí ofrecía el monasterio la vista de un pueblo en ruinas. Íbamos andando y a cada paso nos sorprendía más lo deteriorado y denegrido de aquel célebre Benifasar que tanta nombradía adquirió en la guerra de los siete años, siendo asilo de la facción y mazmorra de los pobres prisioneros que tenían la desgracia de caer en sus manos. Hay varios edificios reunidos, que representan diferentes épocas y diferente antigüedad. En la plaza entrada al edificio principal, hay una pirámide construida en 1841, al final de la guerra, por mandato del General Pavía, en memoria de los prisioneros que en 1837, 1838 y 1839 fueron víctimas del hambre y la miseria, como de la barbarie de sus guardianes, sin que se les permitiese o suministrase el Santo Viático, por considerarlos indignos de tal sacramento, según así consta en las partidas de defunción, que casualmente obran en el archivo del Ayuntamiento de Morella. [De Madoz, V. BENIFASA (MONASTERIO DE).] En la base de la pirámide se observaban señales de haber existido lápidas con inscripciones que, por ser alusivas a los acontecimientos de que fue teatro aquel punto, fueron destruidas por el Groc.

Subimos a la cocina, donde se hallaba la familia del que administraba aquel edificio y tierras, el mismo de quien nos habló en la Pobla el exprior, Padre Bernad; al que habiéndole insinuado la recomendación que traíamos, nos recibió con agrado; y mientras se confeccionaba la comida, nos invitó a recorrer las ruinas que contiene aquel monasterio; seguímosle gustosos, pues lo deseábamos, y a cada paso, nos explicaba el terreno que pisábamos, mostrándonos el salón del Abad que, aunque arruinado, manifestaba lo que había sido; las habitaciones, salas de recreo, de comunidad, refectorio y demás, así como los graneros y bodegas; todo allí debió ser grande y cómodo; por último, entramos en un estrecho corredor que debió ser claustro y no dijo: "aquí estaban los prisioneros". A tal manifestación sentí una sensación interior que obligó al calor natural a desalojar la periferia, recogiéndose en su centro; miré instintivamente a mis compañeros, y vi retratada en sus semblantes la compasión que sentían de aquellas víctimas de la inhumanidad, de aquellos ambulantes esqueletos, que con el deseo de prolongar su existencia por un poco de tiempo más, se arrojaban sobre la pobre musculatura del compañero que concluía de espirar, para acallar su hambre.

Mientras visitábamos aquellos sitios, teatro de escenas dolorosas, horripilantes, mi mente filosofaba del modo siguiente: todo es armonía, amor en el universo; hasta en el reino mineral se observa la fuerza de atracción. La llama divina lo invade todo, anima a la microscópica semilla que, cruzando los mares en alas del viento, busca a su consorte, que le espera en la orilla opuesta; y, sin embargo, no falta quien niegue esta general armonía, porque los seres se destruyen unos a otros, es cierto; empero hay que conceder que sin ciertos fenómenos que observamos, la armonía desaparecería; las leyes que rigen el universo son todo sabiduría. La naturaleza destruye lo superfluo y desvirtuado. Hay quien se vale de una especie para destruir la fecundidad excesiva de otra. No cuentan los individuos sino las especies. ¿Cómo sustentarse estas creciendo aquellos hasta lo infinito? Esa guerra continua entre el reino animal, y la de este contra el vegetal, es una ley solamente; no lo es la que de tiempo en tiempo se deja ver en la especie humana; esta no nació para destruirse mutuamente, porque no fue creado para alimento de otros seres; empero la Providencia, en sus altos designios, consiente o, más bien, se sirve de unos como instrumento para mortificación y castigo de otros. Esto no impide, sin embargo, el que, a la vista de la barbarie, el corazón se subleve y la sangre se hiele en las venas. Contemplar el sitio donde un número de españoles existían como una piara de cerdos, vigilados y atormentados por otros españoles, una porción de patriotas inermes, indefensos y extenuados, mortificados continuamente por sus compatricios..., ciertamente nos afectó extraordinariamente. ¿Qué podemos decir a nuestros lectores de aquellos padecimientos? Trasladaremos lo dicho por uno de aquellos infelices que tuvo la suerte de sobrevivir:

Días de prueba nos hacía pasar el hambre, y para aliviar la penuria que nos afligía, remitieron algunos liberales cierta cantidad, que fue repartida entre los prisioneros. El día 23 de Diciembre de 1838, de fatal memoria, algunos paisanos de La Cenia, sabedores de que se nos había distribuido algún dinero, se presentaron en el monasterio con pan y sardinas, para canjear estos artículos por nuestros cuartos; y aún cuando las sardinas eran nada apetecibles por su mal estado, la necesidad de alimentos nos obligó a recibirlas con placer, y a comerlas con afán, resultando luego una sed devoradora, ya por la calidad del deteriorado pescado, como por la fiebre de que nos veíamos poseídos. Arrodillados pedíamos a los carlistas nos permitiesen por caridad salir a la fuente para beber, y después de repetidas súplicas accedieron, pero con la condición de beber en el pilón, no en los caños. Sin embargo de que el agua del pilón era la que dejaban los animales, para el que como nosotros tenía ambición de este precioso líquido que a nadie se niega, aquellos residuos eran una felicidad; además, la prohibición de beber en los caños era bajo pena de la vida, y ya se sabe lo que esta se estima.

En el trecho que teníamos que atravesar desde el claustro a la fuente, se colocaron dos hileras de soldados y algunos oficiales, provistos de varas de fresno, y dada la orden de salida, todos nos lanzamos como fieras a la codiciada fuente, sufriendo empero tan terrible lluvia de garrotazos -pues no todo eran varas-, que algunos huyeron amedrentados, refugiándose en el convento sin lograr probar el apetecido líquido, otros perecieron con la sediente boca pegada al pilón.

Yo, despreciando a la muerte, puesto que lo mismo era morir de una u otra forma, tres veces conseguí salir y escabullirme, habiendo todas tres bebido con ansia hasta la saciedad, y mientras morían los vencidos por la debilidad y golpes que recibían, los vencedores reían satisfechos del resultado que diera su satánica invención. Catorce cadáveres quedaron tendidos al rededor de la fuente. ¡Digna proeza de defensores del cristianismo...!

Describir los padecimientos de los que allí estábamos, sería largo, y así solo diré que, los resultados eran diferentes, como diferentes eran las naturalezas o temperamentos. Un quinto de mi compañía perdió el juicio, y apoderándose (Se continuará.)

[La Asociación, nº 133. Teruel 15 de Octubre de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 10.

no sé como de un brazo de las víctimas, se llegó a mí instándome para que comiese lo que él consideraba cabrito confeccionado por su madre; el infeliz pasó una noche agitadísima, acurrucándose por último en un rincón de la nave del templo. Al primer rayo del día que alumbró aquel tétrico aposento, vimos con horror que el joven loco era cadáver, pues se había roto la cabeza contra la grada del altar mayor.

Las puertas del templo se abrieron poco después, presentándose algunos carlistas con los cugujones [cogujones] de sus mantas llenos de yerbas silvestres, ortigas y malvas, que los prisioneros compramos con los cuartos que nos restaban. No faltó día que se nos dio por único alimento malvas, pero en corta cantidad algunos, pues el más fuerte arrebataba al débil privándole del mísero alimento que se estaba llevando a la boca.

¡Miserable condición del corazón humano que trata como fieras a sus semejantes! Que en el campo de batalla se muestren inflexibles ambas partes beligerantes... y aún allí, el que tenga sentimientos religiosos, dirigirá su arma, no a determinada persona, sino al grupo, a la masa y sin intención deliberada; empero cuando aquella efervescencia pasó, cuando se trata de hombres rendidos, extraviados o heridos, la humanidad exige compasión, misericordia, amor para nuestros semejantes, para con nuestros hermanos en Jesucristo. ¡Malditas guerras civiles! No encontraréis en ellos amor patrio, bondad, perdón; solo resentimiento, odio, venganza. Si el ejército de un bando falta como cuatro, el dle otro delinque como seis; parece que a porfía quieren patentizar su saña y malévolas ideas; no hay amistado ni parentesco, pues con frecuencia se mira un hermano frente a otro, sin que falte algún caso de halarse discordes, divididos padre e hijos. ¿Y esto es natural? Echemos una rápida mirada sobre las fieras y encontraremos una notable diferencia: estas, sin luces, sin raciocinio; el hombre, inteligente y pensador. ¿Qué criatura ha penetrado jamás en el secreto de los juicios de Dios? Mas volvamos a nuestro paseo.

Salimos de aquel claustro, entrando en lo que fue Iglesia, bastante capaz, tiene la figura de una cruz, el pie es la puerta de entrada, la cabeza, el altar mayor, y los brazos constan de dos capillitas cada uno. Toda mide cuarenta y un pasos de longitud, por diez y seis de latitud, con una altura proporcionada, pero tan deteriorada toda ella, que no puede mirarse sin dolor. El Administrador que nos dirigía por aquellas ruinas, tenía algún conocimiento de lo que a su cuidado tenía, pues nos dijo que el monasterio había sido construido por el Rey Don Jaime. De allí pasamos a una plazuela, donde sacaban los prisioneros para que tomasen el sol, y donde se hacían unas zanjas para echar los que de estos morían; nos trasladamos a la cocina, en otros tiempos horno del convento, y en ella estaba la familia confeccionando quesos, con los que fuimos brindados; ya corriente la comida, la despachamos satisfactoriamente, disponiéndonos luego a seguir la ruta, empero estaba lloviendo.

Por fin cesó la lluvia, después de algunos minutos, y habiendo significado a aquellos moradores nuestro agradecimiento, nos dirigimos a Fredes, en donde pensábamos plantar nuestros reales. Pasamos por la falda de un elevado y agudo cabezo, sobre el cual se dejan ver las ruinas de un castillejo [ermita de Santa Escolástica y antiguo castillo?], distante media hora escasa del monasterio, y cuando nos hallábamos a lo más encumbrado de las montañas, nos envolvió una niebla tan densa que apenas veíamos el camino; anduvimos así una media hora, hasta que un viento que se levantó, disipó el fenómeno que tanto nos fatigaba, y nos trajo la luz de que cuasi totalmente carecíamos. Antes de separarme de este terreno, diré cuanto he podido adquirir acerca de su historia:

Benifasar, antigua tenencia de la provincia de Castellón, comprende siete lugares, que son: Bel, Ballestar, Bojar, Castel de Cabres, Corachá, Fredes y la Pobla; por el norte confina con los términos de Peñarroya, Valderrobres y Beceite; por el este, con los términos de Tortosa y la Cenia; al sur con los de Rosell y Valbibona Vallibona; y al oeste con los de Morella y Erbes [sic]. Su figura es circular, extendiéndose unas tres leguas próximamente [aproximadamente] de norte a sur y de este a oeste; sin embargo, por las frecuentes hondonadas y cuestas que se tienen que atravesar, se alarga el camino hasta cuatro leguas y media. Por todas partes lo rodean y cierran altos montes calizos, cubiertos de nieve en invierno, los cuales se introducen en el interior de la tenencia, alternando con profundos barrancos, sinuosidades escabrosas y precipicios sorprendentes. Por encima de estos montes asoma su cúspide, el Montenegrall [el Negrell, compartido con la Sénia], que ofrece su fondo oscuro por la multitud de pinos que le rodean. En cuasi todos estos montes se encuentras mármoles preciosos, carbón fósil, caparrosa y abundantes minas de hierro. En el centro de la tenencia se halla situado el monasterio que fue de PP. Bernardos, llamado Benifasar; y casi al oeste del mismo, a corta distancia, el antiguo castillo de Benihazá, sito sobre el cerro que lleva el mismo nombre, y que le dio a toda la tenencia, que corrompido se dice Benifasar. En la puerta del monasterio se leía esta inscripción: "Benifasar", que en lengua del país quiere decir "hacer bien" y así era, en verdad. En el recinto de la tenencia tiene origen el río Cenia, tres cuartos de hora al norte de Fredes, donde brota la fuente principal; tuerce su curso al este y precipitándose de una altura considerable, llamada salto de Fredes [salt de Fredes o salt de Robert], va serpenteando hasta llegar al sitio denominado Tollet d'en non [tollet d'en Nou], donde revolviendo al sur toma el nombre de río Mangraner [barranc de la Fou?]. Da impulso a un molino harinero y, deslizándose por debajo de un puente medio derruido, recibe las aguas de la rambla de la Pobla, desde cuya confluencia vuelve a torcer hacia el este con la denominación de río de Benifasar [riu Sénia]; da movimiento entonces a otro molino harinero que tiene a su izquierda, llamado del Abad, en donde hay un puente de madera, y se introduce luego en el término de la Cenia. [De Miñano, V. BENIFASA.]

Además, hay otra porción de barrancos, más o menos considerables, que todos tienen su desagüe en la rambla de la Pobla. Los caminos son malísimos y peligrosos. La ingratitud de su suelo árido y escabroso es causa de la miseria en aquellos habitantes. El suprimido monasterio aliviaba algún tanto la suerte de aquellos infelices, por medio de frecuentes y considerables limosnas. Este ha sido el resultado de la revolución, convertir en ruinas soberbias, sustentosos edificios y dejar sin asilo a miles de infelices. En cambio, quiere que haya muchas escuelas para que se extienda la ilustración, y muchos talleres para que el hombre trabaje. ¡Magnífico! ¿Y la escuela enseñará lo que el hombre debe saber? ¿Y la industria satisfará todas las necesidades del humano ser? El hombre, no solamente necesita leer, escribir y contar; es preciso que aprenda a creer y a obrar bien. No solamente ha de aprender a ganar dinero y mantenerse a sí y a su familia, es también preciso que aprenda a engrandecer su alma, a ennoblecerla, haciéndose digno miembro del cuerpo social. ¡A cuántas consideraciones se presta esta materia! Mas la dejaré, porque ignoro para quién escribo y yo no quiero ser molesto.

Volvamos al monasterio:

Este correspondía a la orden Cisteriense [sic] de San Bernardo, y fue fundado, como queda dicho, por el Rey D. Jaime I de Aragón, en 1233. Los primeros monjes vinieron de Poblet (Cataluña), se situaron en la cumbre de una montaña donde existía ya el castillo fortaleza de moros, cuyo gobernador se llamó Benihaza. Levantaron allí una capilla con un solo altar, dedicado a Santa Escolástica, y permanecieron en él hasta que en 1249 se trasladó la comunidad al monasterio nuevamente construido, al pie del mismo monte, quedando hoy todavía en su cumbre, restos de lo que fue. El nuevo edificio estaba circuido de muralla bastante elevada, que tenía media hora de circunferencia próximamente [aproximadamente], y se distribuía en esta forma: entrando por una gran puerta, se encontraba a seguida una casa bastante capaz, llamada hospedería, porque servía para alojarse los huéspedes; luego seguía una espaciosa plaza, con una abundante fuente en el centro, al rededor de la cual se contaban muchas casas con muy buenas habitaciones, en atención a que cada monje tenía su casa entera para habitar; había además un magnífico templo en forma de cruz, y un hermoso edificio llamado palacio del Abad. Este cargo era cuadrianual y nombrado por la comunidad de entre los individuos de la misma, a propuesta en terna del definitorio. Usaba mitra episcopal, báculo y pectoral en algunas festividades, y como mitrado, confería órdenes menores a los monjes, consagraba cálices y bendecía ornamentos. Se le consideraba como prior de San Roberto de la ciudad de Valencia, del oratorio de Santa Lucía en Tortosa, del convento cisterciense de Santa Ana en la villa de Mosqueruela, y conservador del ermitorio de Nuestra Señora de la Salud en el término de Traiguera. También era Barón del convento de Cardó, en el término de Tortosa (a la izquierda del Ebro, del terreno) y ermita de San Miguel, llamado de (Rafael-Galí o) Refalgarí, y del de Sellent. Disfrutaba este monasterio antiguamente la preeminencia de coto redondo, y a su Abad se le consideraba como señor territorial de los siete pueblos de la tenencia, nombrando en ellos justicias; y por una carta de población que concedió el monasterio, al Ballestar, Fredes y la Pobla, se reservó por derecho de señorío, las dos terceras partes del diezmo, frutos y ganados; y en los cuatro restantes pueblos percibía lo mismo, a excepción de los frutos, que no pagaban cosa alguna; entendiéndose extendiéndose su señorío hasta los pueblos de Vallibona y Herbeset, en los que cobraba la mitad del diezmo de sus granos. También había un alcalde ordinario en el monasterio, cuyo empleo confería últimamente [por último] el real acuerdo de la Audiencia de Valencia en uno de los más probos criados (o dependientes) del monasterio. Tenía término (Se continuará.)

[La Asociación, nº 134. Teruel 30 de Octubre de 1888, pp.1-6]

FOLLETÍN, 11.

propio, entendiéndose extendiéndose por oeste hasta Ballestar, comprendiendo las tres cuartas partes más orientales de la tenencia, sirviéndole los límites que a esta villa, por norte, este y sur. En los confines de Aragón y Cataluña había un mojón, sito en los elevados montes o puertos de Beceite y Tortosa, con un escudo de armas del monasterio en relieve sobre una gran losa de ladrillo (que consistía en una torre, en el fondo; una corona real en la parte superior; y en las laterales, báculo y mitra, con las iniciales B. F.). Este monasterio que, según la crónica, fue incendiado por Borso, antes de la expulsión de los frailes, era un centro de riqueza y de caridad; de riqueza por sus tierras y ganados de todas clases; y de caridad porque allí eran bien recibidos todos los necesitados, y todos salían con las manos llenas. [De Madoz, V. BENIFASA (MONASTERIO DE).]

Se me permitirá ahora una pregunta: ¿Qué frutos ha alcanzado la nación con la destrucción de esos monumentos y venta de los cuantiosos bienes? ¿Qué ventajas se consiguieron con la exclaustración? Prescindiendo de mis ideas en política, contestaré diciendo que el resultado ha sido enriquecerse unos pocos, y quedar sumidos en la miseria, muchos. ¿Se vería pulular por las calles esa falange de pordioseros, si hoy existiesen esas casas de caridad? Medrarían tanto los usureros, arruinando al pobre labriego a quien la necesidad obliga a llamar a sus puertas? Empero dejemos esto que a alguno ha de disgustar, y entremos en Fredes, a cuyas puertas estamos.

Lector, si no conoces a Fredes, no creas que es alguna gran población, al ver que hago aquí mención de sus puertas; la referida expresión es algún tanto irónica, porque Fredes es solamente un grupo de viviendas llamadas casas, sin cura ni profesores, pero situado en una bonita vega (la Foya de Fredes) que, aunque pequeña, ofrece una vista alegre y deliciosa en la época en que lo visitamos, pues en el invierno, cuando la vegetación está dormida, viéndose aquel villorrio circuido de montañas cubiertas de nieve, deben sus vecinos considerarse como los desterrados de la Siberia. Preguntamos al primero que se nos presentó, dónde estaba la posada, y nos contestó que no había tal, ni tienda, ni taberna... pero para qué? El tío Silverio, sin embargo de que nada ignoraba de lo que allí sucedía, se conoce que gozaba con nuestras sorpresas, porque callaba y sonreía dejándonos marchar. Preguntamos por Simó, a quien íbamos recomendados por el Padre Bernard, y nos dijeron que había marchado a Beceite a una boda. Dejo dicho que Fredes está situado en un pintoresco valle llamado Foya de Fredes; empero para que tengas, lector, una idea más completa, diré que es población fría y sana, consta de 26 casas, con dos calles y una plaza muy pequeña, con una pobre iglesia, dedicada a los Santos Mártires. En su radio se encuentran dos masías, tituladas, de Trenca aladres [Mas de Trencaladres, y también en Madoz] y del Pelaire, habitadas, así como las cuevas del Pascualó [cova Agustí, cova d'Agustinot de les Granges o cova de la Granja] y las de Rafael [coves del cingle de Rafael o coves del Cego]; al norte, el mojón Trinioque [sic, también en Madoz] dividía los reinos de Aragón y Valencia y Principado de Cataluña. Sus producciones son trigo, centeno, cebada, maíz, patatas, habichuelas y avena, todo con escasez. Se crían liebres, conejos, cabra monteses y corzos, con abundantes perdices. [De Madoz, V. FREDES.]

Como nos encontramos con la ausencia de Simó, a quien íbamos recomendados, preguntamos por la posada, como dejo dicho, pero nada se presentaba a nuestra llegada que nos diese franqueza para poner nuestras humanidades. Pedimos nos insinuaran una casa que tuviere a bien darnos hospitalidad; y nos condujeron a una, al extremo del pueblo en que nos recibieron alegremente, según se desprendía del semblante de la robusta joven que, al parecer, gobernaba la casa. Entramos todos los de la caravana, deseando encontrar un fuego que enjugase nuestros pies y trajes, humedecidos por la neblina, y luego una composición que reanimara nuestros espíritus, confortando los estómagos; encomendamos a la joven la provisión, y nosotros, después de haber colocado los calzados en disposición de que el calor del hogar absorbiese la humedad que contenían, nos pusimos a dar una vuelta a los herbarios y tener los papeles, a fin de que se evaporase la humedad. Terminada esta operación, que fue observada por las mujeres próximas a la casa y demás curiosos que tuvieron la franqueza de introducirse a donde estábamos, llamados, sin duda, por la novedad de nuestras figuras en el país, se admiraban de nuestra ocupación, riéndose unas veces, y dando otras su voz y voto acerca de la nomenclatura y propiedades de algunas plantas, que yo no echaba en saco roto, pues, al momento quedaba en mi libro de memorias, para en su día, ver lo que podía haber de razonable; porque ellos hablarían por experiencia, y cuando esta habla, callen todos los libros, y como al mismo tiempo, tengo un convencimiento de que nada hay inútil en la naturaleza... En prueba de ello, me tomo la libertad de manifestar que no sé, haya profesor alguno, que haga mérito del fruto de la Enforvia latisis [sic, Euphorbia lathyris], y sin embargo, tres granitos en una jícara de agua hacen el efecto de un purgante drástico; la planta conocida vulgarmente con el nombre de bufalaga es un purgante para los cerdos, la adelfa, el aro y la enforbia caracias [sic] en maceración con una lejía, forman un líquido que se considera como específico contra las pústulas malignas, y así otras diferentes plantas que omito por no ser molesto, y vuelvo a nuestra tarea.

Nuestro amigo Pardo fue a dar una mirada a sus alpargatas, y tuvo el disgusto de encontrar la una que estaba quemándose, en términos de ser inservible, y por consiguiente, quedar impar su compañera; gracias a la previsión de llevar otras para un caso tal, pues de lo contrario, en un pueblo donde todo falta, hubiese sido preciso calzar, por primera vez, los zuecos, calzado del país y producto de los pinos, aún cuando difícilmente hubiera sabido caminar con ellos.

Pues bien, durante la ordenación y oreamiento de los herbarios, como yo soy tan escudriñador, aún cuando no sea con mala intención, eché de ver que la mofletuda joven, nuestra ama y fámula, entraba y salía con frecuencia en un aposento que junto a la cocina y en el mismo piso había, en completa oscuridad, y me atreví a preguntarla si tenía algún enfermo; contestóme que sí, que su madre estaba en cama tres días hacía con un fuerte dolor de cabeza; le manifesté que yo entendía algo de medicina, y que si no tenía inconveniente, ya que profesor allí no había, entraría a verla. Recibió aquella joven esta noticia con suma alegría, y a su manera, me dio repetidas gracias, diciéndome que tendría una gran complacencia si yo me tomaba la molestia de entrar a visitar a su madre, a quien amaba entrañablemente, y por ello me estaría altamente agradecida, y muchísimo más si podía proporcionarla mi presencia y conocimientos, algún alivio, porque su madre era la mitad de su vida, su ídolo en la tierra. ¡Excelente hija! ¡Pobre muchacha! tanto afecto y ternura había en sus expresiones, que sentí, por un momento, haberle hecho mi manifestación, por la duda que abrigaba aún antes de ver a su madre, de poder aliviar su dolencia; hubiera querido tener en mi mano la salud para trasladarla a la enferma acto continuo. Incontinenti, encendió un candil, artículo de lujo en el país, porque para todo se sirven de tea y entramos a donde la enferma se hallaba. Antes de hacer pregunta alguna, me informé del pulso, que encontré débil y algún tanto deprimido; me fijé en su rostro algo encendido; pasé a la lengua, que tenía un color blanquecino, algo sucio; y a seguida pregunté cómo había principiado la indisposición, qué síntomas fueron los primeros que observaron; y se me contestó que, en un principio, sintió la enferma, escalofríos, dolor en los miembros, y luego un fuerte dolor a la cabeza, que era lo que más le atormentaba. En vista de esta relación y lo que había observado en la enferma, creí ver una fiebre gástrica, empero desconocía por completo las causas que pudieron determinar tal indisposición, porque si en un sujeto bilioso, como parecía la paciente, el exceso en el régimen, cuando se entregan a la gula, es motivo suficiente -los habitantes de los puertos [els Ports] son bastante sobrios para pensar que tal fuese la causa-, por otro lado, en donde todo medicamento faltaba -pues no existía en aquella población la más mínima sustancia medicinal-, me colocaba en el caso de no saber qué partido tomar, así que estaba anonadado ante aquel lecho, del dolor que tanto interés me inspiraba. Agréguese a esto mi impericia, mis escasos conocimientos médicos, y se comprenderá mi aturdimiento. ¿Cómo propinarle evacuantes? ¿Cómo atender al eretismo del sistema digestivo? Inspeccioné la piel de la paciente para conocer el grado de calor, y pude observar frialdad en las extremidades inferiores; pregunté por las deposiciones, y se me contestó eran muy escasas. ¿Qué hacer? Me revestí de ánimo y aconsejé que, ante todas cosas, dieran unas friegas secas a las extremidades, y a seguida le pusieran en las pantorrillas unos parches de mastranzo [Mentha suaveolens?], si es que por allí se criaba, y en su defecto le dieran unos toques con un manojito de ortigas, que debían echarle lavativas con agua de malvas, dándole por alimento caldo de carne magra en el que se cociese un pedazo de pan, añadiendo al caldo, al caldo de dárselo, un poquito de vino bueno; y finalmente, que la habitación no debía estar tan cerrada que no pudiese renovarse el aire, especialmente cuando la atmósfera no estuviese cargada de humedad, pues convenía que la enferma aspirase un aire puro. confío en que la ciencia médica derramará un poquito de indulgencia a mi torpeza y disimulará mi atrevimiento, hijo del buen deseo: hacer bien.

Cuando los herbarios se encontraron en disposición, fueron colocadas las plantas, dejando a aquellos curiosos del país tan enterados de nuestra peregrinación por aquellas montañas, como del fruto que nos dispensaba nuestra cosecha; y como la cena estaba condimentada, aún cuando duraba la luz del día, pasamos a la mesa redonda, sin cumplimientos, con la mayor franqueza, en orden democrático. Largo rato estuvimos saboreando la suculenta paella [de arroz, para cenar?], y después de haber terminado, mis amigos Loscos y Pardo manifestaron deseos de acostarse, porque en verdad, mirando este rincón, aquel pradito, la hendidura de más allá y cuantas sinuosidades se presentan en el tránsito, andan mucho y salen cansados; así es que, la joven tuvo la bondad de poner en la entrada de la casa, sobre sarrias o esportones, dos colchones con sus adminículos, y se acostaron.

Como todavía era temprano, yo, con el tío Silverio, me salí a tomar un poco el ambiente de aquella foya; hacía una magnífica noche. Rodeados de montañas, bajo aquella tachonada bóveda celeste de miríadas de lucernas que asemejaban un sembrado de diamantes, parece que el espíritu se salía de su centro, y elevándose por la región de lo infinito, quería unirse a su Criador. Todo mueve allí a la contemplación; así es que, dirigiéndome a mi compañero, exclamé: Tío Silverio, qué hermoso y patético es esto, y qué grande se presenta Dios en estas asperidades! Los espíritus superficiales, que solo ven la corteza y exterioridad de las cosas, ¿no podrán creer en la casualidad, en el acaso, sin conceder importancia a las mil maravillas de la creación? Todo lo que vemos no son más que las sombras de las ideas de Dios, que son las verdaderas sustancias -decía Platón-; este y Aristóteles imaginaron sus hipótesis acerca del origen del mundo; Zenón y Epicuro, como todos los filósofos griegos, admitieron diferentes elementos como principio universal, dejando ver diversas cosmogonias, propias de cuentos de vieja [com diu mon pare: ¡Cuentos de vells, caga't en ells!] o de niños. ¿Qué cosa más natural y magnífica, al mismo tiempo, ni más fácil de concebir, ni más conforme con la razón del hombre, que el Criador descendiendo en el seno de la antigua noche para crear el Universo? No le parece a usted, tío Silverio, que esta magnificencia, este imponente cuadro que tenemos a la vista, debe ser obra de una mano poderosa? La aguas, los árboles, las plantas y las flores de estos lugares, poco tienen de común con las nuestras, y sin embargo, tienen el encanto de la frondosidad, de la soledad y frescura de nuestros jardines, mas esto es poco; tienen estos montes un no sé qué, una expresión que no se comprende, una música que por dondequiera se escucha en estas noches serenas, y que en ninguna parte se encuentra. ¿Es el Ángel de las selvas? Debe ser, sin duda alguna, la voz de la naturaleza que alaba a su Criador. Siempre he mirado al materialismo como el error más grande que pueda cometerse, y sin embargo, ha progresado admirablemente. La tierra, el cielo, los planetas, las plantas, minerales y animales, incluso el hombre, ¿resultaron del concurso casual de los átomos? De suerte que todo es casual, hasta las funciones que desempeñan los miembros de los animales? ¡Qué disparate...! El hombre, según la ciencia moderna, es un animal que ha inventado a Dios! ¿Será por ventura el hombre solamente un átomo arrojado en la extensión del universo? ¿Puede siquiera concebirse un hombre a quien su conciencia, o su sentido íntimo aseguren que de nadie ha recibido la existencia, sino que él se la dio a sí mismo? Y si se siente grande y ese sentimiento es justo y fundado, ¿de dónde toma ese sentimiento de su dignidad y grandeza? Sí señor, el hombre, ser finito y tan pobre e impotente como se presenta, es y no puede menos de ser la obra de un Ser infinito; y en ella se descubren rasgos del Divino Artista. con ser limitado el hombre en todas sus partes, se muestra en todo y extiende su mirada inteligente a todo; la pesadez y debilidad de su cuerpo no detienen ni paralizan su pensamiento, sino que este le acompaña a dondequiera que va; examina y estudia todo lo que le rodea, y se extiende y eleva por doquier. La llama de ese pensamiento abre los espacios, atraviesa los tiempos y traspasa todavía las fronteras de unos y otros. Este ser, a quien cuesta gran trabajo conocer, vivía en cierto modo antes de nacer sus antepasados, y vivirá después de su muerte en sus descendientes. Es un pequeño rayo de luz en el curso de los tiempos, y existirá después que el tiempo haya concluido. Los designios de la omnipotencia existen en su mente desde toda una eternidad, y para un momento, no hubiese hecho al hombre a su imagen y semejanza. La materia es para el alma lo que el vestido para el cuerpo; y no es el cuerpo solo lo que constituye el hombre, es el vestido que se usa, se gasta, y se cambia y sufre diferentes fases y transformaciones.

Nota a pie de página: En la actualidad, los físicos opinan muy fundadamente que en nuestro cuerpo se verifica una renovación constante de sus elementos constituyentes, de tal modo que en el espacio de siete años, se cambian todos, sin nosotros advertirlo, y sin que por esto deje de llamarse, de parecernos, y de ser realmente el mismo cuerpo, puesto que la variación no se ha hecho simultáneamente en todo él.

¿Donde está mi cuerpo de la niñez? ¿Qué se ha hecho del vigor, fuerza y hermosura de mi juventud? Todo ha concluido, ha muerto y se ha disipado, (Se continuará.)

[La Asociación, nº 135. Teruel 15 de Noviembre de 1888, pp.1-6]

FOLLETÍN, 12.

como los perfumes y sonidos que se pierden en el aire y en el espacio. La más admirable creación, la creación imperecedera, se encuentra en lo que es imagen de Dios. ¿Y este ser tan prodigioso y admirable en su origen, había de ser un puro y simple animal, en nada diferente de los seres inconscientes criados expresamente para él? ¿Cómo puede explicarse ni concebirse que el hombre haya estado confundido con los animales irracionales siglos y siglos, hasta que, conociéndose superior a ellos, ha sabido hacerse religioso e inventar la idea de Dios, según mienten los racionalistas? Como todo hombre, usted marcha, habla, piensa y ejerce sus funciones en la tierra, y sin embargo de que observa y ha visto su progreso físico, como ve hoy su descendencia, esperando que llegue un día su muerte, lleva en sí mismo, el sentimiento de la inmortalidad, ¿no es cierto? Existe usted, pero no ha podido inventarse, y apenas puede siquiera conocerse.

Pero diga, tío Silverio, siendo usted hijo de estas montañas y con el carácter de Alcalde del puerto [como explica antes], deberá conocer el terreno a palmos. Habrá abundantes cuevas, eh? Sí señor, bastantes, y muchas, desconocidas. Digo desconocidas, porque unas no se han inspeccionado, y otras no se ha podido conocer su extensión o fin, siendo imposible averiguarlo en algunas. No muy lejos de aquí se halla una cueva donde entraron unos perros que iban corriendo un conejo; llegaron hasta ella los cazadores dueños de los perros, y en vano estuvieron esperando su salida el resto del día, siéndoles forzoso dejar aquel punto para volverse a sus hogares. Al siguiente día, como los perros no parecieron, acordaron los dueños tomar abundantes virutas de tea y marchar a la cueva, como lo verificaron. Una vez en ella, encendieron teas y se introdujeron, llamando a los perros a voz en grito y por medio de silbidos, llegando hasta donde les aconsejó la prudencia, y como los perros tienen un grande olfato y finísimo oído, pudieron apercibirse, saliendo por fin después de algún tiempo de aquel laberíntico subterráneo. Ahora hágame usted el favor de decirme si tendrá encrucijadas la dichosa cueva. Las hay en que después de algún trecho, no es posible seguir adelante por el agua que contienen; también hay pequeñas, que por lo regular se encuentran en puntos elevados, donde se retiran pastores y ganados en tiempos de lluvia. En una de estas tendrá usted hoy más de doce palmos de estiércol, por la continua presencia del ganado. Pues por qué no la extraen para beneficiar las tierras? Porque se halla en tal posición que no es posible llegar allí caballería alguna. Las hay de tal manera ocultas por la maleza que son ignoradas de muchos. Quizá tenga usted alguna noticia del ataque de Mayals en que fueron batidos fuertemente los carlistas; pues bien, de allí llegaron a estos puertos algunos jefes carlistas que pudieron escapar pasando el Ebro, entre los cuales se hallaban los hermanos D. Pablo y D. Enrique Montañés [de Massalió], Carnicer [de Alcañiz], Cabrera y dos o tres más, con sus caballos, y reunidos encima de Beceite, en el punto llamado Caragolet [lo Caragolet, entre Pena-roja y Vall-de-roures], se dirigieron a las masadas de San Miguel donde ustedes estuvieron; allí se presentaron al tío Toni (el masovero más autorizado) y en secreto le dijeron: "Es preciso que usted salve nuestras monturas, porque no podemos llevarlas a paraje alguno sin exposición de ellas y de nuestras personas; escóndalas usted donde las considere seguras hasta que volvamos por ellas". Luego, tomando Carnicer la palabra, dijo a sus compañeros: "Estamos en gravísimo riesgo, y es preciso que cada uno marche por donde considere más oportuno". El que llevaba algún dinero, lo presentó, porque la mayor parte carecía absolutamente de él, se repartió entre todos y desaparecieron. El masovero tío Antonio, sin llamar ayuda alguna, tomó las monturas y marchó a ocultarlas donde él solo conocía, sin tener cuidado de que fuesen encontradas, como así sucedió, hasta que volvieron a manos de sus dueños. Escenas habrán pasado por estos puertos, tío Silverio, en virtud de las guerras civiles.

¡Ya lo creo! como que este terreno fue siempre el seguro asilo de los carlistas; y a propósito, ¿qué me dice usted, D. Lorenzo del convento o monasterio del Benifasar que hemos visitado? Puedo contestar de diferente manera, según el modo con que lo mirara. Sí, tío Silverio; por un lado, ruinas de monumentos cristiano, por otro, luto y dolor. Las ruinas ofrecen al corazón, majestuosos recuerdos, y a las artes, admirables composiciones. No sé por qué las ruinas tienen cierto atractivo... Sin duda será por la analogía que encontramos con nuestra excelencia; empero hay dos clases de ruinas: unas que son obra del tiempo, y otras de los hombres. Las primeras se miran sin desagrado, porque la naturaleza marcha con los siglos; y mientras aquella produce flores, estos hacen escombros; y cuando los siglos abren un sepulcro, la naturaleza se ocupa en reproducir sin descanso rodeando los monumentos de la muerte con las ilusiones más dulces de la vida. Las ruinas que los hombres han ocasionado, son devastaciones, obra de la fatalidad, siendo estas devastaciones más violentas y completas que las de los años; porque estos minan, aquellos destruyen. Cuando el tiempo obedeciendo el mandato supremo, presta su hoz al hombre, en un momento reduce este, a la nada, lo que el tiempo necesitaría siglos para destruir. ¡Cuantas ruinas de edificios admirables han hecho las guerras políticas! ¡Cuántas riquezas perdidas! Parece que unos y otros hubiesen formado decidido empeño en reducir a cenizas, con especialidad los santuarios y ermitorios. Permítame usted, D. Lorenzo, que le diga, me pareció sorprender dos lágrimas que se deslizaban de sus ojos cuando salíamos de las ruinas del templo. Es verdad, no se equivocó usted; me parecía ver las sombras de los infelices que en aquel asilo de austeros monjes, junto a las aras sagradas habían encontrado la muerte en lugar de la misericordia. Mientras los Ingleses -según versión- tienen sus muertos vestidos de lana, y los sepulcros sembrados de reseda olorosa, yo dirigía mi vista por aquellas ruinas, donde tantos españoles yacen en las sombras de la muerte y nada veía que me indicara el más humilde sepulcro. Es que allí no había madres ni hermanos; caían acinados en la zanja como las varas de la vid; allí no hay alegorías, no hay figuras góticas, no hay epitafios, no hay sepulcros, no hay cosa alguna que recuerde la tumba. ¿Para qué? Todo es tierra informe y ruinas. Aquellas cenizas desaparecieron, y nada dicen a la imaginación ni al corazón. Sí, tío Silverio, con estas reflexiones al pisar aquellos escombros donde me parecía ver andar esqueletos humanos y escuchar los sollozos de mis semejantes, ¿cómo era posible que mis ojos no dieran una prueba de mi tierno y sensible corazón, aunque tratara de ocultar mis lágrimas a los que me acompañaban? Nos avergonzamos de que nos vean sensibles y tenemos en poco, dar a conocer que tenemos alma, y que los dolores del prójimo la conmueven y la afectan. Cuando el encargado de aquellas ruinas nos señalaba el sitio donde salían a tomar el sol los prisioneros, y donde estaba la zanja para el fin de sus días, alguno de ellos sin exhalar su último aliento, sufría moralmente lo que no puede usted figurarse...

Día 26 (de Junio, 1857).

Ya tendía el sol sus fúlgidos resplandores por aquellas alturas cuando dejábamos la cama, y la casa estaba en movimiento. ¡Magnífico día para saborear suculentas provisiones a la sombra! Mas era preciso reconocer aquellas inmediaciones que prometían; así que, después de haber almorzado de una manera humilde con los amigos Loscos y Pardo, salimos al campo. Toda la mañana la pasamos registrando los costados y faldas de aquel valle con todas sus ranuras, donde la vegetación era abundante en plantas diferentes; de manera que se hizo buena recolección, contándose, entre otras, la entre otras la Valeriana montana, Valerianela olitoria, Kuantia Knautia rupicola, Cirsium acaule, Centaurea caulescens, Carlina vulgaris, Lactuca muralis y Hieracium amplexicaule... Sudamos de lo lindo; y cerca de las once, estábamos de vuelta en nuestra posada, donde el tío Silverio y fámulo quedaron cuidando las provisiones de boca y arreglando la comida.

Mientras los amigos colocaban en los papeles la colecta, se llegó a mí el tío Silverio y me enseñó dos piedras: dos moluscos; una figurando un caracol, y la otra, una concha de mar; me dijo las había recogido al pasar por la falda del tozal del Rey, y me preguntó quién había dejado tales piedras en aquellos montes. ¿Qué le parece a usted? le contesté. Ellas solas no habrán venido; y luego los montes ni las rocas, no tienen el capricho de criar piedras de semejantes figuras. Comprende usted por qué casualidad se (en)cuentran aquí? Y tomando un aspecto grave, después de haberse arrellenado en su silla, me respondió: Cuando el diluvio inundó toda la tierra, estos seres criados en las aguas, andarían con su elemento por todas partes; y cuando Dios mandó que las aguas se retirarán, estos objetos que tenemos a la vista con otros muchos, quedarían aquí, y tras largos años se habrán convertido en piedras. Tiene usted su parte de filósofo, tío Silverio; discurre usted no muy mal, pero ese suceso me parece relativamente joven para poderse convertir en piedras esos animales invertebrados. Aquí se nos presentan dos terrenos que describir o explanar; el cosmológico y el geológico; ambos largos y escabrosos para que mi pobre imaginación pueda tocarlos.

Aquí llegábamos cuando la voz magistral del amigo Loscos se dejó sentir llamando al refectorio, a donde marchamos con una exactitud admirable. No podemos decir que nos sentamos a la mesa, porque en estos puntos se suprime por artículo de lujo, así como tenedores y otros utensilios gastronómicos propios de la decencia y de la cultura, pero como el apetito que saben proporcionan las frescas y cristalinas aguas de las fuentes de aquellos valles, y el excitante guiso de nuestros culinarios nos incitaban, nada echamos en falta o considerábamos indispensable. Toda la comida sufrió el más riguroso silencio, pero terminada, me dirigí al tío Silverio diciéndole: Habiendo pasado usted sus años por estas montañas, ha debido observar algún fenómeno. ¿No ha sucedido que alguna de ellas (montañas) haya andado? Una carcajada fue su primera contestación, añadiendo a seguida: ¡Tiene usted unas cosas! ¿Si querrá usted, al fin de mis días, hacerme creer que los montes andan? No se extrañe usted de mi pregunta ni crea que es broma. En todas las grandes cordilleras donde nieva abundantemente, se presentan ventisqueros, como llaman ustedes, donde se hace más duradera la nieve en razón a su mayor cantidad o espesor, ¿no es así? Pues bueno, puede suceder, y sucede, que esta nieve, colocada en el costado superior de una montaña, vaya filtrando su humedad por debajo de ella, que asentada sobre una superficie firme y en declive, haga perder el equilibrio y, resbalándose, vaya a parar a la parte más baja del terreno; y a esto llamaremos "montaña que anda". No tengo noticia, dijo el tío Silverio, que tal haya sucedido en estos puertos, pero sí diré que en la riera, antes de llegar a la capilla de San Pedro mártir [o de San Pedro de Verona, en la Portellada], se halla la masada llamada del Chisnero [Mas del Ginero, Vall-de-roures]; y esta, que ocupaba una posición más inmediata a la montaña del arca, un año de abundantes lluvias, bajó con todas sus tierras a donde hoy se halla, tropezando con el río, que interceptó su curso, siendo preciso abrirle paso. Pues ahí tiene usted ya un caso, aunque en pequeño, que le dice lo que son tales fenómenos, que si en estas montañas no se presentan con frecuencia, por la naturaleza de su suelo, suelen dejarse ver en aquellas, en que las nieves son eternas. Es decir, ¿que estarán siempre cubiertas de nieve? Sí señor, por eso se dicen eternas. Pues en tales puntos no habrá habitante alguno, ya por el frío como por la falta de alimentos. Está usted en un error, si tal cree: en todas partes se encuentran (seres) vivientes; cada especie tiene su elemento propio. En el Asia central hay una célebre cordillera que se dice Hindón Kouch [Hindukush o Hindu Kush, entre Pakistan y Afganistán], en la que se ve un enorme pico, y en él, jamás desaparece la nieve; pues, en aquel pico se encuentran multitud de aves, que no pueden volar, porque la violencia del viento así lo exige; dígame usted: ¿Cómo viven allí? ¿De qué se alimentan? Además, el gusano de la nieve, muy parecido al de la seda, que si lo saca usted de la nieve donde tiene su vida y alimento, muere; y por último diré a usted que hasta en el fuego existen (seres) vivientes. ¡Vaya, vaya! tanto dirá usted, que me hará pensar que todo lo dicho es una fábula. Es lo cierto; aquí están mis amigos, que podrán asegurar cuanto dejo dicho. No tenga usted duda alguna, contestaron los señores Loscos y Pardo; eso y muchas más podrían decirse que tendrían relación con estas altas moles, pero que todas ellas, así como otras mucho mayores, sin comparación, son el resultado de los diferentes trastornos que ha experimentado el mundo; mas, dejemos esta materia para otro rato, y vamos a dar un paseo por este diminuto pueblo antes de salir al campo, y veremos qué tiene de notable.

Pronto estuvo todo visto, sin que cosa alguna llamara la atención, si se exceptúa la pobre construcción de edificios diseminados -digámoslo así-, sin orden alguno; solamente la casa del ric de Fredes, que así llaman al principal propietario, única que dejaba entrever alguna comodidad y decencia; lo demás todo mísero.

La tarde la pasamos reconociendo las orillas de aquel valle, que, por cierto, ofrecieron distracción y recreo, porque estuvieron tan generosas sus escotaduras y rincones, que nos volvimos a casa con abundante provisión de vegetales, contándose entre otras el Sedum dasyphillum [Cras.], Orlaya platicarpos [Umb.], Conopodium denudatum [Umb.], Sanicula europea [Umb.], Lonicera pirenaica [Capr.], Galium vernum [Rub.], Kuantia Knautia subscaposa [Com.], Pinus royal [Pinus sylvestris], Cirsium acaule [Com.], Centaurea sensana [Com.], Carlina vulgaris [Com.], Urospermusa Urospermum dalechampii [Com.], Lautuca Lactuca virosa [Com.], Hieracium amplexicaule [Com.], Hieracium laniferum [Com.], Campanula rapunculus [Cam.], Erica multiflora [Eri.], Linaria crasifolia [Scro.], Stachys recta [Lab.], Brunolla Prunella grandiflora [Lab.], Buxus sempervirens [Bux.] y Abictineas Abietineas silvestris [Pinus sylvestris?]. Se colocaron con las demás plantas en el herbario, y hasta la hora de cenar, se pasó el rato recibiendo algunas preguntas (Se continuará.)

[La Asociación, nº 137. Teruel 15 de Diciembre de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 13.

del tío Silverio y dándoles las contestaciones que se creyeron más oportunas.

Terminada la cena, ínterin los amigos convenían con el tío Silverio en el itinerario del siguiente día, entré con la moza de la casa en la habitación de la enferma, y encontrándola relativamente aliviada, aconsejé siguieran el mismo plan, pero que llamaran al profesor [doctor] más inmediato o próximo, si no tenían alguno obligado, a fin de que le ordenase lo que creyese más conveniente.

Día 27 (de Junio, 1857).

Serían las cinco de la mañana cuando dejamos el humilde lecho, para tomar un ligero desayuno y emprender nuestra expedición. ¡Magnífica mañana! Luego que me personé en la puerta de la calle para admirar el hermoso panorama que se presentaba el nuevo día, encontré al tío Silverio sentado en el banco de piedra que allí había, con su barba apoyada en ambas manos, en actitud meditabunda. ¿Qué significa eso, tío Silverio? le dije. ¿Qué ha pasado usted mala noche? No señor, he dormido bien, pero he tenido un ensueño que me hace pensar mucho. ¡Hombre! ¿Y un ensueño le preocupa de tal manera? Sí señor; y para que comprenda usted mi admiración, voy a explicárselo, y me dirá si tengo, o no, razón para pensar en él. Soñé que me levantaba de la cama y que para conocer la hora en que me hallaba, salí al mirador creyendo ver ya el nuevo día, como así sucedió, pues la luz principiaba a tenderse por la campaña; elevé la vista al horizonte y quedé sorprendido al ver una campana como de unas ocho arrobas de peso, suspendida en la atmósfera, teniendo en su cuerpo tres agujeros completamente redondos de unas doce pulgadas de circunferencia. Absorto contemplaba tamaño fenómeno, admirando como se mantenía en el aire, cuando principia voltear como lo hacen las de los campanarios en días festivos, pero sin dejarse oír sonido alguno; y pasados unos dos minutos, fue elevándose hasta desaparecer, dejándome aterrado. ¡Raro sueño, en verdad! ¿A qué podía obedecer? Los ensueños, tío Silverio, versan comúnmente sobre los objetos que más nos ocupan; sin embargo, los hay que ninguna relación tienen, ni con nuestras costumbres, ni con nuestras ocupaciones, ni con nada, como sucede con este de usted; así es que, se nos escapa su significado y conexión. Pero dígame usted: ¿no podremos conjeturar cosa alguna de él? Amigo mío, yo me considero impotente para descifrarlo; nada puedo decir a usted, aún cuando sé que ha habido ensueños con resultados prácticos -díganlo los descifrados por José en el reinado de Faraón-, pero generalmente son fantasmas de la imaginación, que si proceden de causas pasajeras, son fáciles de apartar, mas, como siempre prueban que existe en el individuo cierta susceptibilidad cerebral, es preciso que después de separar la causa del ensueño, se trate de moderar la susceptibilidad del individuo valiéndose de ejercicios corporales sabiamente combinados con los baños, los alimentos suaves, etc., etc. ¡Pues para no soñar, nada mejor que no dormir! Eso no puede ser. El sueño es un reparador de las fuerzas, es el acto de reposo de la intermitencia de acción, actividad o vigilia de los aparatos de las funciones de relación. La causa ocasional del sueño es el cansancio del sistema nervioso. Para que el sueño sea completo, es necesario que falten enteramente las sensaciones de los actos intelectuales y de los movimientos voluntarios. Los músculos, los sentidos y el cerebro, fatigados por los movimientos, las sensaciones, o por el ejercicio de la inteligencia, caen en un estado de entorpecimiento general, haciéndose momentáneamente impropios para llenar sus funciones. Es indispensable el dormir; el sueño renueva en los órganos de los sentidos, de la inteligencia y de los movimientos, la excitabilidad agotada por la vigilia, disipa la laxitud, favorece su restablecimiento y les restituye toda energía. El sueño es parcial o general, en el primer caso, solo se hallan suspensas algunas, o pocas, funciones de la vida animal, al paso que en el segundo, lo están todas. Para envejecer antes de tiempo, nada más propio que dormir poco, así como si el sueño dura demasiado tiempo, produce en los órganos de relación, los efectos que ocasiona la falta muy prolongada de ejercicio. He dicho que hay sueño parcial o general; pues bien, cuando una de las partes encefálicas menos fatigada que las otras ha descansado más pronto con el sueño, conserva la tendencia al ejercicio de su acción, y si la ejerce, habrá ensueño, y por consiguiente, no hay ensueño completo. ¿Me ha comprendido usted? Sí, señor; peo dispénseme el que le diga, me parece muy raro el que una de las partes 'oncefacílicas', como usted ha dicho, ejerza funciones sin intervención de las demás; pero sea, y vamos a otra cosa: ¿Qué es eso de sonámbulos de que alguna vez he oído hablar? Eso puede ser natural, y también, provocado por medio del magnetismo [hipnósis]. Quizá haya usted oído también hablar algo sobre el espiritismo, ¿eh? No, señor; de eso no he oído cosa alguna. Pues mire usted, el magnetismo animal [hipnósis], que según un señor Registrador de la propiedad, es hermano del espiritismo, ha tenido como este, su época, y todavía están en acción, contando uno y otro, personas ilustradas y distinguidas entre sus prosélicos. Estos fenómenos -si tal pueden llamarse- han sido estudiados con especial interés por Puisegrer [Armand-Marie-Jacques de Chastenet, Marqués de Puységur], Vau Ghert [Peter Van Ghert], Soheling [Friedrich Schelling], Eschenmeyer [Carl August Eschenmayer], Delenza [François Deleuze], Bertran [Alexandre Bertrand] y otros juzgándolos merecedores de figurar entre los agentes de la ilustración; al paso que el Doctor D. Martín Nieto Serrano demuestra que el magnetismo animal [hipnosis] y el espiritismo son una degradación intelectual, un suicidio parcial de la razón, un retroceso en la escala de la inteligencia y el extravío del sentimiento, y que ningún hombre sano de inteligencia, y de razón, debiera permitirse, ni aún como solaz y entretenimiento... [De TEXIDOR Y COS, Juan (1883): Apuntes de zoología médico-farmacéutica y farmaco-zoología.]

,El texto original dice: "El espiritismo admite que los espíritus de personas fallecidas, quizás siglos hace, evocados, pasan a un sonámbulo 'medium' para contestar éste por inspiración de aquellos (no de otra persona), o que avivan los objetos inanimados, los cuales giran, se agitan, golpean, y así contestan a cuanto se les pregunta. ¿Lástima grande que no sea verdad tanta ficción! pues por medio tan sencillo como, se dice, infalible, ni en las ciencias habría nada dudoso, ni órganos en el cuerpo humano de uso desconocido, ni el juez necesitaría buscar testigos para comprobar las circunstancias de su crimen y procesar al criminal, pues para extender el sumario bastarían un sonámbulo medium y un juez o actuario magnetizador. El magnetismo animal [hipnosis] y el espiritismo han contado entre sus prosélitos personas distinguidas, hombres con sobrada buena fe, y así José Frank le aceptaba como un medio de diagnóstico y de curación; les han estudiado con especial interés Puisegur, Van Ghert, Schelling, Eschenmeyer, Deleuze, Bertrand, Fosisac, Chardet, etc., como Heger y Vera le han juzgado merecedor de figurar entre los agentes de la ilustración, mientras uno de los médicos españoles que más brillan en filosofía, el Dr. D. Martín Nieto Serrano, demuestra, con razones bien aducidas, que el magnetismo animal y el espiritismo son una degradación intelectual, un suicidio parcial de la razón, un retroceso en la escala de la inteligencia y el extravío del sentimiento, y dirigiéndose a los adeptos y propagadores de tales suposiciones, les advierte que sus tendencias sobrenaturales, son un abandono de la naturaleza, un sacrificio repugnante y vergonzoso, consagrado a ídolos vulgares, ante duendes ridículos, ante ideas enfermizas, ante debilidades culpables, que ningún hombre sano de inteligencia y de corazón debiera permitirse, ni aún como solaz entretenimiento."

Aquí habíamos llegado cuando los amigos Loscos y Pardo asomaron a la puerta con sus cayados en son de marcha, y todos nos pusimos en camino. Pocos minutos hacía que marchábamos cuando el tío Silverio dijo: Compréndese perfectamente que una persona se dedique a una industria por la utilidad que ella le proporciona; con el recrío de animales, por ejemplo; además de sus ventajas, tiene uno el placer de ver los nuevos y tiernos animalitos cómo crecen, triscan y corren con un aire tan bullicioso y juguetón que entretiene y deleita; empero el dedicarse, como ustedes, a recoger plantas por conocer sus especies, comprendo que sea un capricho, una afición como otra cualquiera, pero francamente, permítanme diga, me parece esos muy monótono. ¿Qué vale, digo yo, una planta? Ha de saber usted que en las plantas, como en los animales, no hay cosa inútil; todo tiene su objeto, su destino; todas sus partes, aún las más insignificantes, al parecer, tienen su uso y trabajo propio. Todos los cuerpos de la naturaleza son movidos por la atracción, afinidad, fuerza vital y la intelectual (a esta última fuerza, claro está que no se hallan sometidos los vegetales). Nada diré, cómo las plantas obedecen a esas leyes, porque, además de ser materia larga, ni yo me considero con suficientes conocimientos para saberme explicar, ni usted me había de entender, así que, diré solamente alguna cosa respecto a la reproducción:

Hay plantas que tienen los dos órganos, masculino y femenino, al paso que las hay con el masculino solamente o con el femenino, y en tal caso, se necesita la unión de ambos sexos para que se efectúe la fecundación. La reproducción es lo más admirable y maravilloso, y el fenómeno que ha producido meditaciones profundas, exámenes detenidos e investigaciones de muchos sabios, que sería prolijo enumerar. Tampoco me detendré en describir lo que sucede cuando los dos órganos sexuales están en relación con la minuciosidad que lo haría un Treviranus [Gottfried Reinhold Treviranus], un Adolfo Brognier [Adolphe Theodore Brongniart], un Amici [Giovan Battista Amici], y otros que han estudiado esas funciones con escrupulosidad; presentaré sí, a usted, plantes bien conocidas, por ejemplo, el maíz o panizo. Esta planta tiene en su parte superior, un espigón que florece, ¿eh? y debajo, a cierta distancia, se presenta la mazorca o panoja, que a su tiempo saca una cabellera, y ésta, cuando el espigón suelta aquel polvillo, que muchas veces habrá usted observado, los recibe y conduce a los granos de la panoja, para que lleguen a su completo desarrollo, a sazón. Esto no sucede así con las plantas que como el panizo y otras, no reúnen los dos órganos reproductores; pues entonces, si no se hallan tan próximas macho y hembra que puedan ponerse en contacto, un insecto, el viento y hasta la corriente de las aguas, se encargan de llevar el polen fecundante a la hembra para que se efectúe la fecundación. Diré a usted, también, para que comprenda hasta dónde llega la próvida naturaleza, lo que sucede con una planta acuática llamada Valisneria Vallisneria [Hydrocharitaceae tropical]. Son macho y hembra, viven en el agua, y cuando se hallan muy próximas, les es fácil la unión para reproducirse; advirtiendo que el macho es un tallo erguido y, al tiempo de la florescencia, levanta la cabeza sobre las aguas, abriendo su flor; empero en la hembra, el tallo es en espiral, y por consiguiente, descansa en el fondo, mas, cuando llega la época de los amores, se estira hasta poner su capullo a flor de agua, abriéndolo; dobla entonces el macho su cerviz, y posando su flor sobre la de la hembra, descarga el polen fecundante y vuelve a levantar su cabeza, porque (Se continuará.)

[La Asociación, nº 138. Teruel 30 de Diciembre de 1888, pp.3-6]

FOLLETÍN, 14.

desempeñó ya el cometido que la naturaleza le imprimiera, y del mismo modo la hembra, cerrando su flor, vuelve a enroscarse, bajando al fondo, su lugar; mas, cuando, por hallarse distantes, no puede el macho llegar a la hembra, a pesar de sus esfuerzos e inclinación, suelta su flor entera a merced de las aguas, que se encarga de conducirla a donde la hembra espera. Muy raro me parece eso, D. Lorenzo, dijo el tío Silverio. ¡Ay tío Silverio! son tantas las rarezas que se le pueden contar en esta materia..., tantos caprichos... ¿Por qué unas plantas han de estar siempre colgadas de los peñascos, otras en los terrenos cultivados, unas en terrenos más directamente expuestos a los rayos solares, otra en los umbriosos y resguardados del sol, unas en medio de las escarchas de invierno y otras durante los calurosos días del estío? ¿Cómo se explica que el Paraíso se halle en Belmonte [Belmonte de San José], formando un seto espeso de arbolitos completamente desarrollados, a pesar de los ganados y animales, y a pesar de los hombres, más temibles en ciertos casos que los irracionales, y a esar de hallarse en los bordes de una vereda muy frecuentada y, con todo, no se halla en otras partes, sino como una cosa muy rara, o bien expresamente cultivado? Ni cómo explicaremos que el Vincetosigo [el de Torrecilla, Vincetoxicum nigrum] se encuentre hace ya más de sesenta años en el agujero de una peña, y allí vegete con lozanía, desarrollando cada año este solitario individuo sus hojas, flores y hasta frutos sazonados algunas veces, y sea este casi el único pie que en Aragón hayamos visto? Verdad que el botánico Asso cita esta planta en Pitarque, pero este país está tan distante de Torrecilla de Alcañiz, en cuyo término vive la planta citada, que ninguna relación puede suponerse entre terrenos tan desviados, para que haya podido venir la semilla, sino la muy difícil de alguna ave viajera. Y aún en Cataluña, solo sabemos que se encuentra en las empinadas sierras de Montseny y Monserrat.

¿Cómo explicaremos, en fin, que la Aliaga del calvario de Torrecilla de Alcañiz, Ulex recurbatus Ubilk Willk. [subsp. de Ulex parviflorus], especie novísima, arbusto que parece destinado a adornar exclusivamente ese santo monte con sus precoces flores, crezca abundantemente y con todo vigor, floreciendo y fructificando copiosamente solo a la sombra de los pinos allí criados, y con ser que las circunstancias climatológicas y las condiciones del terreno son idénticas en los cerrillos de alrededor, ni en ellos se propague la tal aliaga, ni en parte alguna de Aragón haya sido vista hasta hoy?

Pues no vaya usted a creer que solamente nosotros nos expresamos en este sentido respecto de las plantas; oiga usted lo que ha dicho Chatetubrián Chateaubriand:

Al ver las plantas elevadas en el aire y en la cumbre de los montes, cualquiera diría que toman algo del cielo a que se aproximan. A veces, cuando reina una profunda calma, al salir la aurora, todas las flores del valle están inmóviles en sus tallos, se inclinan de mil diversos modos, y miran hacia todos los puntos del horizonte, y en aquel momento en que todo parece estar tranquilo, se consuma un grande misterio: la naturaleza concibe, y estas plantas jóvenes son otras tantas madres inclinadas hacia la región misteriosa de donde debe venir la fecundidad. Los silfos tienen simpatías (menos) aéreas y comunicaciones menos invisibles. El narciso deposita en los arroyos su raza virginal; la violeta confía a los céfiros su modesta posteridad; la abeja recoge de flor en flor su miel y fecunda, sin saberlo, toda una pradera; una mariposa lleva un pueblo entero en sus alas. Mas no todos los amores de las plantas son igualmente tranquilos, pues los hay que los tienen borrascosos, como los de los hombres; se necesitan tempestades para unir en las alturas inaccesibles, al cedro del Líbano con el del Sinaí, al paso que en la falda del monte basta un viento suave para establecer entre las flores una comunicación de deleites. (...) La providencia, colocando los sexos sobre individuos diferentes en muchas familias de las plantas, ha multiplicado los misterios y las bellezas de la naturaleza; así se reproduce la ley de las emigraciones en un reino que parece exausto de toda facultad de moverse; tan pronto es el grano o (el) fruto el que viaja, como lo es una porción de la planta, o toda (la planta) entera. Los cocoteros prevalecen, por lo regular, sobre los peñascos en medio del mar; cuando sobreviene una tempestad, caen los frutos y las ondas los llevan a las costas habitadas, donde se transforman en hermosos árboles. (...) Las plantas marinas están sujetas a mudar de clima. El Facus Fucus giganteus [alga actualmente conocida como Macrocystis pyrifera, Laminariaceae] sale de las cuevas del Norte con las tempestades y, avalanzándose avanzándose por los mares, ocupa con sus brazos, espacios inmensos, semejante a una red, que tendida desde la una a la otra orilla del Océano, arrastra consigo las almejas, las focas, las rayas y las tortugas que encuentra al paso. A veces, cansada de nadar sobre las ondas, extiende un pie hasta el fondo del abismo, y se para, poniéndose derecha, hasta que comenzando de nuevo su navegación, con viento favorable, después de haber girado bajo mil latitudes diversas, viene a tapizar las costas del Canadá con guirnaldas arrancadas de las rocas de Noruega. [De CHATEAUBRIAND, François-René (1802): Genio del Cristianismo o Bellezas de la Religión Cristiana, por el Vizconde de Chateaubriand, traducida nuevamente al español con arreglo a la octava edición francesa, por D. José March y Labores. 1842.]

¿Qué le parece a usted? No extrañen ustedes mi admiración, porque cuanto más oigo, más grande se me presenta la creación; ya se ve, criado entre estas montañas, sin más estudio que las primeras letras que con el tiempo se olvidan, ni más trato que el de estos pobres masoveros, todo lo ignoramos, de tal manera que lo que se presenta de nuevo a nuestra vista, nos parece un fenómeno que no sabemos apreciar, mirando y creyendo todo como obra de casualidad. Así lo comprendemos, pero crea usted, tío Silverio, que nada hay casual; todo tiene su explicación, su origen. Cuanto más ha estudiado el hombre, cuantas más luces le adornan, más grandiosidades encuentra en la naturaleza y más que admirar; y no siendo ateo, más tiene que creer y conocer a la causa eficiente, a Dios. Siempre el estudio de las ciencias naturales es útil al hombre, porque fijando su vista en los seres creados, elevará su entendimiento al conocimiento de las cosas increadas, y particularmente al autor de todas ellas; pero hoy con mucha más razón, porque, si bien hay sabios que no dudan un momento, los hay que todo lo atribuyen a fuerza cósmica, a las leyes naturales, aún cuando en sus descubrimientos hallan constantemente impresa la mano de Dios. Las teorías de Bufon Buffon [Georges-Lous Lecreck de Buffon], de Strans Strauss [David Friederich Strauss], de Laplace [Pierre-Simon Laplace] y Darvin Darwin [Charles Darwin] sobre la formación de los astros y del sistema planetario, sobre la estructura de nuestro globo y sobre el origen del hombre y de las especies, han sido admitidas por muchos con placer; se defienden con calor y aún se abusa torpemente de alguna de ellas, inoculando en la juventud el veneno de la impiedad; empero sabios ilustres como el Cardenal Wisemán [Nicholas Wiseman, arzobispo irlandés], Augusto Nicolás [Auguste Nicolas], Bosizio [Atanasio Bosizio], Pianciani [Giovanni Battista Pianciani] y otros, han venido a tirar por tierra esas teorías, conciliando la ciencia con la revelación...

Así marchábamos departiendo amigablemente, al mismo tiempo que los amigos Loscos y Pardo recogían, llenos de júbilo, algunas plantas enteramente desconocidas. ¿Quien recibirá una satisfacción tan grande al hallazgo de un bolsillo, como la que sentían mis amigos a la vista de aquellos vegetales? Pues sí, entre diversas plantas pirenaicas y de distantes puntos que allí se recogieron, se contaron 49 nuevas para la flora de Aragón, y esta circunstancia sola recompensaba con creces los pasos y fatigas por aquellas cumbres y ásperos caminos.

Al pasar por la falda del cabezo Tozal del Rey, el tío Silverio nos dijo que entre el referido cabezo y San Miguel, hubo en tiempos una cueva con un pozo llamado hoy, o conocido por el pozo de los mártires, pero que este pozo ya no existe, o más bien no se deja ver, porque fue tapada su boca con pinos, piedra y tierra. Preguntámosle por qué se denominaba pozo de los mártires y de donde traía su origen, y nos contestó en la forma siguiente:

A principios de la presente centuria, por los años 8 al 12 (1808 - 1812), llegaron a estos puertos ocho o diez señores, con un niño de unos ocho años de edad. Fijaron su residencia en una de las cuevas, y allí vivían saliendo por las masías a pedir lo que necesitaban para alimentarse, que lo pagaban religiosamente, así que no se les negaba cosa alguna. La presencia de estos sujetos en el país, su permanencia en él, y la circunstancia de pagar sin réplica cuanto tomaban, picó la curiosidad de los masoveros, y principiaron a hacer comentarios sobre quienes debían ser, qué objeto les había conducido a aquellas montañas, ocultándose, al parecer de las poblaciones, y su permanecia allí. No faltó quien opinó bien, ya que todo lo pedían "por favor" y lo pagaban al contado, sin replicar; empero hubo también quien los pintó con negros colores, diciendo que si fueran personas de bien vivir, no se ocultarían en el monte, porque personas principales y con abundante dinero, como al parecer llevaban, no tenían porqué sustraerse a las miradas de sus semejantes. Como la maledicencia, luego, forma parte en el emponzoñado corazón humano, se fue propagando la idea de que no eran gente buena, y que deberían matarlos, y hacerse dueños de las riquezas que llevaban. ¡Maldita ambición! ¡Maldita avaricia! Como el oro y la plata, al mismo tiempo que es un poderoso talismán para la consecución de todos los fines, es un terrible enemigo del que lo posee, y un diablo tentador del corazón humano, después de la discusión, acordaron los masoveros, sorprenderlos una noche en su retiro y asesinarlos. Así lo verificaron: reunidos un número respetable con las armas y palos que tuvieron a mano, se encaminaron a la cueva donde estaban recogidos (Se continuará.)

[La Asociación, nº 140 -del 138 pasa al 140-. Teruel 15 de Enero de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 15.

aquellos infelices entregados al sueño, y atándolos, los llevaron a la cueva del pozo, al que fueron arrojados, sin hacer caso de súplicas ni de ofrecimientos, como tampoco de las lágrimas y lamentos de la inocente criatura, que seguramente desgarraría el corazón. Terminada tan inicua acción, que a su solo recuerdo o relato se subleva uno, cortaron pinos y, poniéndolos en la boca del pozo, colocaron encima piedra y tierra suficiente, dejando allí sepultado el crimen, desconocido para los demás, y repartiéndose luego lo que pudieron encontrar. Después se ha querido dorar la píldora, diciendo que aquellos hombres eran una cuadrilla de ladrones, retirados en los puertos para, desde allí, hacer sus correrías, pero lo cierto es que ninguno de los pueblos limítrofes se quejó de violencia ni de exacción alguna. Nadie sabe de dónde vinieron, pero no falta alguno que haya dicho, eran del reino de Valencia, que con motivo de los atropellos que sufrían los que figuraban como afrancesados durante la guerra de la independencia, habían abandonado sus casas y familias, llevando consigo abundante metálico, hasta que las circunstancias cambiaran o mudaran de aspecto, por aquello de que, en las revoluciones, el que gana tiempo, siempre sdale bien; pero los pobres huyeron de Escila y cayeron en Caribdis [dos monstruos marinos de la mitología griega, uno de ellos vivía en los acantilados y el otro creaba remolinos; la tradición los ubicaba en el estrecho de Mesina.].

¿Sabe usted, tío Silverio, que eso fue una felonía, y que los masoveros que tomaron parte en esos asesinatos merecían un ejemplar castigo?, exclamamos a una mis amigos y yo. Lo comprendo así, y puedo asegurar a usted que, aún cuando no puedo, con conocimiento de causa, afirmar el hecho, siempre que me he visto obligado a tratar de cualquier asunto con alguno de esos masoveros (porque, como no hay cosa alguna oculta debajo del sol, han sido señalados con el dedo de la voz pública; a todos los he conocido, y todavía viven algunos, aunque pocos), he sentido cierta repugnancia, tal prevención y desconfianza..., inspirándome un horror fácil de explicar. Eso es muy natural, porque tenía usted en su presencia, almas negras y viles, con quienes la honra de usted no podía simpatizar. Pero hombre, dijo Pardo, aún conviniendo en que aquellos sujetos fuesen unos bandoleros, ¿qué derecho tenían los masoveros para quitarles la vida? Lo que debieran haber hecho es: haber establecido un espionaje muy disimulado y perenne, y si su género de vida no era conforme, presentando faltas reprensibles, haberlos denunciado a la autoridad de Valderrobres, para que ésta tomara las medidas oportunas a la averiguación de hechos y demás, objetó Loscos. Justo, eso era lo más conducente, insistió Grafulla. Pero siendo salteadores, como querían los masoveros (creer) para atenuar su mala obra, ¿para qué habían de llevar en su compañía a aquel niño? ¿En dónde lo dejaban durante sus expediciones de asalto? Porque llevarlo consigo era un obstáculo inesperable, especialmente para un caso difícil o peligroso (esto dejando a un lado la fatiga del camino). Comprenda usted, tío Silverio, que eso de que eran ladrones, es una escusa que no puede pasar, al mismo tiempo que no pone a salvo su villano proceder; convengamos que la ambición de hacerse con las sumas que les olfateaban, fue lo que impulsó al horrendo crimen, haciéndose los tales masoveros, ladrones y asesinos. Ese crimen, continuó el tío Silverio, producía tal efecto en sus conciencias, que jamás querían oír hablar del suceso. Si, por casualidad, delante de alguno de los que todavía viven, sacara usted a la colación esa historia, le vería en un completo mutismo, si no le era posible evitar la conversación. Pero ese crimen, preguntamos, ha quedado impune, por lo visto, ¿nadie ha tomado cartas en averiguación del hecho? Nadie; ha pasado como una conseja: se ha escuchado como un cuento de niños, sin hacer mérito alguno de cuanto se ha dicho. Pues no les consideramos felices por tal resultado, dijo Grafulla, porque, además de su intranquilidad y remordimientos, esas víctimas están clamando contra sus asesinos, y lo que no puede castigar la justicia de la tierra, lo castiga la justicia divina, porque para aquella no hay secretos; dondequiera que se escondía Caín, veía el ojo de Dios que le estaba mirando. Mas, dejemos este lamentable hecho y vamos a otra cosa.

¿Cómo fue, tío Silverio, o en virtud de qué le confirió Cabrera el cargo de alcalde de estos puertos? Cuando salió de su casa, por primera vez, el referido Cabrera, para unirse a las filas carlistas, se vino a estos montes, que son una continuación de los de Tortosa, su país natal, y aquí, por una casualidad, nos encontramos; me hizo algunas preguntas, ya respecto a mi persona y residencia, como de los accidentes de estas montañas, a que respondí con la ingenuidad que me es propia; se me ofreció mucho, y dijo que, si para algo me necesitaba, acudiría a mí antes que a persona alguna; yo le prometí todo mi prestigio y poderío entre los habitantes del puerto, así es que nos hicimos muy camaradas. Como mi conducta no contrarió en nada el concepto que de mi persona se formó, antes por el contrario (más de una vez le protegí y oculté a las miradas de todos), llegó a tener tal confianza, que no tenía secretos para mí, y escuchaba mis consejos y razonamientos con la mayor atención, conduciéndose alguna vez según mis deseos. ¡Lástima no hubiese podido estar siempre a su lado! Esto y el comprender que en estos puertos era atendido y obedecido por los naturales, fue sin duda lo que le movió a conferirme la investidura de 'Alcalde', con orden expresa a todos los habitantes de la comarca, como así mismo a todas sus fuerzas, para que sin excusa ni pretexto alguno, obedeciesen mis disposiciones y mandatos; y así se observó por unos y otros, pues como ya entonces se había hecho fuerte y temible, nadie se atrevía a infringir sus leyes. Pues fue usted el hombre feliz, porque creo, son escasos los que pudieran gloriarse de su amistad. Muy desconfiado era... dijo el tío Silverio [en 1857, Ramon Cabrera estaba exiliado en Reino Unido].

Una pregunta, tío Silverio: ¿se puede saber a donde nos conduce usted por estas laderas? Luego principiaremos una subida algo larga y penosa, llegaremos a Refalgarí, y de allí bajaremos al Prat de Robera [Prat de Rubera en mapa antiguo; Casa del Rei i Estret de Coscollosa, por el GR-7], en donde tendremos una magnífica fuente [Ullal d'en Rovera en el IGN, junto Casa del Rei], que además de favorecernos con su fresca y cristalina agua, nos dará asiento a la sombra de abundantes y erguidos bojes. ¡Magnífico! Allí daremos cuenta razonada de nuestras provisiones de boca, y para postre nos contará usted aquello que nos prometió en la cuesta de San Miguel, ¿recuerda usted? ¡Caramba! veo que tiene usted excelente memoria; lo prometí y lo cumpliré, más, si les parece, podemos sentarnos un rato y tomaremos aliento para subir esa pendiente que se nos presenta. Sí, tomen ustedes asiento, dijo Loscos, y entre tanto, el amigo Pardo y yo examinaremos esa hendidura, pues parece que promete; creo estará amable con nosotros. ¡Es mucha la afición de esos señores! Y son incansables, dijo el tío Silverio así que marcharon. nunca hubiera accedido a acompañarles en esta expedición, a no ser el empeño que usted puso para que así lo hiciese; y gracias a la lentitud con que se verifica la marcha a fin de examinar las yerbas del terreno, pues de otro modo, ya les hubiera abandonado (si bien, proporcionándoles antes algún práctico en estas breñas), porque, además de mis años, que ya me pesan, han debido observar que este pecho me fatiga si salgo de mi pausado paso, y si es preciso subir cuestas, y, como el terreno que recorremos no permite caballería,... Lo comprendo, tío Silverio. Y dígame usted: siempre no habrá sentido esa dificultad en la respiración; ¿de cuando data? ¿cómo fue su principio? Cuando joven, no creo que tal molesta me aquejara, porque no recuerdo sintiera incomodidad alguna, ni en el pecho ni en parte otra, mas, apenas fui entrando en años, principié a sentir un cansancio, que fue aumentando hasta el estado en que usted me ve. Pues eso es una enfermedad llamada asma, y como las hay de diferentes maneras... en un principio debió usted haberse puesto en manos de un profesor [otra vez dice profesor por médico], que quizá le hubiese sido fácil combatirla con buen éxito. Los efectos son locales, como los obstáculos en la circulación pulmonar, las congestiones de sangre o moco, las ingurgitaciones, tubérculos y otros; o bien son generales, como la sanguificación incompleta, caquexia, disminución de la absorción y derrames serosos en la calidad del pecho. Tiene usted asma nervioso, sanguíneo, metastático, abdominal, atónico o adinámico, idiopático y orgánico... pero yo estoy hablando de las diferentes afecciones asmáticas, sin pensar en que soy un profano y que usted no me ha de entender. Sin embargo, diré finalmente que también hay asma senil que es el resultado de la edad y de la atonía, aunque también debe su origen a la osificación de los cartílagos costales. Si será este el de usted? En el primer caso, puede tratarse como el adinámico, pero en el segundo, es incurable; solo admite la curación paliativa. Y esta indisposición, ¿de qué me ha provenido? ¿comprende usted? La mayor parte de las enfermedades del hombre son por el abuso que hace de los modificadores naturales de la economía, de todos los cuerpos de la naturaleza que sirven para (Se continuará.)

[La Asociación, nº 141. Teruel 30 de Enero de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 16.

conservar la vida, como el aire, los alimentos, la luz, el calor, etc., etc. Las modificaciones naturales a que se da el nombre de excitantes funcionales, hacen que los órganos se pongan en acción para conservar al individuo; de manera que, por la presencia de los alimentos se pondrá en acción el estómago; por el aire, los pulmones; por los sonidos, el oído; por la luz, la vista; y así sucesivamente. Si estos excitantes se reciben en demasiada cantidad o en muy corta, no tiene duda que nuestros órganos han de resentirse y enfermar. Yo, tío Silverio, he apreciado tanto mi vida, que he preferido mi salud a todos los placeres, y estoy convencido que el hombre puede todo lo que se encuentra en el terreno de lo posible. Comprendo perfectamente que en algunos estados se vea el individuo obligado, ya a guardar inmovilidad en ciertos órganos, ya al ejercicio inmoderado, como también a recibir adulterados los alimentos por la codicia de los espectadores, y seguir, por consiguiente, una marcha diferente de la que su voluntad adoptaría. Los habitantes de estos puertos, necesariamente se han de ver menos expuestos a enfermar que los de las grandes poblaciones, porque aquí, sin conocimiento alguno para hacer uso de los modificadores naturales, observan la higiene mucho mejor, en comparación, que los de los pueblos de gran vecindario. ¿No es verdad que ustedes comerán cuando sientan hambre, beberán cuando tengan sed, descansarán cuando sientan fatiga y, por este orden, llenarán todas sus necesidades? Claro está, como no estamos sujetos a régimen ni regla alguna, vivimos con la naturaleza. Pues aquí tiene usted lo que yo he defendido siempre. Jamás fui partidario de un riguroso régimen porque en salirse de él (y esto no puede muchas veces dejar de ser), ha de traer el trastorno en la economía. Yo creo que el hombre no debe pugnar contra las facultades de sus órganos; creo, sí, que debe, sin embargo, ser prudente, temperante y virtuoso, pues con esto llenará las leyes higiénicas. Los órganos tienen en la economía un papel interesante; cada uno con su manera de obrar, con su acción contribuye más o menos a la conservación del individuo o de la especie. El ejercicio bien dirigido acrecienta la nutrición y volumen del órgano; al paso que, si es inmoderado, hace que su textura llegue a un grado de excitación morbosa, como extingue su función la privación completa del ejercicio extenuándolo.

Aquí habíamos llegado cuando se presentan los amigos, muy complacidos con una porción de plantas interesantes y emprendimos la ascensión del monte a paso de buey. Media hora escasamente nos costó llegar a la cumbre; marchábamos por un terreno bastante llano, destinado a cereales, y el tío Silverio nos señaló a nuestra izquierda una planicie, donde figuró antiguamente el pueblo de Refalgarí, mas como dijo que a la vuelta del Prat de Robera teníamos que pasar por allí, lo dejamos estar, y principiamos a descender a un terreno bastante vestido de vegetales, entrando luego en un barranco, cuyos lados, poco a poco iban elevándose, según nosotros descendíamos. Magnífico paisaje nos ofreció el tal barranco, aunque de corta extensión, pues muy pronto llegamos a su fin, dando con un salto a peña, cortada perpendicularmente, que no podíamos salvar, obligándonos a retroceder para salir de él, trepando a gatas por uno de sus costados que, sin ser muy pendientes, eran bastante elevados. ¡Pero qué vegetación, la de aquel barranco! ¡Qué frondosidad! Baste decir que las laderas estaban llenas de mayúsculos avellanos, tan esbeltos y limpios como si la mano del hombre hubiera intervenido en ello, viéndose en los intermedios, plátanos, acebos, tejos y otros árboles, de suerte que parecía un delicioso jardín. El fondo o suelo del barranco se hallaba tapizado de fresas, y sin embargo de encontrarnos a fines de Junio, no vimos más que un fruto. Salimos, pues, de aquel barranco, y fuimos a reunirnos con nuestro fámulo, que con su humilde compañero habían llegado, rato hacía, al Prat de Robera. Dicho Prat es un llano como de tres horas de arar. En la derecha, próxima a la montaña, hay una magnífica y abundante fuente, formando una balsa de unos seis metros de circunferencia, con un bullidor de agua en su centro, de cuya fuente toma su origen el río Matarraña; nos sentamos a su lado, y sacando las provisiones, dimos una satisfacción a nuestros impacientes estómagos, al mismo tiempo que un descanso a nuestros miembros.

Como yo tenía tan impresa en mi memoria la promesa que el tío Silverio nos dio, subiendo a las masías de San Miguel, luego que hubimos terminado nuestra comida, dije: ¡Vamos, tío Silverio!, este es el punto más a propósito para contarnos aquella aventura, o lo que sea, que recordará nos ofreció; con que, principie, que nos tiene todo oídos. Pues bien, contestó el tío Silverio, voy a satisfacer la curiosidad de ustedes:

Inútil creo recordar mi nombramiento de Alcalde de estos puertos, y comprenderán ustedes que, desempeñando este cargo, necesariamente tenía que habitar en ellos constantemente, habiéndomelas con unos y con otros; es decir, con sus moradores y con los carlistas que por aquí discurrían. No sé si he dicho alguna vez que en estos puertos, término de Valderrobres, hay un molino harinero, el cual se encuentra siguiendo el barranco que dejamos al tomar la subida para las masías de la Manzanera y San Miguel; pues conste. Era una noche que, aunque sin luna, ese cúmulo de lucernas que tapizan la bóveda celeste, hacían practicables estos ásperos caminos, como en las noches serenas de estío. Serían las once próximamente [aproximadamente] cuando marchaba yo con mi borriquilla y una talega de harina en dirección a la masada, cuando al pasar junto a un matorral bastante espeso, creí oír alguna lamentación, algún quejido. Paro la borrica y presto atención; efectivamente, de lo espeso de la maleza venían a oírse claramente voces débiles de llanto y de dolor. Como nada me inmuta en estos montes, avezado a todo, máxime durante la guerra civil de los siete años, en que tantas escenas presencié, me dirigí denodadamente al sitio de donde salían aquellas lastimeras voces; y cuando apenas había andado veinte pasos, vienen a sorprenderme estas palabras: "¡Matadme, por Dios!; seáis quien quiera, os ruego con toda mi alma que me matéis; sí, soy un desgraciado que sufre mucho y haréis un bien en quitarme la vida; ¡matadme, por caridad!". Discurran ustedes si quedaría yo sorprendido con tal hallazgo y semejantes súplicas; así que, después de breves momentos de contemplar a un semejante mío tendido en tierra entre los romeros, inmóvil, sin tener valor para incorporarse, le contesté: "No tengáis temor alguno, que aquí no se trata de matar a nadie; al contrario, de hacer todo el bien posible". Preciso he de morir, me dijo, con que matadme vos y abreviaréis mis dolores. Así proseguía el desdichado mortal suplicándome, y aguzando más mi deseo de salvarle. Volví a mi borrica, la descargué dejando la talega a un lado del camino, aproximé la jumenta a donde se hallaba mi prójimo (un cristino), y dándole valor, con mi ayuda pudo incorporarse colocándolo a seguida sobre la borrica como me fue posible. ¡Con más bríos contaba entonces!, ya se ve; de 50 años a 68, ¡¡¡hay una distancia tan marcada!!! Traté de reanimar aquel abatido espíritu cuanto pude, dándole toda clase de seguridades, y le pregunté quién era y cómo se encontraba en aquel punto; contestándome que era 'cristino', un prisionero del ejército (no me había equivocado, pues a seguida me lo supuse), que de una manera inopinada pudo huir, y falto ya de valor, agotada su energía y fuerzas con un mal estar general, había caído arrastrándose hasta donde estaba. Por lo mismo de ser un militar, procuré con más ahínco consolarle y disipar todo temor, asegurándole que yo le colocaría en punto donde nadie lo sabría, y estaría con toda seguridad hasta que se encontrara con fuerzas y en disposición de volver a sus filas. Yo comprendía, por su silencio y melancolía, que dudaba de mi protección, y respetando sus temores, nada le contesté hasta que llegamos a una cueva que yo conocía perfectamente, y nadie había de visitar, ya por lo oculta, como por su rara posición. Una vez allí, le dije: Vamos, tú dudas de mi generosidad y, sin embargo, te perdono esa ofensa, porque comprendo lo difícil que es pasar de la desesperación a la confianza. No os extrañe, me contestó; porque metido en estas breñas, sin conocimiento alguno, y siendo país habitado por mis contrarios, ¿qué puedo esperar? ¿cómo he de suponer en el estado que me veo, salir de aquí? Pues basta ya de temores; en todas partes hay corazones nobles, y aquí tienes uno, por tu fortuna; no te muevas de aquí si estimas en algo tu vida, y ten en mí una confianza ciega. Ahora me marcho a recoger la carga que mi borrica llevaba y que dejé junto al camino, la llevaré a la masada y de allí te traeré ropa y algo para que comas y bebas; con que, lo dicho, no tengas ningún cuidado, que aquí nadie vendrá más que yo, que he de ser tu guardián y tu salvador... Así le hablé y marché en busca de la talega de harina, la llevé a la masía y tomando pan, vino y un poco de abadejo que había en casa, con alguna ropa de mi uso, algo de abrigo y los útiles de encender fuego, volví a la cueva encontrando en ella la miseria personificada. Aquel militar estaba en una situación fatal, como ya me presumía. Encendí fuego, le quité la ropa que llevaba, que debió ser de algún carlista indolente, asqueroso, como no faltaban, y la quemé para que en el fuego se consumiese todo; le puse el vestido de mi llevar [sic], que aunque deteriorado, era curioso [limpio], dejándose manejar como un niño, sin desplegar sus labios, le arreglé con paja y un saco, una modesta y (Se continuará.)

[La Asociación, nº 142. Teruel 15 de Febrero de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 17.

humilde cama, en el puntó más recóndito de la cueva, y le obligué a que tomara de las provisiones que le había traído, pues no tenía valor, ni aún para comer, y creo que lo hizo por no desairarme. Le repetí varias veces la confianza que debía tener en mí pues, por nada ni por nadie vendería su retiro y persona; y, sin embargo de que yo creía ver en aquel militar un alma de hierro, le sorprendí dos gruesas lágrimas que me dejaron aturdido. Terminada su pobre cena, le acosté y, mientras lo tapaba lo mejor que me era posible, sin proferir palabra, me tomó la mano, imprimiendo en ella un beso mezclado con lágrimas, que provocaron las mías; me despedí hasta el día siguiente, cerrando cuanto pude la boca o entrada de aquella cueva, morada del infortunio. En medio de estas trapisondas, sin dormir y algo cansado con tanto ir y venir, puedo asegurar a ustedes que, además de no abrigar temor alguno ni fastidio por mi obra, tenía un gozo, sentía una satisfacción que no me sabía explicar. Pues yo se lo explicaré a usted, le respondí. Sabrá usted, porque así nos lo enseña nuestra religión, que, cuando el hombre nace, la Providencia manda un ángel que cuide y dirija al nuevo ser durante su vida acá en la tierra, y este ángel que continuamente nos induce al bien, siente gran placer con nuestras buenas obras, haciéndonos partícipes de esa satisfacción; al paso que recibe pesar, si me es permitida la expresión, cuando caemos en el error, acusándonos de ello, y poniendo el disgusto, la mortificación, el remordimiento, en nuestro corazón, es decir, que nos acusa la conciencia.

Pues bien, continuó el tío Silverio, los días pasaban y, con gran satisfacción, veía reponerse aquel militar; mas, a pesar de mis desvelos por animar aquel abatido espíritu, asegurándole que allí se encontraba ignorado de todos, hasta de mis hijos, y que cuando se hallase en disposición, se le conduciría a donde él quisiera, siempre le encontraba triste, melancólico; él, al mismo tiempo, no sabía como expresar su agradecimiento, porque cuando llegaba a su presencia, me cogía las manos y me las apretaba con efusión, diciéndome que mi presencia le hacía mucho bien, que yo no podía comprender hasta donde llegaba su gratitud; yo con esto quedaba altamente complacido, así es que si no podía ir a la cueva cuanto él deseara, procuraba estar en su compañía todo el tiempo posible. ¡Pobre señor! Cuando pienso en los días que en aquella situación pasó, me causa todavía compasión. Por fin, llegó a convencerse de que allí se encontraba seguro y muy lejos de las miradas de curioso alguno, así como también de la influencia y poderío que yo gozaba en aquellos puertos; salía con frecuencia de su retiro, dando algunos paseos por aquellas breñas, si bien, sin alejarse mucho de su alojamiento, de manera que, entre esos pequeños ejercicios y mis cuidados, llegó a encontrarse fuerte y en disposición de volver a sus filas.

Salí un día de la masía, al amanecer, llevándole lo necesario para aquel día, en razón a que tenía que bajar a Valderrobres, de donde no volvería hasta el día siguiente, y me lo encontré sentado a la entrada de la cueva, apoyada, en las manos, su cabeza, con aire meditabundo, por lo que, aún antes de llegar, le dije: ¿Pues? ¿En qué piensas? ¿Tienes algún nuevo pesar? Y me contestó: no, tío Silverio, no tengo pesar alguno, empero desde ayer, me preocupa la idea de que, estando restablecido, le soy a usted demasiado molesto, y es hora de que termine este estado, dejando esta soledad, estas montañas, máxime cuando el deber me reclama en mi puesto; pero ignoro de qué manera podré salir de aquí sin caer en manos de los carlistas, pues sabe usted muy bien cómo dominan estos puertos. Eso no es cuenta tuya, le contesté, yo he de ser el que lo ha de arreglar, y no me da ningún cuidado; con que así, deja a mi disposición ese negocio, que desde hoy trataré de resolver, ya que tan fuerte te crees. Marché a Valderrobres y al siguiente día me dirigí donde sabía se encontraban unos alquitraneros que de vez en cuando vienen a habitar por temporada estos puertos, sacando alquitrán de la tea de los pinos, que llevan a vender a Tortosa o Vinaroz para embrear barcos, y si estos no estaban, buscar algún carbonero. Llegué a la primera cabaña y hallé en ella a quien buscaba, y preguntándole cuándo pensaba ir a Tortosa, me contestó que solamente le faltaba un día para arreglar cargas, y que, por consiguiente, el viernes, si no se presentaba obstáculo alguno que lo impidiese, emprenderían la marcha. Estábamos en el día miércoles, y preguntándole quienes eran los que pensaban ir, me contestó que, además de su hijo y él, marcharían juntos los carboneros Lucas y el tío Narciso, pues así lo tenían acordado. Me alegro, le dije, que sean esos que me has nombrado, porque lo mismo ellos que vosotros, no me desairaréis y cumpliréis lo que os encargue: para el viernes, pues, necesito una caballería que no tenga carga prevenida, porque esta os la proporcionaré yo. Para todas habrá carga arreglada, me dijo, pero veremos de tener una para usted, sea como quiera, pues siendo cosa suya, ya sabe que no le podremos negar cosa alguna; por consiguiente, puede usted, desde luego, contar con ella como con nosotros. Muchas gracias. En esa creencia he vendido a ti, pues hasta el miércoles, en que me tendréis aquí.

Terminada en esta forma mi misión, nos despedimos, y al día siguiente, pensaba hacerle saber a mi protegido esta determinación, y no antes, por no hacerlo esperar con ansia. De allí marché a la cueva, y tuve el gusto de encontrar al militar, antes de llegar a ella, que bajaba de la cumbre del monte, dándome a entender con esta expedición, que allí había corazón; fuimos juntos hasta su retiro, donde después de dejarle algún pequeño regalo tomado en Valderrobres, expresamente para él, marché a la masada. Cuando me presenté al día siguiente en la cueva, antes de que él abriese la boca: ¡vamos!, exclamé, ya está concertada tu marcha, aunque sin pedirte parecer acerca del punto a donde quieras ir; mas, como sé que la plaza más segura y próxima del gobierno, es Tortosa, y que a otro punto sería imprudente marchar, tengo, para esa ciudad, arreglado el viaje; esto no obstante, si tu crees otro punto mejor, dilo y veremos cómo combinarlo, aunque ofrecerá dificultades, que aquí no las hay. No, tío Silverio, me contestó; yo no tengo hoy por qué preferir punto, solo sí el salir de aquí de la manera más fácil; y comprendo que sería un disparate separarme de lo que usted, con tanto acierto, ha dispuesto; así que estoy muy conforme. Pues bueno, ahora solo falta que arregles tus cosas, porque mañana muy temprano vendré a buscarte para emprender la marcha. ¿Y cree usted que no tropezaremos con algún obstáculo y que el viaje será sin novedad? Cuando yo digo que no hay que temer cosa alguna, es por que sé donde piso, porque obro con conocimiento de causa. Así lo creo... Me ha dicho usted que arregle mis cosas. ¿Qué he de arreglar, tío Silverio? Bien sabe usted que yo aquí nada soy, nada tengo; soy un pobre militar que hasta la ropa que me cubre no es mía, y que sin embargo no puedo volverla a su dueño. Sé, no obstante, que tengo mucho que arreglar, porque es mucho lo que debo; empero hoy, ¿qué puedo hacer? Aquí quedará mi gratitud con mi coracón; estas montañas estarán contínuamente a mi vista y usted vivirá conmigo durante mi existencia; y si algún día... No pudo continuar, solo sí echarme los brazos al cuello, vertiendo lágrimas (pero lágrimas de felicidad, no de pena). Aseguro a ustedes que me contristó de tal manera que me fue forzoso mezclar mis lágrimas con las suyas, permaneciendo ambos abrazados y en silencio por algunos momentos; por fin, le dije que yo había obrado con arreglo a mis sentimientos y, por consiguiente, no quería otra recompensa que su amistad. Figúrense ustedes cuanto quieran, y no llegarán, estoy seguro, a comprender la alegría que se dibujaba en su espíritu.

El viernes, antes del día, me levanté, encendí fuego, hice una tortilla con un par de huevos que puse dentro de un pan, freí dos trozos de bacalao, los que coloqué en otro pan, y con estas provisiones, únicas que podía ofrecer, marché a buscar a mi militar. El día asomaba por el oriente cuando llegué a la cueva; le llamé para que no se sorprendiera, y me contestó diciendo: Lo sentía venir, tío Silverio, porque hace algún rato que estoy en vela, y el oído del buen militar es largo. Así comprendo debe ser, le contesté, cuando se halla próximo el enemigo, pero hoy, aquí donde estoy yo, no hay enemigo alguno. Pues bien, vengo a buscarte, y aunque no es de día enteramente, es preciso marchar, porque tenemos que andar un trozo de camino y no me gusta hacer esperar. Una hora próximamente [aproximadamente] nos costó llegar a la cabaña de los alquitraneros, donde estaban todos arreglando sus acémilas. Este hombre que aquí os presento, les dije, me lo habéis de poner dentro de Tortosa sin excusa ni pretexto alguno. Miradlo y cuidad de él, como de mí mismo; quiero que le tratéis con más consideración que si fuera yo. Entonces, el más caracterizado de ellos me contestó: Haremos cuanto esté de nuestra parte, pero si los carlistas nos preguntan quien es y adonde lo llevamos, ¿qué vamos a responder? Si eso sucede, les dije, decid que el tío Silverio os lo ha entregado, y estad seguros que nada más preguntarán, dejándoos marchar. Terminaron sus cargas y emprendieron la marcha, al mismo tiempo que le pobre militar me daba un fuerte abrazo, diciéndome: Tío Silverio, le debo a usted la vida, que es lo más (Se continuará.)

[La Asociación, nº 143. Teruel 28 de Febrero de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 18.

apetecible, y esto no puede olvidarse. Dondequiera que esté, pensaré en usted y me gloriaré en dar a conocer las finezas de ese corazón tan generoso, tan noble y grande; quiera Dios que nos volvamos a ver en mejores condiciones, para hacerle saber que ni soy desagradecido ni ingrato. Dios os proteja, le contesté, quedándose allí plantado, contemplando su marcha, con placer y sentimiento a la vez, porque en verdad le había cogido cariño.

Bien, tío Silverio, bien; venga, un abrazo por aquel militar. Poco a poco, D. Lorenzo, que todavía no termina aquí la historia. ¡Cómo!, contestamos todos a una, ¿todavía hay más...? ¡Ya lo creo! Pues siga, siga, exclamamos.

Cuando, en virtud del convenio de Vergara, continuó el tío Silverio, algún tiempo después de lo que he contado a ustedes, terminó la guerra en las provincias del Norte, se presentaron en el bajo Aragón y Maestrazgo, respetables fuerzas del ejército al mando del General Espartero, estableciendo su cuartel general, por la pascua de 1839, en la villa de Monroyo; ínterin las grandes masas combinaban sus evoluciones, partidas sueltas registraban el país, introduciéndose por todas partes, y una de ellas sorprendió a un hijo mío con una escopeta, pues nunca faltan estas armas entre los masoveros, ya para defenderse de las fieras, como así mismo de los ladrones, y se lo llevaron preso a Monroyo creyendo ver en él algún confidente. Yo, sin embargo de no conocer persona alguna que pudiese influir cerca del General, era padre, y como tenía el alma tranquila sabiendo que el poseer una escopeta no es delito que pueda comprometer la vida de un hombre, confiando al mismo tiempo que en Monroyo, y quizá en la casa donde se hallaba alojado, pudiese encontrar persona que me presentase al Jefe, o a alguno de sus inmediatos subalternos, tomé el camino y me dirigí allá. Serían las once y medio de la mañana cuando entraba en Monroyo, y una vez averiguado donde se hospedaba el General Espartero, marché lleno de confianza a su alojamiento, pero cuando hube llegado a la puerta de la casa, me encuentro con el cuerpo de guardia, impidiéndome el centinela la entrada, y preguntándome dónde iba y qué quería; le contesté que deseaba hablar con el señor General Espartero. Llamó al oficial de guardia, que me hizo las mismas preguntas, y se volvió a dentro. Como en aquellas circunstancias, cualquiera incidente llamaba muy particularmente la atención, el ver un campesino de mi porte y figura, atrajo a la entrada de la casa, o cuerpo de guardia, una porción de militares, saliendo luego el oficial, en compañía de diferentes caballeros militares de altas graduaciones, con mucho entorchado y demás.

Ya estaba yo, entonces, dentro del cuerpo de guardia, y todos aquellos señores tenían interés en conocer la misión que me conducía, cuando saliendo de entre ellos uno con lujoso uniforme, mirándome fijamente, me pregunta: ¿Es usted de Valderrobres? ¿No es usted el tío Silverio, el alcalde del puerto? El mismo, le contesté, sorprendido. Incontinenti, me echa los brazos al cuello y, con los mayores transportes de alegría, me inundaba de besos y me oprimía contra su pecho, diciéndome: Es usted mi padre, mi ángel tutelar; le soy a usted deudor de mi libertad y de mi vida... Aquellos caballeros que presenciaban tal escena, estaban absortos, y yo. Discurran ustedes cómo estaría, en vista de tales demostraciones de júbilo y alegría, ignorando a qué obedecían, máxime en un caballero de tal categoría. Mudo, sin saber qué hacer ni qué decir, armándome de valor, le dije: Caballero, seguramente sufre usted alguna equivocación, porque no creo haber visto a usted jamás. Puede usted decir eso, me contestó, pero yo haré que recuerde y me conozca. ¿No sabe usted, no recuerda,... ha olvidado ya que una noche en los puertos de Beceite, viniendo con su borriquilla del molino, recogió a un militar moribundo, llevándolo a una cueva, prodigándole en ella toda clase de cuidados, hasta que ya enteramente repuesto, hizo que unos alquitraneros le condujeran a la ciudad de Tortosa? Sí, señor, le dije admirado; recuerdo perfectamente cuanto usted me dice, pero aquel era un pobre militar y usted es un caballero. Pues yo soy aquel mismo, me contestó, aunque con diferente traje. No sé decir a ustedes si fue mayor mi sorpresa cuando aquel lujoso militar me abrazaba y besaba, diciéndome que yo era su padre, o mi vergüenza al oír que él era el mismo a quien yo había recogido y cuidado en la cueva; no, por ser un militar de su talla, sino por el franco y llano tratamiento que le di, mientras estuvo a mi cuidado. ¿Por dónde había yo de imaginar que aquél infeliz a quien libraba de una muerte cierta, viéndole en tan mísero estado, era todo un caballero? Crean ustedes que me avergüenzo, siempre que recuerdo la manera y formas con que le trataba; así que le pedí mil perdones, suplicándole me dispensara, contestándome que yo había obrado dignamente y nada había que dispensar ni personar.

Pasados, pues, aquellos momentos de expansión y explicaciones, me tomó del brazo como si fuera una señorita, y me introdujo a donde se hallaba (el) General, y una vez en su presencia, sin soltarme, le dijo: Mi general, aquí tiene vuestra excelencia el hombre de quien alguna vez le hablé: el alcalde del puerto... Bien, hombre, bien; respondió D. Baldomero. Déme usted esa mano digna de ser estrechada con más razón que la de otros que parecen ser grandes hombres. Antes de conocerle, apreciaba en mucho ese magnánimo corazón, y quisiera probárselo. ¿Y qué casualidad le trae a usted por aquí...? Entonces expliqué el motivo de mi venida; le dije que una partida había traído preso a mi hijo, por haberle encontrado con una escopeta, arma que tienen muchos masoveros para su custodia. Acto continuo llamó a un ordenanza, y extendiendo una lacónica orden, fue, en su vista, puesto mi hijo en libertad, devolviéndole al mismo tiempo su escopeta, y volviéndose hacia mí D. Baldomero, me dijo: El General Cabrera le extendería a usted su correspondiente nombramiento o credencial para que le reconociesen como Alcalde de los puertos de Beceite y Valderrobles, ¿eh? Sí señor, le contesté. Pues bien, ahora tendrá usted esa credencial de tal 'Alcalde', conferida por el General Espartero. Y así fue. Acto seguido, dio orden para que se extendiera, y me fue entregada con todos los requisitos posibles; se me ofreció muchísimo, diciéndome que, dondequiera se encontrase, tendría un verdadero amigo y seguro protector. Yo le di las más expresivas gracias a mi modo, y disponiéndome para marchar, después de haber puesto a sus órdenes mis pobres facultades, el caballero, mi protegido, salió acompañándome y, tomándome del brazo, me dijo: Tío Silverio, usted ya no se separa de mi lado, jamás; desde hoy pertenece a mi familia. Diga usted a su hijo que se repartan los intereses, porque a mi lado nada le ha de faltar. ¡Hombre!, le contesté, ¿cómo quiere usted que un rústico campesino se una a su familia y deje la suya y sus terruños? Bajo ese tosco traje, y dentro de esa rústica figura, late un corazón magnánimo que debieran envidiar los más nobles; nada, nada, yo tengo un deber sagrado de ser agradecido, y quiero serlo con largueza; tendré en mucho honor verle a mi lado, y con orgullo le presentaré a usted ante mis amigos. Hubo unos días en que yo no me pertenecía, era todo de usted; hoy, al revés. Por consiguiente, deseo con toda mi alma que no se separe de mi lado. Así se expresó aquel caballero, y al oír tan resuelta determinación, le contesté: Según lo que usted acaba de decir, comprendo que me tiene acendrado cariño; y, en tal caso, no podrá negarme cosa alguna que yo le pida. ¿Cómo negar? Absolutamente nada. Exija usted cuanto quiera de mí, y desde luego, concedido. Pues bien, le dije, exijo que desista usted de ese propósito, y me permita volver a mis hogares, a mi familia, donde hago suma falta, y que sufrirán con mi ausencia, y viva usted persuadido que tanta deferencia como me ha dispensado, no se borrará jamás del corazón de Ramón Gil y Calda, su servidor.

Quedose mi buen señor, silencioso, por un momento, con la vista en tierra, y luego, alzando su cabeza, me dijo: Comprendo los lazos que le unen a su país, y los respeto, empero yo sé lo que debo hacer... Jamás olvidaré que le debo la libertad y la vida; en todo tiempo y lugar, mándeme usted cuanto quiera y me dará en ello una satisfacción; por lo demás, seré agradecido. Salí de aquella casa y fui a encontrar a mi hijo, que me esperaba, a quien conté esta aventura que fue causa de su libertad y devolución de la escopeta... Desde entonces... todos los años venía recibiendo una libranza de cierta cantidad, que me ha proporcionado descanso y comodidad, pero seguramente habrá muerto aquel caballero, porque hace ya algún tiempo que no viene la letra...

Pero dígame usted, exclamó Grafulla: ¿quien era aquel caballero militar? No supo usted cómo se llamaba y qué puesto ocupaba en el ejército? Sí, señor, contestó: el Brigadier Ena (como han trascurrido algunos años, no puedo asegurar este nombre, pero creo que así se llamaba), por eso he dicho que, cuando recuerdo la manera como le traté, estando a mi disposición, me avergüenzo... Supo dar pruebas de su gratitud y reconocimiento, (Se continuará.)

[La Asociación, nº 145. Teruel 30 de Marzo de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 19.

dijo Pardo; no se podía esperar menos de una persona digna y bien educada, como indudablemente lo era; empero, ya que ha terminado esa histórica relación, que hemos escuchado con gusto, vamos a arreglar las plantas recogidas y a marchar, que es hora de dejar este ameno prado (Prat de Robera).

Se abrió el herbario y fueron colocándose en él las yerbas que nos proporcionó aquel terreno, contándose el Heracleum panacea [Umb.], Valeriana montana [Val.], Lactreca Lactuca virosa [Com.], Hieracium spathulatum [Com.], Specularia castellana [Legousia scabra, Cam.], Phyteuma betonicaefolium [Cam.], Corillus Corylus avellana [Betu.], Taxus baccata [Gymn.], Orbhis masulata Orchis maculata [Orch.], Orquis bifolia [Orch.], Melica uniflora [Gram.], la Peonia [Paeo.] y otras que se omite nombrar.

Recogimos los bártulos, colocándolos en la humilde acémila, y dejamos aquella deliciosa balsa de agua y de verdura, para subir al árido Refalgarí; y para hacer menos molesta nuestra ascensión, y más tolerable el calor, principié a dirigir al tío Silverio las preguntas siguientes: ¿Quienes son los que frecuentan este terreno? Nadie. Cuando los monjes habitaban su monasterio, solamente sus pastores y ganados venían por acá, pues como eran en gran número, lo recorrían todo. Pues, ¿quien ha plantado en los costados del barranco que desagua en el Prat aquellos avellanos? ¿De dónde han ido allí las fresas? Regularmente, la naturaleza habrá dejado allí unos y otras, pues, como no tiene propietario el terreno, nadie habrá tenido el capricho de poner en él cuidado ni trabajo alguno. Recuerde usted lo que ha dicho en otra ocasión y verá aquí un ejemplo claro y palpable. Tiene usted razón, porque el viento, las aguas y las aves, llevan la producción de unos puntos a otros. Y así como hemos visto fruto en las fresas, es muy probable que lo hubiese en los avellanos. ¡Torpes, no haber pensado en ello! No precisamente para cogerlos, sí por saber cuan próvida es la naturaleza.

Pero observo, tío Silverio, que le estoy hablando de una materia de que no entenderá nada. Sí que atendía, en un principio, pero la verdad, estaba discurriendo, ¿por qué estas montañas son piedra: cal, unas; otras piedras, traba [piedra delgada y larga colocada en canto en la pared de mampostería (rae)]; otras piedras, arenisca; otras, tierra y arcilla; etc., presentando diferentes colores entre unas y otras, debiendo, al parecer, tener cada terreno su clase de piedra y tierra? Para poder dar a usted una explicación de cuanto deja manifestado, se necesitaría largo rato, y aún sería poco explícito y comprensible, porque era preciso remontarnos al origen del mundo; sin embargo, aunque sea con la mayor brevedad, y de la manera que mi suficiencia sepa hacerlo, siquiera tenga que valerme para ello de las nociones geológicas diré, que estas montañas que usted ve, no han tenido aquí su origen; han sido formadas debajo de las aguas, resultando de la unión de diferentes materiales; por eso observará usted que sobre una materia hay otra, y sobre aquella, otra y otra. También diré que estas rocas que usted mira tan encumbradas y ásperas, van desapareciendo poco a poco hasta su completa desaparición. ¡Señor, por Dios! ¿Está usted bueno? ¿Quién las ha de quitar de aquí? ¡Pues son un grano de anís! Una fuerza que no cesa un momento en hacer y deshacer. No lo entiendo. ¡Ya lo creo! Mire usted, estas piedras que pisamos en estos momentos, y que el vulgo llama piedras de rambla y los geólogos, cantos rodados, han formado parte de estas montañas o rocas, llamadas conglomerados; después de haberse separado de ellas, han sido arrastradas por las lluvias (esto es lo que se llama 'denudación'). El lecho del Matarranya está lleno de estas piedras o cantos más o menos gruesos, con los que hacen paredes o calzadas los ribereños. ¿Y dudará usted que allí han ido desde estas montañas? Allí no se conocen estas rocas; por consiguiente, de estas se han desprendido, y las lluvias las han dejado en aquel suelo, hasta que una fuerte avenida del Matarraña las arrastre con su impetuosa corriente al Ebro, que se encargará, por el mismo orden, de conducirlas al mar. Sí, señor; el viento, las aguas y los hielos, muy particularmente, están deshaciendo estas rocas, y de la misma manera que ellas van decreciendo por la denudación, los ríos van elevándose en razón de los arrastres que en ellos quedan. He dicho que una fuerza existe que está haciendo y deshaciendo, y por ello diré que los fragmentos de estas rocas, con los sedimentos: tierra, arena, arcilla y demás que llevan las corrientes y arrastres, forman en el fondo de los mares otras montañas o masas, que la presión de la masa ígnea se encarga de levantar a su tiempo, dejando ver lo que aquí estamos mirando. Estos cantos redondeados, en su principio, no tuvieron esa figura; la han adquirido en los diferentes arrastres, porque rodando y chocando unos con otros, han desaparecido las asperidades por el desgaste, haciéndose más o menos esféricos. Fíjese usted y los verá, en esas rocas, formando parte de ellos como cimentados. ¿Quien los ha unido tan fuertemente? ¿En dónde ha tenido lugar esa operación? Ya lo he dicho: los arrastres llevan al fondo de los mares todo el resultado de la denudación de los montes; allí van sobreponiéndose cuerpos sobre cuerpos, y la presión hace lo demás, hasta que la fuerza impulsiva, a veces en un momento, pone de manifiesto lo que muchos siglos han hecho. Según usted se explica, veo que el hombre es un objeto de ayer, mientras que le mundo cuenta millones de años; y esto no me parece muy católico. Gracias a que hoy no tenemos los tribunales del Santo Oficio, porque a haberlos, me parece trataría usted la cuestión en otra forma. No lo crea usted; la Iglesia no está reñida con las ciencias, ni las prohibe, pues es la primera en estudiar al hombre, que vive de pan, pero que no vive de pan solo, y manda que se busquen las obras de Dios para buscar a Dios en ellas. Tiene usted un Copérnico [Nicolás Copérnico], Leibuitz Leibnitz [Gottfried Leibniz], Descartes [René Descartes], Neutón [Isaac Newton], en los siglos pasados; el Barón de Humboldt [Alexander von Humboldt], Cuvier [Georges Cuvier] y el Cardenal Wiseman [Nicholas Wiseman], y sobre todos, el famoso jesuita P. Secchí [Angelo Secchi], en nuestros días, que estudiando las ciencias, han consagrado sus talentos a probar y ensalzar la Omnipotencia creadora y Providencial de Dios. Pero si como usted ha dicho, hay una fuerza que no cesa de hacer y deshacer, este mundo no tendrá fin, no obstante lo que nos enseña nuestra religión, ¿a quien debemos creer? Tendrá fin, sí señor, porque no hay principio sin fin; solo Dios es eterno. Cómo será esa terminación y cuándo, no puedo asegurarlo, así que le diré con los geólogos y, especialmente con D. José J. Lauderer Landerer [José Joaquín Landener y Climent]:

Cuando haya tenido cumplimiento la serie de evoluciones sociales que la Providencia, en sus inescrutables designios, señalará a la humanidad, en su terrena base, llegará infaliblemente el fin del Hombre, como ha llegado para las innumerables especies que le han precedido en el curso de las edades, y dará principio la fase inmensurable de sus eternos destinos. La extinción de este ser inteligente y libre, que resume de una parte, todas las perfecciones orgánicas, y de otra, las supera, en virtud del soplo divino que lleva impreso sobre su frente, es designada en el lenguaje sublime, a la vez que conciso y vulgar de Libros Santos, con el nombre de fin del mundo, añadiendo el sagrado texto que "en aquellos tiempos caerán las estrellas y se oscurecerá el sol y la luna"; es decir, coincidirá con aquel suceso, una manifestación de las grandes fuerzas de la naturaleza, y esto tiene racional explicación. La desaparición de la especie humana podría, en rigor, verificarse de un modo lento. Sin embargo, si se tiene en consideración que el Hombre es un ser eminentemente sensible a las influencias del medio que le rodea, se comprende que, si las condiciones de este medio llegaren a perturbarse accidentalmente, sería el primer organismo que sufriera las consecuencias, y su razón de existencia sobre la tierra, quedaría altamente comprometida, pues, aunque por sus facultades intelectuales, pueda haber en él fuerza para sobrellevar y hacer frente al embate de los elementos, no cabe duda que esta fuerza reconoce un límite, pasado el cual, el Hombre tiene que sucumbir ante el poder formidable que la naturaleza desplegará en los momentos solemnes. La lenta extinción de la especie humana está ya iniciada y ha comenzado a mermar el mundo de individuos; y las modificaciones en las condiciones biológicas de la naturaleza circundante serán más que suficientes para diezmarla en alto grado, o para destruirla totalmente. He aquí el momento histórico que reseña la Biblia, a grandes pinceladas. Las grandes manchas del sol, explican la disminución de su luz. Basta que este fenómeno se acentúe para que revista todas las apariencias de extraordinario. Los máximos periódicos de las lluvias de aerolitos, que concurren tres veces en cada siglo, explican el desquiciamiento aparente de los cielos. El paralelismo entre esta conclusión y la que se desprende del capítulo tercero de la carta segunda de San Pedro, parece evidente a todas luces; de lo que resulta una vez más, demostrado, que los caracteres de veracidad que entrañan los Libros Santos son tan científicos, que bien puede sentarse que el lenguaje de la Revelación y el de la Naturaleza, interpretado por la ciencia, son expresiones paralelas de una misma voluntad. [LANDERER, José J. (1878): Principios de Geología Paleontológica.Barcelona. En el capítulo Conclusión. Fin de la Especie Humana. (pp. 415-417)]

Según voy comprendiendo, por lo que usted ha dicho, ¿la especie humana deberá, en gran parte, su extinción, si no el todo, al miedo, al terror? Diré a usted: como las conmociones (Se continuará.)

[La Asociación, nº 146. Teruel 15 de Abril de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 20.

del globo son mayores cuanto más recientes, hay que esperar que los grandes levantamientos futuros serán de una importancia eruptiva, por lo menos, análoga ala de los Alpes, los Andes o el Himalaya; y si este fenómeno tiene lugar existiendo la especie humana, seguro que esta ha de sufrir fuertemente. Cuando haya desaparecido la especie humana, seguirán la misma marcha las demás especies, que menos accesibles a la influencia de los trastornos, habrán sobrevivido, terminando toda la fauna que nos es contemporánea. El sol continuará brillando en el espacio y difundiendo sobre la tierra ese calor benéfico que la hace fecunda, y la próvida naturaleza se prestará solícita a la continuación de la vida, ofreciendo condiciones adecuadas a nuevos organismos. Al pensar en aquellos momentos de un día tan lejano, pregunta la mente: ¿lo conocido es lo último de la creación? ¿es el hombre el único escalón que llena la inconmensurable distancia entre el ser irracional y el ángel? Dejemos esta cuestión harto difícil.

En este estado llegamos a Refalgarí, donde nos paramos a estudiar su suelo, en el que apenas queda recuerdo alguno de lo que fue; solamente existe un trozo de pared, y sobre ella una abertura en arco, como si allí hubiese habido alguna campana; y a su lados, varios trozos de piso empedrado, con algún vestigio de cimientos en un circuito muy reducido, dando a entender que la población debió ser muy corta. ¿Y por qué llaman a esto Refalgarí? Preguntamos al tío Silverio, contestándonos que en tiempos remotos hubo en aquel punto un pueblecito así llamado, pero que como sus habitantes se entregaron al robo y asesinato, pues apenas pasaba persona alguna por aquellos puertos sin ser despojada de cuanto llevaba, se divulgó la fama de sus fechorías por todo el país, y vino una fuerza de micalets del Reino de Valencia (tropa que tenía este nombre) por orden del Gobierno, que después de destruir la población, la sembraron de sal, adjudicando todo este terreno al monasterio de Benifasar; hecho así. para castigar la barbarie e inmoralidad de sus moradores. Muchas veces me he preguntado, al pasar por aquí, ¿cómo hay seres tan perversos que se entreguen a toda clase de crímenes y, sobre todo, a quitar la vida a sus semejantes, cuando yo me excuso de matar un animal cualquiera para nuestro sustento, porque me mueve a compasión? ¿No habrá usted conocido algún descendiente de aquellos moradores de la estinguida población, eh? De ninguna manera; ni siquiera he oído a alguno de mis antepasados decir que les conocieron; porque la desaparición del pueblecito de Refalgarí data de muchos años, y probablemente marcharían juntos, población y habitantes. ¡Vaya!, dijo Pardo, esto está visto, y ofrece escasa novedad a nuestro objeto; así, lo dejaremos para que otros lo estudien con más detención y seguiremos la marcha, mas antes el tío Silverio nos dirá alguna cosa de esta continuación de montañas, que supongo llegarán hasta el río Ebro, ¿eh? Sí, señor; allí termina esta cordillera que desde Horta marcha flanqueando por Bot, a Gandesa y al Ebro, antes de llegar a Cherta. A no muy larga distancia de aquí (Rafalgarí), en el centro de los puertos, hay tres horas de magnífica carretera, que parece hecha bajo la dirección de Ingeniero, y fue abierta por los rosegadores [arrossegadors], que así llaman a los que se dedican al arrastre de maderas. En frente de Arnés, dentro de estas montañas, hay un casetón llamado los pozos de la nieve de Tortosa [podría ser en Alfara de Carles; en sus cercanías hay diversas cuevas y simas, algunas con agua], y no muy distante de este, hállase una cueva que, según la crónica del país fue visitada por unos extranjeros.

Se dice que llegaron dos a estos puertos, y dirigiéndose a un pastor que andaba por aquella partida, le ofrecieron gratificarle si los acompañaba a una cueva que por allí se encontraba; el pastor que conoce perfectamente el terreno donde mora con su ganado, fue hasta dejarlos en la entrada de la caverna; entraron los extranjeros y después de algún tiempo, salieron marchando a verse con el pastor, a quien entregaron por gratificación una piedra, diciéndole que, cuando fuese a Tortosa la presentara a un platero y no quedaría descontento de la gratificación de lo extranjeros. Marcharonse estos, quedando allí el pastor mirando alternativamente la piedra que tenía en su mano y, como abrigando cierta desconfianza del valor que encerraba aquel objeto, por fin la depositó en su morral, y olvidando los extranjeros, siguió su ganado. Pasaron algunos meses y la casualidad condujo al pastor a la ciudad de Tortosa, pero antes de ponerse en camino, le ocurrió la piedra que todavía yacía en su zurrón, y la llevó consigo, aunque sin un propósito firme de presentarla a la venta; mas ya en la ciudad, la puso en su bolsillo y marchó a casa de un platero; la enseñó a este y después de inspeccionada, le ofreció por ella 40 reales. El pastor, creyendo ver una burla, sin contestar palabra, se disponía a marchar, cuando el platero le dice: ¡Vamos, le daré 60 reales!, mas el pastor se largó sin hacerle caso, y se fue a verse con otro. Enseña la piedra, la examina el platero y le ofrece 100 reales. El pastor quedó mirando al industrial, como queriendo cercionarse de si era cierto lo que oía, y por último dice: ¿Trata usted (de) burlarse de mí? Nada de eso, le contesta el platero; yo no acostumbro (a) burlarme de nadie; y luego, usted no ha pedido por la piedra cantidad alguna. Comprendiendo entonces, el pastor, que aquel objeto tenía algún mérito, dijo: ¡Pues vaya, si no da usted más, me marcho!, a lo que contestó el platero: 200 reales le daré. Deja el pastor su piedra, toma los diez duritos y marcho tan contento como unas pascuas.

Nota a pie de página: Esta relación del tío Silverio quedó tan impresa en mi mente que, sin que la ambición me imitase, la curiosidad de conocer lo que hubiese de verídico, me movió a hacer presente esto a mi amigo D. Joaquín Gaudó Sastrón, y ambos acordamos ir con el tío Silverio a visitar la cueva, llevando los útiles para construir una balsa que nos permitiese llegar a su interior (donde según voces, se veían objetos brillantes en la oscuridad), pues su entrada se hallaba inundada de agua. Pero este proyecto no llegó a realizarse.

Como eso se haría público, dijeron Loscos y Pardo, habrán visitado los naturales, diferentes veces la cueva aquella. Lo ignoro, pero aunque así fuese, no conociendo las piedras que debieran recoger, ¿qué fruto sacarían de su entrada e investigación? Los crédulos, o sea, la gente del pueblo, su ignorancia no les permitirá apreciar cosa alguna en aquella gruta; las personas ilustradas oyen estas cosas con desprecio, y no se toman la molestia de inquirir lo que haya de cierto...

El amigo Loscos, parándose y dirigiendo su vista a la izquierda del camino que llevábamos, dijo: Tío Silverio, ¿esa planta deberá usted conocerla, verdad? Mucho que sí, y no nos faltarán como ella en el terreno que vamos a atravesar. ¿Cómo la llaman ustedes? Celosica. Vamos, no andan muy distantes, porque su nombre es Peonia. Hace una flor muy bonita, aunque probablemente será sencilla en estos sitios, pero cultivándola se hace doble. ¿Cuantos pétalos tienen las flores, u hojas, como les llama el vulgo? No sé decirlo a punto fijo, pero pocas hojas tienen, aunque son bastante grandes las flores, y con ellas, los vecinos de Valderrobres, cuando en Mayo suben a San Miguel en procesión, engalanan ramas de acebo, que llevan a la villa como un objeto de lujo. Pero dígame usted, ¿cómo es eso de que las flores se vuelven dobles, cultivándolas? ¿Por qué? Muy sencillo, dijo Loscos. Lo que ustedes llaman hojas, en las flores, son pétalos, como ya he dicho; y lo que miran como simiente, son estambres. Pues bien, en las Peonias, o celonías, como ustedes las conocen [celònia al DCVB], así como en la rosa silvestre y otras flores de campo, encontrarán solamente cinco pétalos, y en el centro de éstos, abundantes estambres; pero cultivándolas, adquieren las plantas más desarrollo, más fuerza vegetal, y los estambres se convierten en pétalos, por cuya razón, se llaman dobles, así como las silvestres, sencillas. Confieso que ignoraba esa circunstancia, y creía que las plantas no podían tener más partes que las que cada una presenta durante su vida. ¡Cuánto se adelanta en todo! Entre paréntesis, ¿Piensan ustedes pasar hoy por Beceite?, porque en tal caso, debiéramos acelerar un poco el paso, porque de pararnos a cada momento, llegaremos tarde, y ya que marcharemos siempre en descenso, si lo creen conveniente... Sí, sí, respondimos a una.

Muy luego, dejamos aquella altura, y tomando una senda bastante practicable, aunque con abundante detritus, principiamos a descender hasta llegar a un punto llamado el parrizal de Beceite, donde nos paramos un rato a contemplar la altura que habíamos dejado, y un boquete por el cual, de vez en cuando, sale un torrente de agua que inunda aquella vía; y digo torrente, porque, además de la cantidad, sale con un ímpetu formidable, arrastrando cuanto hay a su paso. Cuando mirábamos aquello, el terreno estaba enjuto, como si tal cosa no sucediese, pero se nos dijo que no hay hora ni tiempo fijo, presentándose tal fenómeno cuando menos se piensa. Calculamos sería alguna fuente intermitente, y el tío Silverio dijo, como cosa sabida, que coincidía con el flujo y reflujo del mar. Nos sonreímos y dejamos correr la opinión; pero cierto, nos causó admiración tal capricho o fenómeno. Seguimos nuestra marcha llegando, por último, a dar con los olivares de Beceite, divisando más tarde el pueblo, como vestido de luto, conservando claros indicios del fuego y destrucción que sufrió en la fatal guerra de los siete años. Cuando distábamos a pocos pasos de la villa, el (Se continuará.)

[La Asociación, nº 147. Teruel 30 de Abril de 1889, pp.3-6]

FOLLETÍN, 21.

tío Silverio nos llamó la atención hacia las fábricas de papel de Mataró Morató, Zapater, Rampí y otras, diciéndonos que subiendo la corriente del río se halla la de cartulina de D. Martín Font, y no muy distante de esta, la cueva de las maravillas, que debíamos visitar, con el objeto de admirar las columnas y rarezas que contiene, con muchas molduras y dibujos que parecen de escultoría, y tan brillantes algunas como si fueran de metal blanco.

Nota: Siguiendo el curso del río hacia aguas abajo desde e                                             

l camino del Parrizal...: la del Vicario (ruinas, frente al castillo de Cabrera) ['El Fort' en los mapas del IGN], ... la acequia Mayor de Beceite... la antigua fábrica de papel de Martín Fon, que posteriormente fue serrería y se incendió, siendo frecuentemente confundida con la desaparecida del Vicario o Cremada, a causa del incendio que también la destruyó... el barranco de Predicadores es salvado mediante un acueducto, construido en 1887... al llegar al casco urbano... molino harinero que a finales de los setenta era conocido como la Compañía Molinera, así como otros aprovechamientos industriales... antiguo molino aceitero... lavadero, parcialmente excavado en piedra toba... otro molino harinero de la Compañía Molinera...otro de aceite y central hidroeléctrica... volviendo al Matarraña, el azud de Toscá y papelera Fábrica de Tosca (que se convirtió en molino y, más tarde, serrería, quedando inutilizada)... azud de Rampí o de la fábrica de Antonio Esteban o Taragaña... la fábrica Noguera no funciona desde 1894... la fábrica de Solfa (llamada también de los Hermanos Zapater Ram)... la fábrica de papel de Ramón Morató, también conocida como la de Font del Pas o herederos de Germain Roquette... la fábrica del Batán o de Santiago Morató Marsal está situada frente a la desembocadura del Ulldemó, cuyo edificio aún perdura, puesto que fue de los últimos en cesar en su actividad (después de fábrica, fue granja de pollos y desde marzo de 1982 se encuentra sin uso)... el Pont Nou (y la fábrica del Pont Nou; posteriormente granja avícola y actualmente en proceso de restauración)... molino harinero situado en el Pau Nose... [y continúa hacia Vall-de-roures; y también las del río Pena.] cazarabet.com

Nota: Las primeras fábricas de papel eran de una, dos o más 'tinas' para fabricar la pasta de papel, hasta la llegada de la 'pila holandesa', durante el siglo XIX, que se instaló en todas las fábricas y se utilizó hasta el fina de sus días, allá en 1970. La fábrica Cremada, la de Martí, lo Molí del Toscá, la de Taraganya, la de Noguera, la de Solfa, la de Morató, la del Batá y la del Pont Nou fueron la nueve fábricas de papel de Beceite. Por medio de canalizaciones, acequias, azudes y túneles, todas las fábricas aprovechaban una misma agua, la del río Matarraña, para mover sus ruedas. beceite.es

Tío Silverio, le dijo Grafulla, yo renuncio generosamente a entrar en esa cueva y ver sus preciosidades. Jamás he pensado en introducirme en caverna alguna porque no soy amigo de escudriñar las entrañas de la tierra; me sobra y basta la descripción que testigos oculares hacen de ellas, y saben, en virtud de qué, tienen lugar esas columnas y demás caprichos que ofrecen.

En la "Cosmogonía y Geología" del Pesbítero D. Jaime Almera, se halla una descripción que hace el cantor del a perla de Cataluña, de las cavernas Monserrate [Coves de Montserrat, Collbató (Baix Llobregat)], capaz de excitar la curiosidad del más indiferente. Héla aquí:

La boca de las cuevas se halla al suroeste de la montaña, encima del pueblo de Cobaltó Collbató. La entrada se extiende a la derecha en dirección de sudeste a noroeste. (...) Las dificultades del terreno nos hacían bajar unas veces, subir otras, y ciertamente, no puede darse más sombrío espectáculo ni más fantástica escena... Grandes fragmentos calizos alfombraban el suelo en espantoso desorden, y al dudoso vislumbre de la hachas, veíamos colgar del techo masas imponentes que parecían oscilar, y que estaban próximas a desplomarse. Enormes pirámides de rocas se levaban a nuestro lado; gigantescas peñas nos recibían en su lomo, y de vez en cuando, agujeros inmensos, antros profundísimos, se abrían a nuestros pasos, cual bocas de monstruos dispuestos a tragarnos. Encendimos una luz blanca, y todas aquellas cosas (...) brotaron del caos en que habían estado sumidas por siglos de siglos, asombradas de verse unas a otras (...).

Haciéndonos cargo del sitio donde nos hallábamos, vimos por una parte, bóvedas atrevidas, como las del más grandioso templo, lanzándose audaces por los aires; naves inmensas a las que servían de clave peñascos enormes; columnas trabajadas y que, sin embargo, jamás el cincel había mordido; pirámides de rocas como enclavadas en armuellas armellas de granito; y peñas elaboradas por el agua, remedando figuras cuyos músculos de piedra parecían retorcerse en desesperados esfuerzos para sotener la carga de Aleídes Alcides, que sobre sus hombros gravitaba. Y vimos, por otra parte, unas como ruinas de una gran metrópoli, donde parecía por casualidad haber quedado en pie algún obelisco de afiligranada punta o alguna torre coronada de almenas, y todo esto iluminado por el fuego de bengala con una luz blanca, transparente, dulce, acariciadora como la de la luna.

¡Era un magnífico, un espléndido, un soberbio panorama! Ante aquel deslumbrante golpe de vista, uno de nosotros exclamó con entusiasmo: ¡Señores, esperanza! ¡esperanza! Mucho debemos esperar, puesto que lo primero es grande. Propongo que se le de a esta primera cueva el nombre de 'Gruta de la esperanza'. Sí, sí, ¡gruta de la esperanza! gritaron más de veinte voces [expedición numerosa]. (...) Penetramos, a seguida, en una especie de galería, que sin estar independiente de la gruta de la esperanza, pues participaba de su bóveda, se ve, sin embargo, separada de ella en cierto modo, por una línea de peñas, a guisa de paredón, que está muy lejos de llegar al techo. Recorrimos esta galería donde empezamos a encontrar estalactitas, pero deformes y tan recias y petrificadas, que bien se conocía, habían visto transcurrir muchos siglos en el misterio y en la soledad; a la izquierda, diversos peñascos figuraban como (las) conchas de un surtidor, por entre cuyos labrados canalones ha debido, algún día, escurrirse el agua; a la derecha, multitud de formas raras y caprichosas hieren los ojos, y no faltan algunas masas que, a la pálida luz de la antorcha, parecen formas humanas envueltas en toscos ropajes de anchos pliegues. Al final de esta galería no hay paso ninguno, y tuvimos que volvernos atrás, después de haber leído en las paredes nombres, medio borrados, de viajeros a los cuales arrastró hasta allí la curiosidad.

La izquierda de la gruta de la esperanza ofrece más que ver. Después de andar un buen rato por entre peñas, se encuentra una especie de pasadizo, y al final, un agujero a la altura de seis palmos, por donde apenas puede penetrar un hombre. Este agujero conduce a lo que los guías llaman 'el camarín', (y) que es una especie de saloncito que remata en una verdadera cúpula. En las paredes se dibujan toscamente algunas columnas que parecen labradas por mano de un artista. Diríase aquello, una capillita gótica. Del techo penden gruesas estalactitas, que cuelgan algunas como racimos de uvas, mientras que otras bajan en forma de pirámides inversas.

Bajando al fondo de la gruta esperanza, nos encontramos con una profunda grieta que se abría a nuestros pies, de cien palmos de fondo, a la que llamamos 'pozo del diablo'. Bajando este pozo, (y después de habernos escurrido por el 'pasadizo de los peñascos', se)ofreció a nuestros pasos una verdadera galería de elevada bóveda caprichosamente labrada, por su derecha, a la que llamamos 'galería de San Bartolomé'. (...) Las estalactitas bajan en forma de labradas pirámides, a descansar en el suelo sus grandes pedestales. (...) El silencio es religioso, imponente. (...) Es difícil, cuando no imposible, explicar el horror majestuoso y sublime que allí reina. La galería de San Bartolomé es corta y de forma semicircular. Al este se abre otra galería, en la cual penetramos sin hacer caso de un boquerón (que se divisa) a la altura de unos veinticinco palmos; esta galería es casi circular, vese adornada con gran número de estalactitas colocadas a derecha e izquierda, la mayor parte de las cuales, por su unión con las correspondientes estalagmitas, forman columnas de bastante altura, muchas de ellas esbeltas y delicadas, como esas atrevidas columnas góticas, que son el más bello adorno de ciertos claustros. Llamámosla 'claustro de los monjes'. Avanzamos algunos pasos más, y la bóveda que hasta entonces se había mantenido a una misma altura, poco más o menos, nos faltó, casi de repente, hundiéndose en el vacío. Un espectáculo maravilloso se ofreció a nuestros ojos, a la vaga luz de las antorchas.

Al finalizar el claustro de los monjes, (...) el curioso que hasta allí llega, ve alzarse sobre una especie de eminencia, uno como templo gótico. Las (muchas e) innumerables estalactitas que desde abajo vimos, nos decidieron, aún antes de examinarla, (a) dar a aquella seductora estancia, el nombre de 'Gruta de las estalactitas'. (...) La subida (a la gruta de la estalactitas) se efectúa por un paso sumamente incómodo y peligroso (asimismo). Se tiene que subir primero una peña lisa y pendiente, y en seguida, atravesar una roca sumamente estrecha que pasa como un puente por sobre un abismo, el cual, cuando llueve, debe necesariamente servir de cauce al agua que irá a perderse, acaso en las profundidades de otras grutas más subterráneas, y quizá más maravillosas. Es una rica y bellísima estancia, la gruta de las estalactitas: (...) numerosas columnas y elegantes pilares cargados de molduras y relieves suben, algunos serpenteando, otros artísticamente rectos, a recibir la bóveda que asienta sobre ellos su artesonado, cargado y embellecido de colgadizos; allí las paredes se ostentan tapizadas de afiligranadas labores; allí, las estalactitas descienden en conjunto como flotantes y nudosas undosas colgaduras de anchos pliegues; allí las estalagmitas se lanzan atrevidas y osadas al espacio, cortando las tinieblas; allí, en fin, se multiplican las bellezas y crecen en el silencio y oscuridad de la noche, solo bajo la mirada de Dios, y fecundizadas por la gota de agua, que, infatigable arquitecto, trabaja y elabora sin descanso tesoros que nada tienen que envidiar al arte, y que por el contrario, harían morir de celos al más grande artista, si este no viera en ellos el cincel de Dios.

¡Oh, es admirable! ¡Admirable y grandioso, sorprender sus vírgenes maravillas a la región de las sombras, y juzgar cómo en el seno de la quietud, de la calma y el olvido, la humilde gota que se desprende de la bóveda a largos intervalos, va trabajando, elaborando, perfeccionando con inaudita constancia, la estalagmita que un día se ha de alzar afiligranada y graciosa, humillando con su esbeltez y (la) elegancia de su forma, el orgullo del artista, que absorto, la contempla, y que, imponente, la admira! (...)

Gota a gota se ha ido labrando esta rica estancia, la más bella quizá de las que vimos; gota a gota ha ido el agua hacinando los materiales para formar el conjunto de su mágica y caprichosa fábrica. La imaginación se confunde, el alma se anonada ante aquella grandeza; el hombre es un miserable pigmeo, un vil gusano de la tierra ante el augusto Hacedor de aquella maravilla. Doble el impío la frente, y el humano la rodilla, ante la obra del Criador, y piense y medite que, si la gota fecunda y trabajadora, ha necesitado para aquel edificio toda una serie de siglos, nada representa esta serie en la historia de las edades del mundo, pues que apenas es un fragmento de la eternidad de Dios. (...)

Mirábamos esta gruta sin jamás cansarnos (de admirarla), cuando sin decir nada, ocurriole a uno encender un rojo fuego de bengala. Renuncio a pintar el efecto: se necesitaría una pluma mejor que la mía. (...)

De allí pasamos a la gruta que llamamos 'del elefante', porque en el centro (de la gruta), masa imponente y majestuosa, se levanta una roca que tiene la misma forma de un elefante, con la cabeza baja, sustentando en su robusta espalda dos esbeltas torres, como, pintado, lo hallamos (a cada paso) en los cuentos ilustrados de los orientales. (...) (Se continuará.)

[La Asociación, nº 148. Teruel 15 de Mayo de 1889, pp.3-4]

FOLLETÍN, 22.

Además de los arabescos y jeroglíficos de esas ricas y originales fantasías, concepciones de piedra, (...) (pero) una de las cosas que en esta gruta admirará más al que la visite, y que es, efectivamente, digna de toda admiración, es un verdadero y completo arco apuntado que divide la nave, arrancando enérgica y atrevidamente desde un ángulo, describiendo su perfecta curva y marcando con todo arrojo su vértice, que va a sepultarse en la parte opuesta entre las sombras. El mejor arquitecto se quedaría atónito. (...)

Al salir de la gruta del elefante, nos dirigimos hacia la boca del infierno. Una vez abajo, se penetra por la única abertura que allí se nota, y se entra en una galería que no presenta nada de particular, (...) mas, al cabo de un buen espacio, (que contribuye a prolongar la dificultad con que se camina,) se llega a una galería denominada por Ignacio Bordoses Ignacio de Bordons, 'galería de los fantasmas', muy oportunamente llamada así, porque en ella se divisan a la izquierda tres o cuatro grupos blancos, que a la luz dudosa de las antorchas, remedan figuras humanas envueltas en anchos ropajes, serie de fantasmas que embozados en sus sudarios parecen ir saliendo, uno tras otro, de las sombras, y adelantándose hacia el viajero que osa, con su criminal curiosidad, llegar hasta allí para turbar la paz y quietud, legadas por siglos a aquellas vastas profundidades.

A la galería de los fantasmas siguen varias grutas (...) que no presentan cosa particular; la segunda fue llamada 'de los murciélagos', porque vimos interponerse a nuestras miradas una nube de murciélagos batiendo el aire con sus largas alas y paseando por el espacio sus repugnantes figuras de pequeños monstruos. Era una nube tan compacta y unida que, fuera de la cueva, hubiera llegado a oscurecer la luz del sol.

Después de la gruta de los murciélagos, entramos en otra habitación subterránea, especie de gruta formada por grandes peñascos. Fue la última que encontramos y le dimos el nombre de 'gruta de la dama blanca'. Es que, al entrar en ella, allí en lo alto y en el fondo, encima de una eminencia, destacándose de las sombras, aparece, cual misteriosa figura cubierta con su luengo y tupido velo, un enorme pedrusco blanco que asemeja la dama blanca de las leyendas de Walter Scot(t), surgiendo del seno de las tinieblas y delineándose coqueta a los ojos del absorto cazador de la montaña.

Después de estas seis grutas, escalando un montón de peñas, (que parece la primera grada de una escalera de titanes,) llegará el viajero a la última estancia de aquella subterránea morada. ¡Bella y hermosa estancia, digna compañera de la gruta de las estalactitas y de la esperanza! Loronzale Lorenzale, al verla, lanzó un grito de júbilo, y mientras se apresuraba a trasladarla a su álbum, la denominó 'salón del ábside gótico'. Y, en verdad que tuvo razón en llamarla así. El arte no puede trazar con más exactitud, con más esbeltez, con más perfección, un ábside como el que allí se arroja atrevido a los aires, cerniéndose arrogante con toda la galanura de su esplendor y pompa. La estancia es circular, de unos treinta palmos de diámetro y de una elevación inmensa, rodeada de columnas, y con algunos caprichosos grupos de estalactitas; tantos la paredes como las columnas y estalactitas se hallan cubiertas de arcilla de un rojo claro, de suerte que parece todo dorado, al vislumbre de las antorchas. Es no más que un salón, esta estancia sepultada en las entrañas de la tierra, pero pocos templos hay en la superficie de la misma que le venzan en osadía, en grandiosidad y en riqueza de labores. Pocos hay con tal altura de bóveda, con tal arrojo en los arcos y con tanta gracia y esbeltez en las columnas, así como con tanto primor y tanto calado en las agujas. Es un maravilloso sitio el salón del ábside gótico; es una bella obra de la naturaleza. Haces de pilares, garitas gavillas de columnas, se ofrecen allí por todas partes, a la vista, que se pierde absorta al discurrir fugaz por entre aquellas maravillas. Creíamos hallarnos verdaderamente en el interior de un templo gótico, y no nos cansábamos de admirar aquel ábside precioso, lazo de piedras que une en pasmoso desorden a un sin número de esbeltas columnas.

¡Qué pequeño y enano es allí el hombre, pero qué grande y qué inmenso es el Hacedor, ese supremo Arquitecto que ha sabido labrar en las entrañas de la tierra, templos y palacios, al lado de los cuales, son miserables parodias los monumentos levantados a la luz del día por el orgullo y la ambición humana!

[ALMERA, Jaime (1877): Cosmogonía y Geología, o sea, exposición del origen del Sistema del Universo considerado a la luz de la religión revelada y de los últimos adelantos científicos. pp. 201-209 Barcelona. books.google.es]

El tío Silverio estaba como extasiado, escuchando la descripción de las cuevas en las montañas de Monserrate. ¡Quién sabe, le dije, si las cuevas que hay en estos puertos serán como aquellas, contando con iguales o mayores maravillas! Ustedes, los masoveros, las conocen, pero (Se continuará.)

[La Asociación, nº 149. Teruel 30 de Mayo de 1889, pp.3-4]

FOLLETÍN, 23.

solamente por defuera. Ninguno ha tenido la curiosidad de penetrar en ellas para estudiarlas, para ver lo que son y contienen. Únicamente en esa que usted ha nombrado (cueva de las Maravillas), próxima a la fábrica de D. Martín Font. Pues crea usted que, en aquellas como en esta, la naturaleza es la misma, y las mismas causas pueden producir análogos efectos. Si en aquellas subterráneas habitaciones hay tanto capricho, tanta maravilla, ¿qué habrá en la grutas de estos montes que son más antiguos?

Dirán que es un temor pueril, infundado, el que me impide introducirme en las cuevas; dirán lo que quieran, pero a mí me basta y sobra la descripción que los curiosos vengan a hacerme, porque no solamente creo firmemente cuanto de ellas me digan, ni que las estoy viendo según me las van pintando, y admiro como ellos este prodigio, esa primorosa obra de la naturaleza, pero sin estímulo alguno a mirarlas por mí mismo. Al mismo tiempo sé que, donde quiera que el agua filtre a través de una roca caliza, disuelve una parte de esta roca, llega después a un espacio nuevo, tal como una caverna, y rezuma de la bóveda, o de las paredes laterales, y forma una gotita cuya humedad es luego evaporada por el aire, pero quedando en su lugar un delgado depósito circular de materia caliza; a esta gota sucede otra, y añade nueva capa a la precedente; siguen otra y otra, viniendo a resultar, con estas constantes operaciones, una masa larga, irregular, cónica, y a veces hueca, que alargándose pendiente de la bóveda, llamamos estalactitas; a la manera que se forman los carámbanos o canelones, como el vulgo llama, en los fríos de invierno, colgados de dondequiera que se desprenda agua, gota a gota, o en corta cantidad. Debajo de las estalactitas, sucede a veces encontrarse producciones análogas, y que teniendo igual dirección, llegan a unirse, formando verdaderas columnas, y cuando no, reciben el nombre de estalacmitas estalagmitas, para diferenciarse unas de otras. Cuando el agua que contiene la piedra de cal disuelta, la tiene en exceso para que sea posible toda su evaporación sobre la estalactita, cae al suelo de la caverna; allí se evapora formando un nuevo depósito, y este, elevándose poco a poco, constituye la estalagmita.

Tiene usted explicado, tío Silverio, cómo y de qué manera se forman en las cavernas esas columnas y molduras afiligranadas; esas maravillas que algunos naturales habrán podido admirar en esa cueva que se halla próxima a la fábrica de papel de(l) señor Font, y que sin duda alguna, llamarán con razón, la atención del curso que tenga el atrevimiento de ir a mirarlas.

Al llegar a este punto entrábamos en Beceite y, llamándonos la atención hacia la derecha, nos dijo el tío Silverio: Esta casa que miran ustedes reedificada, es de la persona más autorizada de la población, D. Antonio Micolau; fue incendiada en la guerra de los siete años, y el padre de este señor, asesinado en su misma cama.

El cabecilla Quílez fue el que tomó los fuertes de Valderrobres y de esta villa, que tenían los nacionales de ambos pueblos, mediante capitulación por la que se les respetaba la vida, dándoles toda clase de seguridades. Pues bien, el padre de D. Antonio, que era el comandante de los nacionales de esta villa, resultó herido en el fuerte, y al hacer entrega de él y demás que contenía, confiando en la garantía ofrecida, fuese a su casa y se metió en la cama, a fin de atender a su descanso y curación; esto fue notorio; y un día llegaron dos o tres a la casa, preguntando por él, se introdujeron en la habitación y alcoba, y sin más preámbulos, le dieron de puñaladas.

¡Acción inicua! Exclamamos horrorizados.

Esta población, prosiguió, fue teatro de horrorosas escenas; sería largo de contar si hubiese de enumerarlas. Después de la derrota del General Pardiñas, los prisioneros que allí se hicieron, llegaron a Valderrobres, ya anochecido, el día primero de Octubre; la población estaba iluminada y las campanas iban al vuelo como si se tratara de una gran festividad, sin que faltará alguno que se le cayesen las lágrimas al ver como se celebraba la colisión de compatricios y quizá de hermanos; la gente esparcida por las calles en numerosos grupos, vitoreaba al Pretendiente y a Cabrera; hombres y mujeres demostraban con el nombre de negros y otros epítetos malsonantes a los prisioneros, que a través de humillarlos y de insultos, llegaron a la cárcel, casa de Ayuntamiento donde una vez encerrados, les fue forzoso permanecer de pie por ser insuficiente el local, para contener los 400 hombres apresados.

Bajo tristes impresiones, y en medio de la general alegría, que por fuera del encierro hacía (Se continuará.)

[La Asociación, nº 150. Teruel 15 de Junio de 1889, pp.3-5]

FOLLETÍN, 24.

prorrumpir en entusiastas aclamaciones al vecindario de Valderrobres, pasaron la noche convencidos de que era la última de su vida. Sin embargo no fue así; la excitación reprensible de aquellos habitantes fue calmándose poco a poco; un silencio que tenía bastante de lúgubre, sucedió a la anterior algazara, el día 2 amaneció triste y lleno de oscuros presentimientos.

Discurran ustedes qué noche pasarían aquellos infelices después de la jarana y viaje, sin poder descansar un momento por la angostura en que se encontraban; allí yacían olvidados hasta que a las ocho de la noche se acordaron de ellos, y los paisanos les llevaron tres calderos de patatas enteras cocidas y de mala calidad; mas como no habían comido cosa alguna desde la mañana del día anterior, se arrojaron como fieras hambrientas a aquellos calderos sin apreciar la falta de sal y de toda clase de condimentos. Los que pudieron agarrar con sus manos algunos de aquellos tubérculos, acallaron el hambre; los demás, que no fueron pocos, quedaron en ayunas.

Pues bien, una gran porción de estos prisioneros vinieron a pasar a la villa de Beceite como en depósito, donde conocieron días de prueba que no puede uno recordar sin horror; muy parecidos a los que tuvieron lugar en Benifasar; si el hambre se dejó sentir allí, no fue aquí menor, y para que puedan ustedes formarse una idea, diré que, de vez en cuando, se les permitía (custodiados, por supuesto) pasear por las calles de la población, de las que, a imitación de los cerdos y perros, recogían tronchos de col, patatas averiadas y cuantos desperdicios los vecinos arrojaban, sin que faltara alguna mujer (porque estas son más sensible y acuden más fácilmente a la voz de la desgracia) que les echase algún pedazo de pan u otro artículo sano que cogía el más afortunado. Comprenderán ustedes muy bien que todo esto era insuficiente a calmar el hambre de aquellos infelices; y cual sería esta, lo dice muy alto, el que habiendo entre ellos uno que se mantenía en carnes no se por qué circunstancia, acordaron matarlo para comérselo, como así lo verificaron. Los carlistas tuvieron luego noticia de este hecho y presentándose el Jefe en el depósito, pronunció el fusilamiento para todos los que hubiesen comido carne humana. Ahora díganme ustedes cuales serían los sufrimientos de los prisioneros, cuando al oír tal sentencia, uno que no había probado la carne de la víctima, se presentó gritando: ¡También yo he comido, también yo!

Vaya, tío Silverio, dije con mis amigos, echemos tierra en esos horripilantes sucesos; olvidémoslos, pues además de que hacen muy poco favor al noble corazón español, repugna a los oídos, lastimando los buenos sentimientos.

Serían las seis de la tarde; el amigo Loscos se sentía algo indispuesto, sin ganas de pasar de allí, y resolvieron él y Pardo hacer noche en Beceite y venir al día siguiente, víspera de San Pedro, a mi casa; el tío Silverio y yo nos bajamos a Valderrobres.

Conclusión.

Queda terminado lo que me propuse describir: "Un paseo por los Puertos de Beceite". Dije en un principio que nuestra misión se reducía a recoger plantas, estudiando la vegetación de aquellas rocas y sus accidentes, para formar una flora aragonesa lo más completa posible. No escudriñamos más esas montañas, su posición, estrechura y composición, porque hubiéramos necesitado mayor número de días y contar con más elementos, abusando de la bondad de nuestros clientes, y es fácil comprender los deberes de un profesor de partido. Mucho pudiera haber dicho, porque muchas y terribles escenas son las que han presenciado esos puertos de Beceite durante las guerras intestinas; larga es su historia, y horrorosa, como enmarañado es su suelo, y aún cuando me considere el hombre más imparcial, he huido de herir susceptibilidades, porque cada uno, según sus ideas, recibe más o menos bien lo que se escribe o dice. Beceite parece formar parte de esos puertos, y esta villa en que dio fin nuestra expedición, y cuya historia es notable, por cierto, debiera figurar aquí, pues es pueblo de especiales circunstancias. Desde el año 1808 viene sufriendo los golpes de las fuerzas armadas, pues ya en aquella época fue incendiado, como lo fue dos veces en la guerra de los siete años; cual sea la causa de esta aversión, la ignoro; grande enemiga ha conocido; han marchado contra él fuerzas decididas a pasar a cuchillo sus habitantes, más de una vez; y a la vista de la población, han sido acallados sus propósitos de exterminio sin poderse dar cuenta de su moderación y mansedumbre; no diré más sobre este particular, porque seguramente no faltaría quien me calificara de supersticioso. Si Beceite ha abrigado almas negras, ha tenido al mismo tiempo la dicha de contar con alguna que podría tomarse por modelo; esto sería largo y hago punto.

Ya dejo el objeto que nos condujo a esos puertos; los desembolsos pecuniarios, el trabajo material y mental que estos trabajos representan, ¿quieres saberlos, querido lector? Pues ponte en el caso, haz un ensayo y entonces lo sabrás por propia experiencia. Pero no, vale más que no lo ensayes porque saldrás muy escarmentado. Y tanto más, cuanto que esos sacrificios suponen otros, si los estudios hechos han de reportar algún bien al público. Loscos y Pardo no se detuvieron; publicaron sus trabajos en un libro que se llama "Serie Imperfecta de las plantas de Aragón", poniendo, de este modo y por unos pocos reales, a disposición de todo el mundo, lo que a ellos tanto les había costado. ¿Y qué resultó? Que si antes, para sus excursiones botánicas, anduvieron abandonados a sus propias fuerzas, después... Hubo sí, muchos que alabaron el libro y ninguno lo criticará, ¡pero tampoco nadie lo compró! y aún aquellos a quienes se les regaló, lo conservan en su mayor parte, cubierto de polvo, acaso sin cortar la hojas, acaso sin haberlo abierto...!!

Nota: Para consultar la obra de estos botánicos:

[LOSCOS Y BERNAL, Francisco et PARDO Y SASTRON, José -farmacéuticos- (1867): Serie imperfecta de las plantas aragonesas espontáneas, particularmente de las que habitan en la parte meridional. Segunda Edición, aumentada con numerosas noticias que pueden servir al formar el Catálogo de las plantas de Aragón. Imprenta de Ulpiano Huerta. Calle Mayor, número 56. Alcañiz, 1866-1867.] books.google.es - bibdigital.rjb.csic.es

Todo lo cual viene a resumirse en este final y desconsolador resultado, como decía uno de los autores de la 'Serie': "Mientras estudié las plantas por propio provecho y por personal recreo, me fue bien, pero desde que aspiré a que mis estudios aprovecharan a otros, todo fueron desembolsos, desazones y desengaños".

De una manera harto rápida y fría termino este folleto, lector amado, del que quizá te prometieras más, pero ya he dicho que mis facultades son muy limitadas y no sirvo para escritor público; esto es una simple narración de lo visto en nuestro paseo y oído a los naturales, como también a militares de ambas fuerzas beligerantes; conste, pues, que todo es histórico. Yo hubiera querido poseer más dotes para haber dado a este escrito mayor interés, más amenidad, más galanura y mayores golpes de atención, no habiéndome sido posible, espero tu benevolencia y..., vale.

FIN

[GRAFULLA, Lorenzo (1888): "Un paseo por los Puertos de Beceite", en "La Asociación: revista profesional y científica de medicina y cirugía, farmacia y veterinaria de la provincia de Teruel" (1883-1891), por entregas, desde el nº 123, de 15 de mayo de 1888, hasta el nº 150, de 15 de junio de 1889.] bibliotecavirtual.aragon.es (Reconstrucción de la ruta en 2023: wikiloc.com)


www.jacint.es - portellweb@yahoo.es

Recopilación bibliográfica y transcripciones de Jacint Cerdà

En continua actualización.